1. Hace 20 siglos, la ciudad de Jerusalén estaba inquieta. Habían crucificado allí a Jesucristo, quien había venido y se había proclamado como Salvador. Se oscurecía el sol y la tierra temblaba. Los soldados romanos que custodiaban a Jesús también se decían los unos a los otros: «verdaderamente era el Hijo de Dios». Al caer la tarde, José de Arimatea, un consejero rico, y Nicodemo, siendo ambos discípulos de Nuestro Señor, fueron al Calvario. Poncio Pilatos, el gobernador romano de Judea, había cedido al atrevido ruego de José para llevarse el cuerpo de Jesús. Quitaron de la Cruz el cuerpo y lo envolvieron en finos linos.
2. En un jardín no muy lejano del monte Calvario, había una tumba nueva que pertenecía a José de Arimatea. Allí colocaron a Jesús, cubriéndole la cara con un pequeño trozo de tela. No podían hacer más porque era ya la víspera del sábado, su día de descanso. Después de cubrir la entrada de la tumba con una losa de piedra, se fueron.
3. Al día siguiente, los Sumos Sacerdotes y los Fariseos, fueron a donde estaba Pilato y le dijeron: «Este hombre quien se decía el Cristo —es decir, el Ungido—, cuando aún estaba vivo, dijo a todo el mundo que después del tercer día resucitaría. Danos una escolta para su tumba, de manera que podamos evitar que sus discípulos roben su cuerpo y luego digan a la gente que se ha levantado del sepulcro resucitando. Consiguieron el permiso del gobernador romano y sellaron la tumba, Poniendo allí centinelas para que vigilaran de día y de noche.
4. Un poco antes del amanecer del tercer día, hubo un temblor de tierra. Cuando había llegado a su mayor intensidad, algo sucedió. Los soldados romanos, que vigilaban allí, se aterrorizaron ante el hecho, cayendo al suelo como muertos.
5. Cuando los guardias romanos volvieron en sí, encontraron la tumba vacía, corrieron a la ciudad y dijeron a los sacerdotes que algo había ocurrido. Los sacerdotes ofrecieron dinero a los soldados para que mintieran diciéndole a todo el mundo que los discípulos de Jesús vinieron por la noche mientras ellos dormían y se llevaron su cuerpo.
6. Mientras el sol comenzaba a surgir aquel mismo día muy de madrugada, María Magdalena acompañada por otras mujeres, se pusieron en camino hacia el sepulcro en donde sabían que estaba el cuerpo de Jesús. Llevaban con ellas especias dulces para untar el cuerpo del Salvador, como era la costumbre y no alcanzaron a hacerlo la víspera de la Pascua. Acercándose se preguntaban quién les podría ayudar a remover de la entrada la pesada losa de piedra. Sin embargo cuando entraron en el jardín, vieron que la pesada piedra había sido ya removida de la entrada y que la tumba estaba vacía. María Magdalena, temiendo lo peor, se volvió para decir a los apóstoles Pedro y Juan, que se habían robado el cuerpo de Jesús.
7. Las otras mujeres entraron en la tumba y se fijaron en que el cuerpo no estaba allí. Un ángel vestido de blanco, guardando el sepulcro vacío les habló y les dijo: «Por qué buscan al que vive entre los muertos, no está aquí. Recuerden lo que dijo él, qué sería sacrificado muerto y sepultado para resucitar al tercer día». Las mujeres recordaron aquellas palabras proféticas de Jesús. Llenas de asombro de todo lo que habían visto y oído en aquella primera mañana de Pascua, se fueron para contar a los discípulos de la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.
8. Cuando María Magdalena encontró a los apóstoles, Pedro y Juan, les dijo con angustia: «Se han llevado a Cristo de la tumba y nosotros no sabemos dónde lo han puesto». Los dos apóstoles salieron a toda prisa hacia el jardín donde estaba el sepulcro.
9. Juan corrió más rápidamente que Pedro y llegó primero, pero esperó a que Pedro llegara. Cuando Pedro le alcanzó, entraron los dos en la tumba, primero Pedro, y la encontraron vacía, con excepción de los linos donde habían devuelto su cuerpo, que se veían plegados nítidamente. Ellos también, se recordarán que Jesús había dicho que resucitaría al tercer día de su muerte. Entonces Juan vio y creyó. Extrañados se alejaron de la tumba.
10. Cuando María Magdalena volvió a la tumba, pero supo que ya habían ido allí Pedro y Juan. Después de mirar tristemente la tumba vacía, se sentó junto a la piedra que había cubierto la entrada y comenzó a llorar. Jesús apareció y le preguntó: «¿Porque lloras?». Creyendo que quien hablaba era el jardinero, respondió María: «porque se han llevado el cuerpo de mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto. Si eres tú quien se lo ha llevado, dime dónde le has puesto».
11. Jesús pronunció el nombre de ella dulcemente diciéndole: «¡María!». Reconociéndole al instante, María exclamó: «¡Maestro!» y arrodillándose le abrazó los pies. «No me toques —dijo Él— porque no he subido a mi Padre». Ve adonde están mis hermanos y diles que ascenderé a mi Padre y a mi Dios. María corrió hacia donde estaban los discípulos y les dijo: «He visto a Cristo nuestro Señor».
12. El mismo día, pero más tarde, dos de los discípulos de Jesús iban caminando de Jerusalén hacia la pequeña villa de Emaús en donde vivían. Mientras hablaban el uno al otro, Jesús, apareciendo a su lado se les se acercó y les preguntó: «¿Porque hablan tan tristemente?» Cleofás, quien no le reconoció, dijo: «¿Eres extranjero en Jerusalén, de manera que no sabes nada de los sucesos singulares de los días pasados?». «¿Cuál es sucesos?» inquirió Jesús. Y Cleofás le dijo: «No has oído hablar de Jesús de Nazaret, quien era un gran profeta, y de cómo los sacerdotes y nuestro jefes le crucificaron. Habíamos esperado que salvar a Israel». «¿No debía sufrir Cristo antes de entrar en su gloria?» les amonestó Jesús, y comenzando con Moisés y los profetas, les explicó mientras que caminaban, todas esas cosas que se profetizaron en la Escritura sobre su nacimiento y su muerte.
13. Cuando, por fin, llegaron a la puerta de su casa en Emaús, Jesús siguió caminando, no deseando inmiscuirse. «¡Quédate con nosotros!», le pidieron, porque ya se hace tarde y el día declina.
14. Jesús aceptó y entrando se sentó a comer con ellos. Antes de tomar la comida, bendijo el pan. Al verle bendecir al pan, los dos discípulos notaron de inmediato quién era. En el mismo instante Jesús desapareció de su vista. Ambos exclamaron: «¡Qué no nos ardía el corazón mientras él no se explicaba las escrituras!». Llenos de alegría, se levantaron de la mesa y volvieron a Jerusalén para decir a los otros discípulos que Jesús se les había aparecido.
15. En Jerusalén, Cleofás y su compañero encontraron a los apóstoles juntos en un cuarto, las puertas habían sido aseguradas por dentro ante el temor de los judíos . Uno de los apóstoles les saludo diciendo: «El Señor ha resucitado verdaderamente y se apareció a Pedro». A su vez los dos discípulos dijeron como Jesús se les había parecido en el camino a Emaús y había desaparecido de nuevo durante la cena.
16. Mientras que hablaban, Jesús se apareció en medio de ellos, y los apóstoles se asustaron del miedo, creyendo ver un espíritu. «¿Porque están inquietos?» les preguntó Jesús. «Miren mis manos y mis pies, pueden convencer sé que soy yo. Pueden tocar mis heridas. Un espíritu no tiene carne y hueso como yo». Jesús les enseñó sus pies y manos que habían sido clavadas en la cruz, y aún quedaban sus heridas. Tomó entonces Jesús un trozo de pescado y un poco de miel. Viendo que al fin le creían, les habló de su misión en la tierra. «Está escrito —dijo— que Cristo sufriríais y resucitaría al tercer día y que debían predicarse el arrepentimiento y la remisión de los pecados en su nombre».
17. El apóstol Tomás no estaba allí cuando Jesús apareció a los otros. Tomás no quería creer en el milagro. «Hasta que yo no ponga mis dedos en las huellas de los clavos y pueda poner mi mano junto a él, no creeré» declaró. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo a los apóstoles y Tomás estaba con ellos. «Dame tu mano, pon aquí tu dedo —le mandó a Tomás— y toca las huellas dejadas por los clavos en mis manos. Por aquí tu mano y tócame mi cuerpo». Tomás hizo lo que le mandó el Señor y exclamó Señor mío y Dios mío. Luego Jesús le dijo: «Tú crees porque me has visto, benditos sean aquellos que crean sin ver.
18. Unos días más tarde vieron de nuevo a Jesús. Después de haber pescado toda la noche en el mar de Galilea, sin logra sacar nada, arrojaron la red a donde el Señor les indicó, y la hallaron tan llena de pescados, que era difícil arrastrarla a la barca. Juan, reconociéndoles, dijo a Pedro: «¡Es el señor!» Pedro no puedo esperar y se lanzó al agua y nadó hasta la costa. Cuando desembarcaron encontraron listo un fuego con algo de pescado y pan puesto para ellos Pedro les ayudó a arrastrar la red a tierra repleta de una rica pesca. «Vengan a comer, traigan algo de lo que pescaron», dijo Jesús y les dio pan y pescado.
19. Después de cenar, Jesús preguntó a Pedro: «¿Me amas más que estos?» Pedro replicó: «Sí, Señor, tú sabes que te amo por sobre todas las cosas». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Dos veces más repitió Jesús su pregunta y estando seguro de que Pedro de verdad le amaba, le dijo: «Apacienta a mis ovejas y atiende a mis corderos». Esto afligió mucho a Pedro, porque hacía pocas semanas que había renunciado tres veces a Jesús diciendo que no lo conocía. Pero Jesús profetizó que Pedro le serviría por muchos años y al fin sería crucificado.
20. Llegando a la hora que Jesús tuvo que partir dejando a sus discípulos, les condujo a la cumbre del monte de los Olivos. Allí les bendijo y les mandó: «Vayan y enseñan a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñales a observar mis mandamientos. Yo estaré con ustedes siempre hasta el fin de los siglos».
21. En el momento en que bendecida a sus discípulos, tuvo lugar un milagro. Se abrió el firmamento y Jesús ascendió al cielo. Sus discípulos, volvieron a Jerusalén alabando a Dios Nuestro Señor.
* Las escenas de la resurrección de Jesús, están en el Evangelio en los siguientes capítulos y versículos de los 4 evangelistas y en el libro de los Hechos de los Apóstoles:
Mateo 28,1-20.
Marcos 16,1-20.
Lucas 24,1-53.
Juan 20,1-21,25.
Hechos 1,3-11.
Padre Alfredo.
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