El Sábado Santo es, por antonomasia, el día de la ausencia de Dios en el que incluso los discípulos experimentaron un vacío que aleteaba en sus corazones y que al extenderse cada vez más, les hizo preparar llenos de vergüenza y angustia la vuelta a casa con los mismos y a lo mismo... seguro se encaminaban sombríos y apesadumbrados en su desesperación, como los dos que van hacia Emaús, sin darse cuenta de que aquel que creían muerto está en medio de ellos. A ellos había llegado la noticia de que después de tres horas de agonía Jesús había muerto. Los Evangelistas nos narran, en las diversas versiones, que el cielo se oscureció mientras el Señor estuvo pendiente de la cruz, y ocurrieron sucesos extraordinarios, pues era el Hijo de Dios quien moría. El velo del templo se rasgó de arriba abajo, significando que con la muerte de Cristo había caducado el culto de la Antigua Alianza; ahora, el culto agradable a Dios se habría de tributar a través de la Humanidad de Cristo, que es Sacerdote y Víctima.
Las narraciones nos dicen que bajaron a Cristo de la Cruz con cariño y veneración, y lo depositaron con todo cuidado en brazos de su Madre. Aunque su Cuerpo es una pura llaga, su rostro esté sereno y lleno de majestad. Este Sábado Santo hay que mirar despacio y con piedad a Jesús, como le miraría la Virgen Santísima al recibirlo cuando lo bajaron de la Cruz y lo pusieron en sus brazos. Este es el Cristo que no sólo nos ha rescatado del pecado y de la muerte, sino que nos ha enseñado a cumplir la voluntad de Dios por encima de todos los planes propios, a vivir desprendidos de todo, a saber perdonar cuando el que ofende ni siquiera se arrepiente, a saber disculpar a los demás, a ser apóstoles hasta el momento de la muerte, a sufrir sin quejas estériles, a querer a los hombres aunque se esté padeciendo por culpa de ellos, a entender que esta pandemia por el coronavirus covid-19 sucede por y para algo... Hay que unirnos a Cristo, para purificarnos, y sentir, con Él, los insultos, los salivazos, los bofetones, los arrancones que el mundo nos da..., y las espinas, y el peso de la muerte... La fecha de hoy coincide con el recuerdo que la Iglesia hace, cada 11 de abril, de la santa italiana Gemma Galgani, la cual, conservándose virgen, viviendo inmersa en la contemplación de la Pasión y aquejada por los dolores soportados con paciencia, a la edad de veinte años consumó su angélica vida el día de Sábado Santo. Santa Gemma, al hablar de su infancia comentaba: «De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando... me enseñaba un crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres».
Recordando el día de su Primera Comunión, la santa exclamará: «Me siento incapaz de describir la experiencia de aquel encuentro. En ese momento comprendí que las delicias del cielo no son como las de la tierra. Hubiera anhelado no interrumpir nunca aquella unión con mi Dios. Me sentía cada vez más desprendida del mundo y más dispuesta para la unión con el Señor. Aquella misma mañana Jesús despertó en mi un gran deseo de ser religiosa... sentía desarrollarse en mí un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la Cruz». Y el Señor se lo concedió. Su amor por Cristo crucificado y su anhelo de ser solo para Jesús la llevarían a cada vez más a ofrecerse al Señor como víctima de amor. Santa Gema, la víctima de Jesús, «suplió en su carne lo que le falta a la Pasión de Cristo», pues tuvo el inmenso regalo de recibir los estigmas del crucificado. Muchos fenómenos relacionados con la Pasión se dieron en la vida de esta santa mujer; además de los estigmas, tuvo sudor y lágrimas de sangre. Se la vio padeciendo la flagelación. Recibió un regalo que apreció con todo su corazón. Su ángel de la guarda un día le mostró dos coronas y le pidió que escogiese la que ella quisiera, y ella escogió «la de Jesús». Hoy, es un día en que nosotros también, como santa Gemma, debemos escoger estar junto a Jesús. Pidamos a María Santísima, la Madre Dolorosa, que esté también a nuestro lado anhelando junto con nosotros la resurrección de Jesús en la Viglia Pascual. ¡Bendecido Sábado Santo!
Padre Alfredo.
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