jueves, 2 de abril de 2020

«Frente al espejo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Quizá algunos ustedes se acuerden de las películas de Tarzán. Recuerdo que había una que lo describía, con Chita —el simpático chimpancé que le acompañaba—, trasladados en avión desde la selva hasta Nueva York. Chita protagonizó una de las escenas más chistosas de la película, debido a las sorpresas que encontraban: al llegar a la habitación del hotel vio reflejada su carita en un espejo. El susto fue tan descomunal que, lanzando un terrible bramido, salió corriendo: no se imaginaba que aquel feísimo «monstruo» que le asustó era su propia imagen reflejada en el espejo. La escena acababa bien: Chita se refugió en los brazos de Tarzán, que le tomó con afecto, con sus caricias. Y es que Tarzán quería a Chita como era: con sus pelos negros y largos, su rostro de irracional y su mirada extraviada. 

Esto me viene porque al leer el Evangelio de hoy (Jn 8,51-59) he estado pensando en cómo Dios nos ama a cada uno de nosotros infinitamente a pesar de que sabe mucho mejor que nadie cómo somos; conoce nuestras fallas; no ignora que somos miseria y que tenemos muchos defectos, pero nos quiere dar vida eterna. Nos conoce mucho mejor de lo que podemos conocernos a nosotros mismos, y tiene en cuenta nuestras cosas buenas y nuestros deseos de mejorar, de conocer la verdad, de estar siempre de su lado. Dios no se asusta de nuestras fealdades y en Cristo dio su vida por cada uno. En el tiempo de Cuaresma, que ya casi estamos por concluir, nos mostramos a Él más claramente como somos, porque examinamos nuestra conciencia, nos ponemos como Chita frente al espejo y queremos cambiar, queremos ser mejores para darle mayor gloria y salvar muchas almas. Sabemos que Cristo es el enviado del Padre que nos ama como somos y que puede transformarnos escalando cada día metas más altas de conversión hasta llegar a la Pascua y a vivir eternamente en el Banquete eterno. ¡Siempre hay trabajo que hacer en este campo! Dios nos ama como somos y nos llama a ser mejores. 

Hoy celebramos a San Francisco de Paula, un ermitaño que nació en 1416 en Paula, un pequeño poblado de Italia. Con pocos años de vida, cayó gravemente enfermo y perdió la visión. Tanto él como sus padres se encomendaron a Dios y este les brindó la curación. En agradecimiento, con 14 años marchó a Asís, y allí recibió la inspiración para convertirse en ermitaño, rezar y dedicarse a la penitencia, dejándose mirar por Dios cada día buscando asemejarse cada día más a Jesús. Permaneció en el monte cinco años a base de agua y hierbas silvestre, durmiendo sobre las piedras. Su ejemplo se extendió y tuvo que construir varias casas para sus religiosos. En los conventos instauró la orden de «Cuaresma perpetua». Nombró a sus seguidores como los Hermanos Mínimos. Cuentan que Dios bendijo al santo con los dones de hacer milagros, de hacer curaciones y de emitir profecías. Francisco de Paula llegó a convertir al rey Luis XI antes de morir. El monarca quedó tan agradecido que nombró al ermitaño como director espiritual de su hijo Carlos VIII, futuro rey de Francia. Qué él y María Santísima nos ayuden a dejarnos ver por Jesús porque solamente así, abriéndonos a su mirada, seremos realmente libres. ¡Bendecido jueves! 

Padre Alfredo.

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