Durante este tiempo de silencio y aislamiento tan especial, aunque sea ya Pascua y no Cuaresma, nosotros seguimos como Jesús en el desierto y ya son más de 40 días para muchos. No cabe duda de que ha sido la oportunidad de oro para emprender un camino de conversión. Durante estos días que parece que se alargan y se alargan, muchos que viven solos experimentan la necesidad de sentirse acompañados, la angustia de no tener trabajo ni dinero para comprar comida afecta a otros, el miedo a enfermarse y a no ser atendidas debidamente paraliza a otros tantos, hay a quienes les sofoca la ansiedad del aislamiento, la posibilidad de no poder ver a un familiar morir ni enterrarlo por haber contraído el virus ha sido historia de unos más... Nos damos cuenta de que solo de la mano de Dios y bajo la mirada consoladora de María podemos generar esperanza, porque ciertamente estamos en una situación del todo irregular que no lograremos entender si no es gracias a la fe.
La palabra de Dios siempre nos conforta, y hoy tenemos el Evangelio que nos consuela (Jn 6,30-35) para que no olvidemos que tenemos el pan de la palabra, el pan de la Escritura Sagrada, el pan del Evangelio que nos alimenta y nos conforta. Como dice un artículo que leía en estos días: «Es hora de recuperar la Palabra y el silencio. Los medios virtuales pueden ser usados para ofrecer actividades que ayuden a acompañar y a discernir lo que se está viviendo desde la Palabra de Dios que se encarna en nuestras casas hoy. Si no recuperamos la centralidad de la Palabra, estaremos devaluando el sentido mismo de la Eucaristía, que consta de dos partes por igual: la celebración de la Palabra y la celebración del Pan, sabiendo que la celebración del Pan nace de la Palabra, y no al revés. Si no es posible encontrarnos todos y santos como Pueblo de Dios en torno al Pan, sí es posible que nos encontremos alrededor de la Palabra» (Es la hora de ayunar del Pan y aprender a comulgar con la Palabra, de Rafael Luciani en revista Phase Ed. 356 extra).
Hoy celebramos a San Luis María Grignon de Montfort, el gran amante de la Santísima Virgen. En 1693, a los 20 años, siente el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no era favorable, pero cuando su papá vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis sale de su casa hacia París movido por la palabra de Dios, caminando 300 kilómetros hacia el seminario en París y hace un voto de vivir de limosnas. En el seminario fue bibliotecario, allí San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para el, la fundación de toda su espiritualidad Mariana. A los 27 años, fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: «ser esclavo de María». Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida, pero no se detenía a pensar en sí, sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Dios a lugares muy distantes. El Papa Clemente XI le dio el título de Misionero Apostólico. Ha dejado en herencia varios libros siendo el más conocido el «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen». A ella precisamente le pedimos que nosotros también tengamos mucho amor a la Palabra de Dios y queramos ser misioneros de todo tiempo y lugar, sobre todo con la oración y el sacrificio. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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