martes, 31 de marzo de 2020

Una manera rápida y amena de cómo hacer la oración diaria con recomendaciones y ayudas prácticas...

Los católicos sabemos qué es la oración, entendemos que debemos alabar a Dios, conocemos qué debemos pedir y dónde es más adecuado hacer oración, pero aquí para muchos llega la parte crucial: ¿Cómo hacer oración?

Estando en el lugar apropiado, dice por ejemplo san Anselmo de Canterbury: «Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: busco tu rostro Señor; Señor, anhelo ver tu rostro.» (San Anselmo de Canterbury, Proslogión, cap. 1) 

Hay muchas formas de hacerlo, aquí va un método muy sencillo que te puede ayudar:

Antes de entrar en el momento de oración, hay que determinar cuánto tiempo se le va a dedicar. A veces se siente que el corazón se desborda y se sienten disposiciones en el alma para estar fácilmente haciendo oración por mucho tiempo; por el contrario, otras veces no se tienen las ganas o la disposición, el alma está seca o existen dificultades de muchos tipos dificultades para la oración y tras un par de minutos llega la desesperación. Como hacer oración requiere formar un hábito es buena idea comenzar con poco tiempo —por ejemplo cinco minutos—, incrementando poco a poco el tiempo —media hora en la mañana y media hora en la tarde son una meta ambiciosa, pero adecuada para este mundo moderno—. También debes notar que la oración es importante hacerla a hora fija para tener más disciplina y orden en tu vida.

Una vez que has determinado donde, cuándo y cuánto tiempo harás de oración hay que dejar que pasen algunos segundos para tranquilizarse y que la mente esté despejada de lo que se ha hecho en el día y entonces uno se pone en presencia de Dios. Para hacerlo se puede repetir en voz alta o mentalmente: «Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, intercedan por mí.»

Para empezar la oración, es bueno recordar el orden y las cosas que se van a tratar y a pedir en la oración. La beata María Inés Teresa nos recuerda: «Te espera tu Divino Señor para comunicarte sus regalados favores en la oración íntima» (Lira del Corazón).

Se puede también tomar un libro de lectura espiritual o las Sagradas Escrituras para meditar y comentar con Dios en la oración. «Meditar lo que se lee —dice el Catecismo de la Iglesia Católica— conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: "Señor, ¿qué quieres que haga?"». (CEC 2706)

Decir sinceramente: Señor, ¿qué quieres que haga?, supone hacer uno o varios propósitos prácticos que se buscarán vivir en las próximas horas. Esas resoluciones, hay que decírselas a Él y pedirle ayuda para cumplir con lo que se le promete.

Se puede hacer oración recurriendo a María, con sencillez meditando el Avemaría y con Isabel, maravillarse y decir: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: «Hágase tu voluntad». «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la «Madre de la Misericordia», a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos ahora, en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, la hora de nuestra muerte. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso. (cf. CEC 2677)

Para terminar la oración se puede decir en voz alta o mentalmente: «Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación; te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San José mi Padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí. Amén».

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario