El domingo de Pascua abre un período festivo que se prolonga durante la cincuentena pascual o tiempo de Pascua. esta cincuentena pascual es el tiempo simbólico que recuerda a Cristo resucitado presente en su Iglesia, a la que hace donación de la Promesa del Padre, que es el Espíritu Santo. El tiempo de Pascua es, por tanto, un tiempo fuerte del año litúrgico, de tanta importancia como la Cuaresma, a la que supera no sólo en duración, sino, sobre todo, en simbolismo. La Cuaresma es figura de esta vida de prueba y tentación por la que atravesamos en este mundo; la Pascua, en cambio, representa la eternidad, la perfección de la meta que es la vida eterna. Es tan importante la Pascua, que la preparamos durante 40 días (la cuaresma, tiempo por todos conocido). Y es tan transcendental como tiempo litúrgico, que la prolongamos durante una semana como si fuese el mismo domingo de resurrección (la octava de Pascua) y la celebramos durante… ¡cincuenta días! (la cincuentena pascual, tiempo litúrgico por muchos desconocido) . Por otra parte, el tiempo pascual es el tiempo litúrgico dedicado al Espíritu Santo que ha brotado del costado de Cristo muerto en la cruz, y por ello, es también el tiempo modélico y emblemático de la Iglesia.
La mejor vivencia de la Pascua para el Ministro Extraordinario de la Comunión Eucarística (M.E.C.E.), como de toda la liturgia, es su interiorización. En ella conmemoramos el paso de la muerte de cruz a la nueva vida de la resurrección; en efecto, mientras ante nosotros se renueva y perfecciona el prodigio realizado por Dios en beneficio del pueblo de Israel, arrancándolo de la esclavitud de Egipto, dicho portento se realiza ahora también en relación con cada ministro extraordinario, en cuanto que con Cristo y en Cristo, se sabe arrancado cada vez más enérgicamente de la muerte del pecado e introducido en una nueva vida, la cual, a su vez, se proyecta, en el ministerio —tanto en las celebraciones de la Santa Misa como en la distribución de la Sagrada Comunión a los enfermos— hacia el último cumplimiento, que tendrá lugar cuando, en la Parusía de Cristo (segunda venida), seamos introducidos en la eterna resurrección, en la tierra de la última promesa, en el imperecedero Reino de Cristo y de su Padre.
El M.E.C.E. ha recibido con su ministerio, un don que lo marca, de manera que, en la vida cotidiana, no se olvida de su compromiso y sabe que cada momento de su existencia tiene que orientarse efectivamente en el sentido de la Pascua: «Ya que han resucitado con Cristo, busque los bienes de arriba» (Col 3,1-4), dando testimonio con las obras del compromiso que anima al pueblo de Dios. Se trata de ser «luz» como Cristo, para prolongar la luz que emana del Cirio Pascual dejando las obras de las tinieblas para vivir como hijos de la luz e iluminar a todos aquellos que saben qué clase de ministerio hemos recibido. Esta es la espiritualidad pascual del ministro extraordinario de la comunión, la espiritualidad del Éxodo, del Cordero inmolado, del bautismo, de la Eucaristía, de la resurrección, del camino de seguimiento y de servicio de Cristo. La vida Sacramental en la Iglesia supone el Deposito Pascual hecho ministerio, sin perder de vista que Cristo es la Justificación de todo ministerio y su razón de ser, en su Sacerdocio celebramos la Pascua y renovamos su presencia constante que sostiene el «sí» que hemos pronunciado al asumir nuestro compromiso.
Los M.E.C.E. deben ser «gente de Pascua». Deben desempeñar su ministerio con un renovado optimismo y una visible alegría, fruto del gozo interior que trae el Resucitado. Los M.E.C.E. deben expresar el espíritu de fiesta de quien vive de fe, beben de la Pascua y se nutren de la fuerza de la Resurrección de Jesús. El tiempo Pascual, es de vital importancia para que el ministro extraordinario acreciente su relación personal con Jesucristo vivo y presente en la Eucaristía y esta relación atraiga a más personas a conocer a Dios y a reconocerlo vivo en la Hostia Consagrada. Cada ministro debe cultivar la conciencia de la dimensión espiritual profunda de la vida cotidiana. Los M.E.C.E. deben abrazar una espiritualidad que proclame la presencia de Dios en el mundo para guiar a los demás a experimentar más íntimamente a Dios en sus propias vidas. El Cristo de la Pascua, es el mismo que se ha quedado para siempre con nosotros en la Hostia Consagrada. Adoramos en la Eucaristía al Cordero inmolado, uniéndonos al júbilo de miradas de ángeles y santos en el cielo (Ap 5,13-14). La presencia de Cristo en la Eucaristía después de la Celebración de la Santa Misa, pertenece a la fe de la Iglesia desde el principio. San Cirilo de Alejandría, a quienes pensaban que los residuos de la eucaristía ya no eran santificantes, les decía: «Ni se altera Cristo, ni se muda su sagrado Cuerpo, sino que persevera siempre en él la fuerza, la potencia y la gracia vivificante» (MG 76,1075: EL 445). Sin embargo, la práctica popular de la adoración eucarística se extendió sobre todo a partir del siglo XIII. El concilio de Trento aprobó esta devoción solemnemente (Dz 1643), y las aprobaciones de la Iglesia se han reiterado después, también en el Vaticano II (PO 5e, 18c). Cristo, el Señor, «en la reserva eucarística debe ser adorado, porque allí está substancialmente presente por aquella conversión del pan y del vino que, según el concilio de Trento, se llama apropiadamente transubstanciación» (Eucharisticum mysterium 3ef: EL 901; +Ritual para el culto de la eucaristía fuera de la misa 1-4).
