lunes, 20 de abril de 2020

«Renacer de lo alto»... Un pequeño pensamiento para hoy


Mientras Jesús estaba en Jerusalén para celebrar la Pascua del año 30, hizo milagros asombrosos. Así que muchas personas empezaron a creer en él. Nicodemo, un fariseo y miembro del tribunal supremo judío o Sanedrín, que es el protagonista de la escena evangélica de hoy (Jn 3,1-8) quedó sumamente impresionado. Como quería saber más acerca de Jesús, lo visitaba de noche, probablemente por temor a que otros líderes judíos lo vieran y se manchara su reputación. A Nicodemo le costaba entender lo que Jesús le estaba enseñando sobre el Reino. Por eso, Jesús le da en el trozo evangélico de hoy, más detalles sobre la función especial que tiene en la Tierra como Hijo de Dios. Le dice que hay que renacer de lo alto, es decir, iniciar una nueva vida, quemar el hombre viejo y estrenar el hombre nuevo. Claro está que nacer de nuevo no significa un renacimiento físico; sino algo espiritual. Se refiere a ese cambio en el corazón; pasar de la indiferencia u hostilidad hacia Dios al amor y devoción por Él, y el deseo de vivir según su buena voluntad, poniendo la propia miseria al servicio de su misericordia, como decía la beata María Inés Teresa.

La beata italiana Clara Bosatta (+1887) fue algo que entendió muy bien. Desde pequeña, gracias a las enseñanzas que escuchaba de labios de las madres Ursulinas, Clara fue entendiendo que, para entrar en el Reino de los Cielos, para aceptar a Cristo en el corazón y seguirle, hay que renacer de lo alto. De hecho, fue descubriendo su vocación y quería ser religiosa, pero no reunía el perfil que pedían. Sufrió un buen tiempo por esto y su hermana Marcelina la acogió con los brazos abiertos y la consolaba recordándole que el tiempo es de Dios. El Párroco de Pianello, el lugar donde vivían, don Carlos Coppini, reunió un grupo de chicas, entre las que estaba Marcelina, con el fin de colaborar con él en las obras de la Parroquia: la catequesis, visitar a los enfermos, etc. Marcelina, que es la responsable, propuso a Clara integrarse en el grupo. La beata se decidió, aunque lo único que tenía claro es que quiere consagrar su vida al Señor y vivir el Evangelio renaciendo así de lo alto. Hizo la profesión religiosa y se entregó totalmente a Dios. Tras la muerte de Don Carlos Coppini parece como si todo se acabase. Pero llegó a Pianello Don Guanella que soñaba desde hace mucho con fundar una congregación religiosa y se encontró con estas jóvenes deseosas de servir a Dios y de ayudar a los pobres. Marcelina, se va a visitar al nuevo cura del que había oído de todo y se queda maravillada de su sencillez y su pobreza. «Este debe ser un santo, dice a las demás compañeras, desde ahora será nuestra guía».

Clara fue descubriendo que para seguir con sus anhelos de hacer vida el Reino de Dios en su ser y quehacer de cada día podía confiar en Don Guanella y le abrió su corazón. Don Guanella se dió cuenta que estaba tratando con alguien muy especial y la ayudó a recorrer el camino de la santidad. La veía a la cabecera de los enfermos sin contar el tiempo, cuidándoles con inmensa ternura. La veía hablando con Dios largo tiempo. Viviendo sencillamente con muchos sacrificios y con una gran devoción a Jesús Crucificado. El corazón grande de Jesús, le atraía más y más y le animaba a tener también ella un corazón abierto y disponible para los demás, un corazón nuevo en el que todos cupieran. Intentaba siempre amar con todas sus fuerzas sabiendo que el Amor es el más grande de los mandamientos, la esencia del Evangelio. Murió el 20 de abril de 1887 ofreciendo su vida por la congregación que apenas estaba naciendo. San Juan Pablo II, la beatificó el 21 de abril de 1991 poniéndola de modelo para toda la familia formada por las Hijas de Santa María de la Providencia y los Siervos de La Caridad, y para la Iglesia entera. Benedicto XVI canonizó a don Guanella el 23 de octubre de 2011. Es hermoso el cruce de caminos en las vidas y siempre, cuando se busca a Jesús, como lo buscó Nicodemo y Clara Bosatta, se le encuentra. Que María Santísima nos abra el corazón también a nosotros para buscarle e imitarle. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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