viernes, 17 de abril de 2020

La riqueza de los jóvenes y la exhortación «Christus vivit»...


Ahora que estamos en cuarentena, por esta situación tan inesperada del coronavirus, el covid-19, he pensado mucho en la gran riqueza de valiosos jóvenes que han tenido muy buenas y fructíferas iniciativas para que vivamos la fe desde casa. Me viene a la mente el arduo trabajo del mes de octubre de 2018, cuando se desarrolló en Roma la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos tocando el tema de los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional y le he vuelto a echar una mirada al documento «Christus vivit».

El Papa Francisco participó con mucha intensidad de aquellas jornadas sinodales, haciendo un estimable ejercicio de escucha. Las conclusiones a las que llegó el Santo Padre, fruto de sus reflexiones y de las aportaciones hechas por los participantes, dieron lugar a esa exhortación apostólica postsinodal titulada «Christus vivit» (ChV) y que siento que en la Iglesia poco hemos conocido y difundido.

Esta carta, dirigida especialmente a los jóvenes, debe leerse iluminada con el Documento final del Sínodo (27-10-2018) y con el Instrumentum laboris que se confeccionó para el mismo, fruto de un trabajo muy intenso previo, lleno de aportaciones que llegaron a la secretaria del Sínodo desde todo el mundo y, también, por el trabajo hecho en el pre-sínodo de los jóvenes.

Creo que «Christus vivit» es un documento muy original en su planteamiento y que no podemos reducir el contacto con él solamente a una única vez que se lea. El Vicario de Cristo ha querido, en muchos momentos, dirigirse directamente a los jóvenes y lo hace con un lenguaje directo e incisivo, buscando el diálogo con ellos y buscando también respuestas a interrogantes importantes que les plantea directamente que deben estudiarse en los grupos juveniles y de manera particular. El Papa busca intriducir a toda la Iglesia en una reflexión pastoral que nos debe mover a redescubrir la sinodalidad como tarea fundamental en nuestra Iglesia y a realizar procesos de discernimiento eclesial que nos lleven a renovar la forma en la que se desarrolla la pastoral juvenil en una constante revisión y con el dinamismo que caracteriza a esta etapa de la vida.

Francisco centra su escrito en lo nuclear del mensaje cristiano que da título al propio documento: «¡Cristo vive y te quiere vivo!». El Papa quiere recordar algunas convicciones de nuestra fe, alentando a todos, especialmente a la gente joven, a crecer en santidad y en el compromiso con la propia vocación (cf. n. 3).

Los capítulos 4, 8 y 9 del documento, son muy incisivos y directos y en ellos el Santo Padre procura mantener un dialogo con los jóvenes presentándoles la fuerza de Cristo resucitado, la necesidad de descubrir la propia vocación y la búsqueda de un adecuado ejercicio de acompañamiento y discernimiento personal.

En el capítulo 7 el Vicario de Cristo nos introduce en una reflexión que nos lleve a revisar nuestra pastoral juvenil, abriendo sugerentes horizontes muy en consonancia con su propuesta pastoral en «Evangelii gaudium».

Yo creo que hay que seguirse asomando a este documento que el Papa ha escrito a los jóvenes y caminar con ellos, especialmente acompañando a los jóvenes que tenemos en nuestros grupos parroquiales. Ellos, como dice el Santo Padre: «¡son el presente de nuestra Iglesia y los necesitamos en nuestra tarea evangelizadora!» En estos tiempos difíciles nos hemos dado cuenta de las valiosas aportaciones que son capaces de dar a la Iglesia. Han sido, en medio de l pandemia hsta hoy, los grandes evangelizadores de las redes sociales, por ejemplo.

Me encontré por ahí 20 puntos muy importantes para captar la esencia de este valioso documento y las quiero compartir no solamente con mis jóvenes amigos, sino con todos aquellos que, con la «juventud acumulada en nuestros años» —como decía la beata María Inés—, queremos caminar con ellos, acompañarlos, alentarlos y ayudarles a vivir su compromiso bautismal dentro y fuera de la Iglesia:

1. «¡Cristo vive y te quiere vivo!»

Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero di­rigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: «¡Él vive y te quiere vivo!» (Chv 1).

2. Queremos una Iglesia rejuvenecida.

Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pa­sado, detenerla, volverla inmóvil. También pidamos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mi­metiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente (Chv 35).

3. «Los miembros de la Iglesia no somos bichos raros».

Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser «bichos raros». Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apósto­les, que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo » (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimo­niar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social (Chv 36).

4. No podemos vivir «a la defensiva».

Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pier­de la juventud y se convierte en un museo. ¿Cómo podrá acoger de esa manera los sueños de los jóve­nes? Aunque tenga la verdad del Evangelio, eso no significa que la haya comprendido plenamente; más bien tiene que crecer siempre en la comprensión de ese tesoro inagotable (Chv 41).

5. Una mayor reciprocidad entre varones y mujeres.

Por ejemplo, una Iglesia demasiado teme­rosa y estructurada puede ser permanentemente crítica ante todos los discursos sobre la defensa de los derechos de las mujeres, y señalar constantemen­te los riesgos y los posibles errores de esos reclamos. En cambio, una Iglesia viva puede reaccionar pres­tando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y reconocer una larga trama de autoritarismo por parte de los varones, de someti­miento, de diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista. Con esta mirada será capaz de hacer suyos estos reclamos de derechos, y dará su aporte con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feminis­tas. En esta línea, el Sínodo quiso renovar el compro­miso de la Iglesia «contra toda clase de discrimina­ción y violencia sexual» (Chv 42).

