La resurreccción de nuestro Señor Jesucristo no es un hecho controlable, sino un hecho sobrenatural admisible únicamente desde la fe. ¡Nadie estuvo presente en el mommento excato de la resurrección! Cuando se cierra el corazón a la fe, la resurrección pasa automáticamente al terreno de la leyenda, como sucedió en los corazones de los escribas y fariseos empecinados en hacer creer que todo había sido una farsa. En el momento en que escribe san Mateo su evangelio continuaban las discusiones entre los judíos y los cristianos. El simple hecho de la existencia de la comunidad cristiana en Jerusalén y de su predicación era de por sí una denuncia constante contra las autoridades judías que no creían. Mientras las mujeres iban de camino, algunos de los guardias vinieron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos estos en consejo tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados diciéndoles: «Ustedes digan que viniendo los discípulos de noche, robaron el cuerpo mientras nosotros dormíamos...» Y como dice el escritor sagrado, esta leyenda se difundió entre los judíos hasta nuestros días.
Si Jesús resucitado se da a conocer a algunos de los suyos, no es para que nos regocijemos de ello nadamás... sino para que nosotros, como discípulos–misioneros suyos nos pongamos en camino, «¡corramos!» hacia nuestros hermanos. «Vayan a avisar a mis hermanos.» Al ver la liturgia del día de hoy, cada uno debe preguntarse a sí mismo: ¿qué voy a hacer? Estoy entre los «amigos» de Jesús participando en la evangelización llevando la Buena Nueva de un Cristo que está vivo, o soy un mero expectador. Con los fragmentos del Evangelio que leeremos en estos días de la Octava de Pascua, nos sentimos animados por esta palabra, que nos invita ante todo a no perder nunca la esperanza. Y además, a seguir dando testimonio del Resucitado en nuestro mundo. Primero fueron aquellas mujeres. Después de las mujeres vinieron Pedro, Juan y los demás apóstoles, y generaciones y generaciones de cristianos a lo largo de dos mil años. Y ahora, nosotros. En medio de un mundo que ahora sufre el dolor de una pandemia, un mundo que está herido y cuya única esperanza de salvación está en el Señor, que es un Dios de vivos. Para quienes somos creyentes, las dificultades de la terrible situación que padecemos en esta cuarentena mundial, pertenecen a nuestro seguimiento de ese Cristo que llegó a la nueva existencia a través de la pasión y de la muerte. Con él estamos destinados todos a la vida.
En Tarragona, en Hispania, san Hermenegildo, un mártir que junto a otros santos y beatos el día de hoy la Iglesia recuerda, fue hijo de Leovigildo, un rey arriano de los visigodos —los arrianos afirman que Jesucristo fue creado por Dios Padre y está subordinado a él, lo cual es una herejía—. Hermenegildo fue convertido a la fe católica por san Leandro, que era obispo de Sevilla, y luego, cuando su padre se dio cuenta de que se había convertido, lo refundió en la cárcel. El día de la fiesta de Pascua fue degollado... ¡por mandato de su propio padre! El anuncio de la Buena Nueva no es como una rosa sin espinas, todo campo cultivado por estas hermosas flores tiene también las espinas, que, a las veces, son más que las flores. Si Hermenegildo no renegó de la verdadera fe, no tenemos por qué hacerlo nosotros que hemos recibido tanto del Señor. Al contrario, como discípulos–misioneros debemos llevar con ahínco el mensaje de salvación. Cristo está vivo y lo sentimos desde dentro, en la medida que experimentamos la necesidad de que otros le conozcan y le amen. Que María Santísima, a quien ahora contemplamos gozosa por la resurrección de su Hijo el Señor de la Vida, interceda para que, con valentía, anunciemos el gozo de la Pascua. ¡Bendecido lunes de la Octava de Pascua!
Padre Alfredo.
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