Estamos ante una realidad externa que nos ha afectado a todos y ha cambiado nuestra forma de celebrar la fe. Hace ya bastante que escribo mi «pequeño pensamiento» cada día y nunca me había enfrentado a esto de pensar que la inmensa mayoría de quienes me leen no estarán celebrando la Eucaristía ni la verán por alguno de los medios que la tecnología nos provee. Es, como estamos viendo, un momento de practicar de alguna manera muy especial, el sacerdocio bautismal y de valorar la comunión espiritual. Como bautizados y por eso miembros de una Iglesia, tenemos la oportunidad de «vivir la fe» y «celebrar la vida» de una manera muy particular. El Evangelio de este domingo es uno muy conocido, tal vez el más popular de los relatos del tiempo de Pascua, el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). El relato que nos enseña que, para el hombre y la mujer de fe, esperar es siempre «esperar contra toda esperanza», y que hay que seguir luchando por el amor y la alegría de saber que el Señor está vivo. Es ver que quizá por lo que alcanzamos a ver el mundo no tiene arreglo y, por eso, estamos llamados a dar la vida para arreglarlo.
Como en Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría santificadora de la resurrección en medio de esta situación tan confusa. San León Magno, uno de los grandes santos de la Iglesia, explica el profundo cambio que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones y lo dice así: «Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada» (Sermón 73). Nuestro reencuentro con Cristo resucitado en estos tiempos de pandemia, debe dar sentido evangélico a todo nuestro ser y quehacer de las cosas sencillas de cada día que para muchos ahora se limitan a un pequeño espacio físico, pero a un grande campo espiritual.
En la medida en que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor, en medio de todo este acontecimiento extraordinario, estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de la humanidad, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida y más, en las cosas y detalles pequeños de cada día en lo ordinario de un confinamiento que no nos puede arrebatar la alegría de la Pascua. Que la Reina de los Ángeles, la inmaculada Virgen María, la Señora de la alegría pascual, nos alcance de su Hijo el consuelo de una fe renovada, la salud de los enfermos y la protección de nuestro pueblo ante este coronavirus Convid-19. Desde hace unos días, cada noche nos congregamos un buen grupo de amigos gracias a la virtualidad de Facebook a rezar el Rosario, sabemos que con María todo y sin ella nada y que, como Madre del Amor Hermoso, que es su Hijo Jesús, no nos dejará y nos ayudará a vivir una Pascua en un estilo que, si es nuevo y sumamente diverso a como hemos vivido, nos llenará de alegría el corazón. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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