Una práctica litúrgica y devocional que en este tiempo de Pascua puede ayudar mucho al M.E.C.E., es precisamente la participación en la Hora Santa, de manera que ese compartir con el Señor de la Eucaristía en adoración, fortalezca el ministerio que se desarrolla en su nombre. Frente a Jesús Eucaristía, el ministro extraordinario puede hacerse una serie de preguntas como estas que propone el Papa Francisco en una de sus catequesis: «¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, qué se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o es algo más? ¿La Eucaristía que celebro, me lleva a sentirlos de verdad a todos, como hermanos y hermanas? ¿Crece en mí la capacidad de alegrarme con los que están ale-gres y de llorar con los que lloran? ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús? Todos vamos a misa porque amamos a Jesús y queremos com-partir su Pasión y su Resurrección en la Eucaristía ¿Pero amamos, como Jesús quiere que amemos a aquellos hermanos y hermanas necesitados?» (Cf Papa Francisco, Audiencia general, 12 de febrero de 2014). Este puede ser un momento propicio para la comunión espiritual. Santa Teresa de Ávila decía: «Pueden comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho» (Camino de Perfección. 35,1; cf. Mediator Dei 29). Y es indudable que la adoración eucarística del M.E.C.E. tiene una dimensión reparadora por los pecados que se come-ten en el mundo entero. «Jesús, que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero» era el anhelo de la beata María Teresa y debe ser el nuestro al estar frente a Jesús Eucaristía.
El señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, derrama de hecho sobre cada uno, todo su amor y misericordia, para renovar, en especial en el tiempo de Pascua, nuestros corazones, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Es por ello que comúnmente cuando uno se acerca a este sacramento se dice «recibir la comunión», esto significa que en la potencia del Espíritu Santo la participación de la mesa eucarística se conforma en manera única y profunda a Cristo, haciéndose pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde con todos los instantes tendremos la gloria de contemplar a Dios, cara a cara.
Nunca nos cansaremos de agradecer a Dios por el don de la Eucaristía, es un don tan grande, y los M.E.C.E. están en constante contacto con esta presencia del Señor en su Eucaristía, por esto es tan importante vivir la Misa de cada domingo como algo único, no solamente para ir a servir ayudando a dar la comunión, sino sobre todo para recibir la comunión, este Pan que es el Cuerpo de Cristo, que nos salva, nos perdona, nos une al Padre, que nos fortalece. Por ello, cada domingo debe ser muy importante para el ministro extraordinario, más que el día que lleva la comunión a los enfermos, más que la cantidad de formas consagradas que reparte. Por otra parte, sabemos que nunca terminaremos de entender todo el valor y riqueza que este don divino encierra. Pidámosle entonces al Señor, en este tiempo de Pascua, por todos los M.E.C.E. para que este sacramento pueda seguir manteniendo viva en la Iglesia su presencia y a plasmar a nuestras comunidades en la caridad y en la comunión según el corazón del Padre. El corazón del ministro extraordinario se llena de confianza y de esperanza pensando en las palabras de Jesús recogidas en el evangelio: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54). Sigamos siendo servidores de Jesús Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría comunitaria, de preocupación por los enfermos, y por las necesidades de tantos hermanos y hermanas, en la certeza de que el Señor realizará aquello que nos ha prometido: la vida eterna. Cada Misa actualiza el misterio pascual de Jesús que se ha que-dado ahora en la Eucaristía también para recibir nuestra adoración mientras llega el día sin ocaso, la Pascua Eterna. Y así oramos al Padre: «Al celebrar ahora el memorial de nuestra redención, recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos, proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha; y mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos su Cuerpo y Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo» (Plegaria Eucarística IV).
María Santísima es la «mujer pascual» por excelencia, la que más y mejor vivió con Cristo su muerte y resurrección y la que, por lo mismo, nos acompaña muy de cerca en nuestro itinerario pascual. Podemos contemplar cómo ella reconocería la voz de su Hijo Resucitado en la liturgia de la palabra, cómo se uniría a él y a la Iglesia en la alabanza y la súplica, cómo participarla en el sacrificio de la cruz en el altar ella que estuvo en el Calvario, con qué totalidad y fuerza de amor se ofrecería con Cristo y su Cuerpo al Padre, cuál sería su fe y amor a la hora de comulgar el cuerpo y la sangre de su propio Hijo... ¡a vivir la Pascua con María!
Padre Alfredo.
Nota: A veces a los Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística se les llama «Ministros Extraordinarios de la Eucaristía» o simplemente «Ministros de la Eucaristía». Hay que tener cuidado con estas expresiones, porque estos nombres no son correctos y pueden causar confusión, ya que ordinariamente se entiende como «Eucaristía» a la celebración de la misa, de la cual solamente son ministros el Obispo y el Presbítero (sacerdote). No hay, ni ha habido nunca, «ministros extraordinarios» para celebrar la Misa. Por ello, debe llamárseles: «Ministros Extraordinarios de la Comunión Eucarística» (M.E.C.E.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario