Yo creo que ayer todos o casi todos participamos en vivo y en directo de la bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco y seguimos con detalle la meditación que nos dirigió. El Santo Padre nos recordaba que en esta barca que es la humanidad, estamos todos y que al igual que los Discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta (cf. Mc 4,35-41). El Señor, dijo el Papa, nos pregunta también a nosotros: «¿Por qué tienen miedo? ¿Acaso no tienen fe?». Y es que la tempestad que vivimos no es para menos. El Papa nos dijo también que «la tempestad desenmascara nuestra debilidad» porque estábamos instalados «pensando mantenernos sanos en un mundo enfermo». En medio de esta adversidad nunca antes vivida, el Santo Padre nos trae palabras de aliento y entre sus frases destaca también esta otra que, en el instante, hizo brincar el corazón de mi madre con quien estaba viendo: «En su cruz hemos sido salvados; tenemos un timón... Abrazar su cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades de nuestro tiempo... Abrazar al Señor es abrazar la Esperanza». A mamá —que mañana domingo cumple 85 años— le sonó el «En su cruz» porque como dice san Pablo en Gálatas: «estamos crucificados con Cristo» (cf. Gál 20,20). Estamos en su Cruz.
Todas nuestras certezas, usos y costumbres se han visto zarandeadas en estos días y lo único que permanece es el signo de la Cruz. Esa cruz, la nuestra de cada día unida a la de Cristo porque en Él estamos crucificados. En una carta colectiva, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe: «Nunca nos pesará haber buscado la cruz» (Carta colectiva de abril de 1970) y es que en ella ha venido primero a buscarnos Cristo. Esta Cuaresma, vivida en el dramático contexto de la pandemia del coronavirus covid-19, se ha convertido para quien sabe abrazar la cruz en una oportunidad para acercarse más a Dios y a la humanidad entera. a los cristianos nos ha hecho mucho bien desacelerar los ritmos de este mundo frenético que corre sin saber a dónde. El misterio del Señor «en la Cruz» nos mueve a levantar la mirada con más delicadeza hacia el Crucificado para decirle que allí, en esa Cruz, estamos nosotros con nuestras pequeñas crucecitas que la situación nos acarrea. Él, en estos días, ofreciendo sus dolores se compadece de los nuestros y nos abraza allí mismo en la Cruz. No fue al pie de la cruz donde Jesús venció. ¡Tenemos que estar en la cruz! Ahí es donde Jesús venció a los principados y a los huestes espirituales del infierno. Y ahí es donde nosotros también vencemos, por eso lo que estamos viviendo tiene un sentido esperanzador. Es un tiempo de penitencia, un tiempo de gracia, un tiempo de expectación, un tiempo de confianza en el Señor.
Hoy el Evangelio nos recuerda que nadie había hablado nunca antes como Cristo lo hace (Jn 7,40-53) y hoy a nosotros nos queda claro que su lenguaje es el de la Cruz. Junto a esto quiero recordarles que hoy celebramos, entre los santos del calendario, al Papa San Sixto III, el Papa número 44 de la Iglesia católica. Nos viene muy bien encomendarnos hoy a este santo varón que fue nombrado Papa en el año 432 tras el Concilio de Éfeso, marcado por las condenas al nestorianismo y al pelagianismo. Para defenderse de las acusaciones por su pasado cercano a los herejes, ordenó reconstruir la basílica de Santa María la Mayor y de esta forma, el reconoció ante el mundo a María con el título de «Theotokos», término muy discutido en aquel Concilio que servía para designar a la Virgen María como «Madre de Dios» en lugar de simplemente madre de Jesús. A Ella nos encomendamos hoy sábado, día de la semana dedicado por excelencia a María y la vemos como nos recordó el Papa, contemplando a la Madre de Dios como «Estrella del mar tempestuoso». Y seguimos abrazando la Cruz y asumiéndola como algo real desde donde por Cristo, con Él y en Él, alcanzamos la salvación. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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