¡Cómo se pierde el corazón del hombre en nimiedades! Hoy veo el hombre enfermo que aparece en el Evangelio (Jn 5,1-16) queriendo curarse en la piscina de Betesdá y lo veo solito, sin que nadie le ayude a llegar al agua cuando se agita y puede alcanzar la curación, Pero eso sí, cuando ya Jesús lo ha curado y carga su camilla, entonces la gente sobra para criticar; los judíos protestan porque es sábado y al pobre hombre —que seguro no cabía en sí de la enorme felicidad de haber sido curado— lo ven cargando su camilla... ¡en sábado! Sí, como hay gente que es buena para hablar, para detenerse en detalles, para criticar pero malos, muy malos para ejercer la caridad. Hoy 24 de marzo celebramos en la Iglesia a un hombre que llevó la caridad hasta los extremos, sin importarle que pudiera desatar, como Jesús, la ira y el desprecio de los fariseos de su tiempo por ser justo y por derrochar misericordia y compasión. Hoy celebramos a San Oscar Arnulfo Romero, mejor conocido como Monseñor Romero. Oscar nació en El Salvador el 15 de agosto de 1917. A los 13 años expresó sus deseos de hacerse sacerdote. Ingresó al Seminario y con el tiempo fue enviado a Roma para hacer sus estudios de teología. Allá en medio de las penurias y sufrimientos causados por la Segunda Guerra Mundial fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942. Ya de regreso a su Patria, impulsó muchos movimientos apostólicos como la Legión de María, los Caballeros de Cristo, los Cursillos de Cristiandad y un sinfín de obras sociales: alcohólicos anónimos, Caritas, alimentos para los pobres. Fue ordenado Obispo el 21 de junio de 1970 y nombrado Obispo Auxiliar de la capital donde desbordaba caridad, defendía y divulgaba los criterios pastorales y los caminos señalados por el Concilio Vaticano II y Medellín.
Al poco fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María, el 15 de octubre de 1974 cuando empezaba la represión contra los campesinos. En aquella época de miseria mucha gente pobre llegaba a la ciudad, Monseñor abría las puertas del obispado para que pudieran dormir bajo techo. La Iglesia defendía el derecho del pueblo a organizarse y clamaba por una paz con justicia. El gobierno miraba con sospecha a la Iglesia y expulsó a varios sacerdotes. Entre el torbellino de aquel ambiente de injusticias, represión e incertidumbre, Monseñor Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 en medio de un torbellino de violencia. Monseñor continuó la pastoral de la arquidiócesis y le dio un impulso profético nunca antes visto. Su lema fue «Sentir con la Iglesia». Su principal preocupación fue el de construir una Iglesia fiel al Evangelio y al Magisterio. Puso la arquidiócesis al servicio de la caridad, de la justicia y de la reconciliación. En muchas ocasiones se le pidió ser mediador de los conflictos laborales. A pesar de la claridad de sus predicaciones, Monseñor Romero, como Jesús, fue calumniado. Le acusaron de revolucionario marxista, de incitar a la violencia y de ser el causante de todos los males de El Salvador. Pero nunca jamás de los labios de este santo varón salió una palabra de rencor y violencia. Su mensaje fue claro. No paró de ejercer la caridad y no se cansó de llamar a la conversión y al diálogo para solucionar los problemas del país.
Al poco fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María, el 15 de octubre de 1974 cuando empezaba la represión contra los campesinos. En aquella época de miseria mucha gente pobre llegaba a la ciudad, Monseñor abría las puertas del obispado para que pudieran dormir bajo techo. La Iglesia defendía el derecho del pueblo a organizarse y clamaba por una paz con justicia. El gobierno miraba con sospecha a la Iglesia y expulsó a varios sacerdotes. Entre el torbellino de aquel ambiente de injusticias, represión e incertidumbre, Monseñor Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 en medio de un torbellino de violencia. Monseñor continuó la pastoral de la arquidiócesis y le dio un impulso profético nunca antes visto. Su lema fue «Sentir con la Iglesia». Su principal preocupación fue el de construir una Iglesia fiel al Evangelio y al Magisterio. Puso la arquidiócesis al servicio de la caridad, de la justicia y de la reconciliación. En muchas ocasiones se le pidió ser mediador de los conflictos laborales. A pesar de la claridad de sus predicaciones, Monseñor Romero, como Jesús, fue calumniado. Le acusaron de revolucionario marxista, de incitar a la violencia y de ser el causante de todos los males de El Salvador. Pero nunca jamás de los labios de este santo varón salió una palabra de rencor y violencia. Su mensaje fue claro. No paró de ejercer la caridad y no se cansó de llamar a la conversión y al diálogo para solucionar los problemas del país.
Monseñor sabía muy bien el peligro que corría su vida. A pesar de ello dijo que nunca abandonaría al pueblo. Y lo cumplió. Su vida terminó igual que la vida de los profetas y la del mismo Jesús. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, en San Salvador. Lo mataron a tiros escuadrones de la muerte ultraderechistas justo al día siguiente de haber denunciado la violencia paramilitar, la injusticia social y las torturas de parte del régimen militar que gobernaba en ese momento su país. En sus sermones habló claro como Jesús y condenó la represión por el ejército salvadoreño al comienzo de la guerra civil de 1980-1982 entre el gobierno derechista y rebeldes de izquierda. Sí, como dije al principio, hay gente muy buena para hablar y criticar... ¡para estorbar! pero la caridad de Cristo va siempre más allá. Que María Santísima la que siempre ejerció la caridad y san Oscar Arnulfo Romero nos alcancen la perseverancia en el ejercicio de la caridad y la búsqueda de la justicia. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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