Conocí a la hermana Rosa María a quien cariñosamente y de broma llamábamos algunas veces «Dorothy, provocando la risa contagiante de esta mujer que sabía ser el alma de la vida comunitaria y de la vida fraterna buscando siempre la simplicidad, el afecto, las pequeñas atenciones, el servicio, la maravilla de las pequeñas cosas de cada día.
Rosa María Uribe Ocampo nació el 1 de mayo de 1930 en Puente de Ixtla, Morelos, México. El 8 de diciembre de 1948 ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, siendo una de las primeras vocaciones que el instituto recibía antes de su aprobación pontificia. Era el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción, detalle que para ella quedará siempre grabada en su corazón junto al recuerdo de que fue la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento quien la recibió y le impuso su hábito de misionera. Hizo su primera profesión de vida religiosa el 18 de agosto de 1952 y su profesión perpetua el 25 de agosto de 1957.
La hermana Rosa María realizó sus estudios superiores de Normal en Monterrey, Nuevo León, México mientras formaba parte de la comunidad de misioneras que, hasta la fecha, sigue atendiendo los colegios del grupo CECAC. De allí partió a los Estados Unidos, donde, en California, terminó sus estudios superiores de inglés en el College St. Mary's donde obtuvo el grado de Master con excelentes calificaciones.
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A la hermana Rosa María le tocó vivir uno de los escenarios más difícil de la misión en Sierra Leona, pues vivió en medio de la guerrilla de donde fue rescatada luego de pasar por varios episodios en medio de los rebeldes a quienes fue capaz de poner a rezar con ella el Santo Rosario.
Mujer valiente, además de la sencillez y simplicidad que le caracterizaban, pidió, al concluir la guerra, regresar a Sierra Leona, solicitud que le fue concedida y allí permaneció hasta el día de su muerte, que llegó de una manera inesperada mientras se encontraba con dos hermanas misioneras en Freetown, la capital de Sierra Leona, en la casa de los padres josefinos, mientras estaban de paso por la ciudad el 25 de febrero de 1996.
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Descanse en paz la hermana Rosa María que nos solamente atendió, educó y catequizó a muchas almas, sino que amó, estando del lado de los más pequeños con sencillez y alegría, como hizo Jesús, anunciando el Evangelio, con la sencilla vida hecha de trabajo, de presencia, de amistad, de acogida incondicional.
Padre Alfredo.
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