6. La importancia de la sexualidad.

Los jóvenes reconocen que el cuerpo y la sexualidad tienen una importancia esencial para su vida y en el camino de crecimiento de su identidad. Sin embargo, en un mundo que enfatiza excesiva­mente la sexualidad, es difícil mantener una buena relación con el propio cuerpo y vivir serenamente las relaciones afectivas. Por esta y por otras razo­nes, la moral sexual suele ser muchas veces «causa de incomprensión y de alejamiento de la Iglesia, ya que se percibe como un espacio de juicio y de con­dena». Al mismo tiempo, los jóvenes expresan «un explícito deseo de confrontarse sobre las cuestio­nes relativas a la diferencia entre identidad mascu­lina y femenina, a la reciprocidad entre hombres y mujeres, y a la homosexualidad» (Chv 81)

7. El uso de los medios digitales.

La vida nueva y desbordante de los jóvenes, que empuja y busca autoafirmar la propia personalidad, se enfrenta hoy a un desafío nuevo: interactuar con un mundo real y virtual en el que se adentran so­los como en un continente global desconocido. Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer esta sín­tesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana comunicación (Chv 90).

8. Contra el discurso antimigratorio.

Pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano (Chv 94).

9. Aliados contra los abusos.

100. Así ustedes prestarán una invalora­ble ayuda en algo fundamental: la prevención que permita evitar que se repitan estas atrocidades. Esta nube negra se convierte también en un desafío para los jóvenes que aman a Jesucristo y a su Iglesia, por­que pueden aportar mucho en esta herida si ponen en juego su capacidad de renovar, de reclamar, de exigir coherencia y testimonio, de volver a soñar y de reinventar (Chv 100).

10. Ser santo no es ser una fotocopia.

Pero te recuerdo que no serás santo y ple­no copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros». Tú tie­nes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia (Chv 162).

11. Protagonistas de «la revolución de la caridad».

Pero so­bre todo, de una manera o de otra, sean luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo consumista y superficial (Chv 174).

12. Jóvenes y ancianos, juntos.

Si caminamos juntos, jóvenes y ancia­nos, podremos estar bien arraigados en el presen­te, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer flo­recer esperanzas (Chv 199).

13. Actores principales en la Iglesia.

Quiero destacar que los mismos jóvenes son agentes de la pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia. Por consiguiente, estaría de más que me detuviera aquí a proponer alguna especie de manual de pastoral juvenil o una guía de pastoral práctica. Se trata más bien de po­ner en juego la astucia, el ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la sensibilidad, el lenguaje y las problemáticas de los demás jóvenes (Chv 203).

14. Los ejes de la pastoral juvenil.

Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe in­cluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comuni­taria, en el servicio (Chv 213).

15. El papel de la escuela.

 La escuela necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concen­trada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos que pare­cen estar organizados sólo para la preservación. La fobia al cambio hace que no puedan tolerar la in­certidumbre y se replieguen ante los peligros, reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La es­cuela convertida en un “búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta tendencia. (…) Aun las propuestas religiosas y morales que recibieron no los han preparado para confrontarlas con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido for­mas de orar y de vivir la fe que puedan ser fácilmen­te sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad (Chv 221).

16. Servicio frente a doctrina.

Una oportunidad única para el creci­miento y también de apertura al don divino de la fe y la caridad es el servicio: muchos jóvenes se sien­ten atraídos por la posibilidad de ayudar a otros, es­pecialmente a niños y pobres. A menudo este servi­cio es el primer paso para descubrir o redescubrir la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes se cansan de nuestros itinerarios de formación doctrinal, e in­cluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad de ser más protagonistas en actividades que hagan algo por la gente (Chv 225).

17. Apuesta por la «pastoral popular juvenil».

Además de la pastoral habitual que reali­zan las parroquias y los movimientos, según deter­minados esquemas, es muy importante dar lugar a una “pastoral popular juvenil”, que tiene otro es­tilo, otros tiempos, otro ritmo, otra metodología. Consiste en una pastoral más amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado en­tre ellos (Chv 230).

18. Abiertos a los no 100% católicos.

En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y don­de se manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera hace falta que al­guien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes. Basta una acti­tud abierta para todos los que tengan el deseo y la disposición de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios (Chv 234).

19. Acompañar sin juzgar.

La comunidad tiene un rol muy impor­tante en el acompañamiento de los jóvenes, y es la comunidad entera la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a los jóvenes con com­prensión, valoración y afecto, y no que se los juzgue permanentemente o se les exija una perfección que no responde a su edad (Chv 243).

20. Discernimiento y vocación.

 Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús. A los amigos, si se les regala algo, se les regala lo mejor. Y eso mejor no necesariamente es lo más caro o difícil de conseguir, sino lo que uno sabe que al otro lo alegrará. Un amigo perci­be esto con tanta claridad que puede visualizar en su imaginación la sonrisa de su amigo cuando abra su regalo. Este discernimiento de amistad es el que propongo a los jóvenes como modelo si buscan encontrar cuál es la voluntad de Dios para sus vidas (Chv 287).

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