Estos días de Cuaresma —de una manera muy especial esta vez por la pandemia del coronavirus covid 19—, nuestra vivencia ha sido un tanto diferente de otros años. Nuestro caminar hacia la Pascua se ha vivido en varias naciones del mundo acompañada de una cuarentena que nos mantiene en casa en condiciones muy diversas a las que siempre hemos vivido. A algunos de nosotros que además hemos sido visitados por alguna otra enfermedad, el Señor nos ha dado unos días de recuperación en mucha serenidad, puesto que el ir y venir de unos y otros se ha casi paralizado. Es la voluntad del Señor, cuyos caminos no son los nuestros (cf. Is 55,8-10) y ahora nos pide vivir así nuestro ser y quehacer de creyentes. Sabemos que no es la primera vez que esto pasa a la humanidad, pero ahora, debido al gran avance de los medios de comunicación y la facilidad de movernos de un lado a otro, las enfermedades cruzan de mar a mar y de polo a polo. Al mismo tiempo, todos vivimos en la aldea global enterados de lo que está pasando desde Tombuctú hasta la Patagonia y tenemos la posibilidad de unirnos no solamente por la pandemia sino también por la oración que nos hace sabernos hermanos que ante la adversidad, se acompañan de mil maneras.
Es impresionante el bien que han hecho las redes sociales para que nos sostengamos en la fe. De un lado a otro del mundo corren en estas redes Misas, reflexiones, rezos, rosarios, novenas y hasta al Santo Padre lo podemos sentir casi todos cercano. Y digo casi todos porque no puedo olvidarme de pensar en quienes a estas alturas viven al día y no tienen alguno de estos artilugios para comunicarse, o simplemente no tienen un centavo para ponerle crédito al celular... ¡Dentro de la adversidad hemos de agradecerle mucho al Señor y no olvidar a laso que tienen menos o nada tienen! Los caminos de Dios suelen ser desconocidos y desconcertantes a la vez. Hoy se celebra en la Iglesia a santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esa sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente descansó en el Señor. Toribio fue un hombre a quien el Señor le movió el tapete, como se lo movió al funcionario real del que nos habla el Evangelio de hoy (Jn 4,43-54) y nos lo está moviendo a nosotros. Toribio estaba muy bien acomodado en España y el Señor le pidió dar un giro a su vida para entregarse de lleno como obispo... A ti y a mí, querido lector, nos está moviendo el tapete con esta cuarentena porque espera, sí, un cambio, como el de santo Toribio y el del funcionario real. ¿Qué querrá decirnos el Señor con esto?
Hoy con el salmista (Sal 29), le decimos al Señor: «Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda», convencidos de que, sin su ayuda, nada podremos alcanzar. Quizá nos ha llamado a dejar la comodidad de una vida en donde todo parecía estar solucionado sin ningún peligro para que nos pongamos a pensar en lo frágiles que somos. Oración, ayuno y limosna son los pilares de la Cuaresma y son las fuerzas que pueden sostener nuestra fragilidad. La esperanza, la compasión y los pequeños servicios dentro de casa en estos días, nos pueden mantener ocupados y combatir el miedo y la incertidumbre que nos pueden azorar. Abramos nuestro corazón a la gracia de Dios descubriendo su presencia en la adversidad como lo supo hacer María a quien también el Señor le movió el tapete. Vivamos en estos días más hacia dentro que hacia fuera. Agradezco a todos sus comentarios en Facebook, sus palabras de aliento en el blog, sus mensajes en el WhatsApp, sus llamadas telefónicas por el gusto de que estamos nuevamente por aquí. Imposible —a pesar de que hay mucho más tiempo— responder a todos, lo haré a unos en una vez y a otros en otra y me da gusto que unas cuantas palabras, en torno al Evangelio y al santo del día, nos ayuden a perseverar en la fe en medio de la adversidad. Me solidarizo con todos nuestros enfermos y con los médicos y enfermeros, nuestros héroes callados y escondidos de estos tiempos y con todos mis hermanos consagrados que luchan para que estemos bien interior y exteriormente. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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