martes, 14 de abril de 2020

«De la tristeza al gozo de ver a Jesús resucitado y vivir para Él»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hay veces que las lágrimas brotan por pequeñas pérdidas, y creo que son las más comunes, pero hay otras veces que se derraman a torrentes porque la pérdida que aflige al alma es total. Así sucede en el relato del Evangelio de hoy (Jn 20,11-18) a María Magdalena, la llamada «Apóstol de los Apóstoles». La razón de su llanto es una pérdida total, la ausencia integral del Maestro, que no sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había anunciado Jesús a sus discípulos cuando les dijo: «ustedes llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará. Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16, 20). EL Evangelio dice que «Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús». María piensa que el lugar propio para encontrar a Jesús es el sepulcro. Sin embargo, mientras siga mirando hacia allá no podrá encontrarlo nunca.

«¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?»... Hay que dar media vuelta para ver a Jesús, que está de pie, como corresponde a una persona viva. María no lo conoce porque habría reconocido a un Jesús muerto, pero no lo reconoce vivo de pie frente a ella. Esa ceguera de María será reflejada más tarde en la de Tomás, es que el exceso de dolor a veces no deja ver con claridad y es más fácil abrazar el pesimismo y el dolor, cuando se está así, que la esperanza. Estos dos personajes —María Magdalena y Tomás— muestran a la comunidad anclada en la concepción de la muerte como hecho que llena de pesar pero que no puede ser permanente... hay que pasar de la tristeza al gozo esperanzador. Se ve ahora claramente por qué Juan puso como culminación del día del Mesías el episodio de Lázaro. La creencia en la continuidad de la vida a través de la muerte es la piedra de toque de la fe en Jesús. Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María —al igual que Tomás al verlo— se vuelve del todo, da un giro total a su inmenso dolor y no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. María ha pasado del conocimiento que antes tenía de Jesús en la vida pública a un nuevo conocimiento de un Jesús que permanece para siempre porque está vivo y resucitado.

San Abundio de Roma, es un santo muy desconocido de una época muy lejana a la nuestra (485 - 564). Hoy se celebra junto con otros santos y beatos. Abundio tenía por oficio el de sacristán en la Basílica de San Pedro, así que a diario trataba con las cosas del Señor vivo y resucitado en el corazón de la Iglesia. Su trato y delicadeza con los objetos sagrados que se utilizan para la celebración de la Eucaristía y los demás actos de culto, tenían en su corazón y en sus manos un significado muy especial. San Gregorio Magno, decía de él que era un humilde y fiel mayordomo de la Iglesia. En su relato San Gregorio cuenta que había una joven paralítica, que estaba frecuentemente en la basílica y que para moverse arrastraba sus extremidades inertes sosteniendo su cuerpo con las manos. Ella pedía insistentemente a San Pedro su curación. Una noche el mismo san Pedro se le apareció en un sueño y le indicó que buscara a Abundio para ser curada. En su siguiente visita a la iglesia, le relató a Abundio su sueño, quien tomándola de la mano, le devolvió la salud. Todo cristiano puede ser mensajero del bien que trae Jesús vivo y resucitado, como María Magdalena, como Tomás, como Abundio y como la mismísima Virgen María, que fue la primera que creyó en la resurrección de su Hijo Jesús. Y no puedo dejar de pensar hoy en nuestro querido amigo el padre Abundio en este día de su santo. ¡Felicidades Abundio, de todo corazón! ¡Bendecido martes de la octava de Pascua!

Padre Alfredo.

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