Hoy comienzo la reflexión con una historia. Durante 16 años, un hombre llamado John Joseph Kovacs, junto con otros hombres ilegales en los Estados Unidos que a veces se llamaban a sí mismos «los topos», vivió en un túnel abandonado del tren urbano en la ciudad de Nueva York. Cuando la compañía Amtrak compró el túnel y se dispuso a volverlo a emplear, John se vio obligado a buscar un lugar donde vivir en la superficie. Según el diario The New York Times de aquel entonces, John Joseph vino a ser la primera persona escogida para un nuevo programa dispuesto para trasformar a vagabundos en hacendados. Después de haber pasado un tercio de su vida en un túnel del tren, dejó su existencia subterránea para dedicarse a trabajar en una granja orgánica en la zona norte del estado de Nueva York. De su propia experiencia comparte: «El aire será mejor allá. No voy a echar nada en falta. No voy a volver a este lugar». Este relato tan sencillo, que encontré en un librito en casa de mi madre, me hizo ir a esta cuarentena tan especial que estamos viviendo como «los hombres y las mujeres del túnel», pues algunos llevamos ya más de un mes sin salir a la calle y quienes tienen que salir por su trabajo o por otros menesteres necesarios, dicen que se vive fuera un ambiente diferente.
Esto me está ayudando a entender más el sentido de la Pascua después de la Cuaresma e ir a los corazones apachurrados de los discípulos de Emaús, de los que nos habla el Evangelio de hoy (Lc 24,13-35) y entender su tristeza y su dolor. Están metidos en un túnel de desesperanza. Vuelven a su casa y ya no esperaban nada. «Nosotros esperábamos...» dicen. Estas palabras están llenas de una esperanza perdida. Me imagino su decepción, la oscuridad de todo y pensando en la cuarentena me parece caminar con ellos y escucharlos, porque, en toda vida humana, este túnel oscuro acontece algún día: una gran esperanza perdida, una muerte cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida. El relato de san Lucas ha sido elaborado totalmente para hacernos comprender cómo se puede salir del túnel oscuro y reconocer a Jesús en un cambio de vida... cómo se avanza lentamente de la oscuridad y la tristeza a la fe. «El aire será mejor allá. No voy a echar nada en falta. No voy a volver a este lugar» dijo John Joseph al saber que no tenía que volver a vivir la misma situación del pasado. Si pudiésemos vernos como nos ve nuestro Señor, nos daríamos cuenta de que cada hijo de Dios ha tenido, tiene o tendrá, una experiencia similar. También hemos sido escogidos para dejar una existencia oscura y sucia para recibir la dignidad.
Hoy nos adentramos un poco en la vida del beato César de Hus, en Aviñón, de la Provenza, en Francia. El beato César vivió una vida llena de oscuridades y cosas tremendas en una vida cegada por la mundanidad en la que estaba inmerso. Luego de su conversión, no quiso volver a tras y se entregó por entero a la predicación y a la catequesis, fundando la Congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana, para que la institución diera gloria a Dios con la instrucción de los fieles. Si tan sólo viéramos nuestra antigua vida o los momentos de oscuridad como estos de la pandemia con la claridad de visión de John Joseph o del beato César de Hus, también nosotros sabríamos que no hay nada de bueno en la oscuridad y en la desesperanza, y no querríamos volver. En el caso de John vemos el cambio de vida corporal, en el caso de César el cambio de vida espiritual, pero todo entra siempre en la Providencia y en los designios de Dios. Para que John saliera del túnel se ocupó que la compañía de trenes quisiera volverá a habilitar el túnel; para que César se convirtiera Dios se valió de su Madre Santísima que, en una visión, le hizo ver al beato su negro pasado y la riqueza espiritual que le esperaba para compartirla, influyendo en grandes educadores catequistas, como san Juan Bautista de La Salle y san Marcelino Champagnat. Dejemos que la Providencia de Dios y el amor a María nos ayuden a nosotros también y pidamos al Señor que nos ayude a tener entusiasmo y no volver de nuevo al túnel. Los discípulos de Emaús —vuelvo al relato evangélico— ya no volvieron atrás, al contrario, corrieron a dar la noticia de que el Señor estaba vivo y resucitado. Un gran futuro nos espera siempre si abrimos el corazón a la novedad de vida y a la esperanza. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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