«El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada» dice Jesús hoy en el Evangelio (Jn 8,21-30). Jesús se hace prójimo de todos aquellos que nos sabemos amados por el Padre, nos acoge en su corazón como a la gente de su tiempo que esperaba la llegada del Mesías que vendría a liberar de la vida de pecado. Jesús empatiza, se compadece y nos acompaña siendo portador de la misericordia del Padre que lo ha enviado. Pero este mismo Jesús, es signo de contradicción, y lo será sobre todo cuando sea —como nos recuerda el evangelista— elevado en la cruz, donde, dando cumplimiento al designio de salvación, revelará los pensamientos secretos del corazón y manifestará plenamente su identidad de Hijo que dice y hace siempre lo que agrada al Padre. Y en aquel tiempo, cuando Jesús decía esto, mientras se iba profundizando el distanciamiento con los adversarios, la perícopa evangélica concluye con una inesperada nota de esperanza: «Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él» (v 30).
La mirada de Jesús, en medio de la adversidad, es siempre contemplativa, se funda en la fe y por eso no objetualiza ni al otro ni a las circunstancias; se relaciona de manera personal con cada uno, va más allá de la ley para con todos, sintoniza con el misterio que fundamenta lo creado, con lo fontanal, el amor de Dios, y desde allí muestra el sueño del Padre misericordioso para la humanidad, y cómo este está aconteciendo en el aquí y ahora en su persona. Jesús no viene a abolir la ley, sino que la plenifica sintetizándola en el amor a Dios y al prójimo porque así es como se agrada al Padre. Muchos de los contemporáneos de Jesús esperaban a un mesías nacionalista que liberaría a Israel de la humillación de ser una nación sometida al poder imperial romano. Este mesías sería, según ellos, un rey Justo, que gobernaría a Israel, e instauraría el reino de Dios, con poder y gloria. Soñaban, pues, con «una patria liberada del yugo opresor y nadando en la abundancia, para poder vivir disfrutando de ese cúmulo de bienes, sentidos como dones de su Dios». Algunos de los discípulos de Jesús, contagiados por las ideas del tiempo, como sucede hoy a muchos creyentes, de alguna manera también participaban de esas expectativas. El reino del que habla Jesús no es que todo sea de color de rosa para los hijos de Dios. En este reino que se empieza a establecer, él es «el hijo y hermano, que nos hermana en su corazón para hacer lo que agrada al Padre». Por eso, se dice también que Jesús es la parábola del Padre. Lo que él anuncia está aconteciendo en él, en su praxis, en su palabra, en sus relaciones, en él Dios reina.
Estamos en días de encierro en donde parece que Dios va dormido en la barca. Muchas de las noticias que escuchamos en relación con el covid-19 no son muy alentadoras que digamos. Hay gente asustada, temerosa. Me llama la atención que gente que no asistía a Misa ni siquiera los domingos, resulta que ahora la ve diario dos o tres veces por Facebook cada día e implora clemencia porque tiene miedo de que con esto llegue el fin del mundo. El diccionario de la Real Academia de la lengua española define al miedo como: «Una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario». Ciertamente que no es una tarea fácil dejar de sentir miedo cuando vivimos rodeados de un peligro que es real y que amenaza constantemente nuestra existencia. Pero no podemos convertirnos en ermitaños asustadizos en nuestras cuevas. Debemos ser muy prudentes, pero jamás permitir que este estado de confinamiento y de quietud en la cuarentena nos arranque el derecho a vivir la fe sin miedo. El derecho a sentir que nuestro corazón late al unísono del divino Corazón de Jesús haciendo desde casa lo que le agrada al Padre. Es tiempo de encierro, pero no de desesperanza; es tiempo de quietud, pero no de modorra; es tiempo de silencio pero no de vivir con miedo trémulo que paralice... es tiempo de vivir en Cristo para agradar al Padre como lo agradaron los santos. Ya sabemos que en la Iglesia Católica el número de santos, debido a su gran historia, es muy elevado, por lo que se festejan varios el mismo día. Hoy se festejan, entre otros Benjamín, Cornelia, Amadeo y Amós. Que ellos y María de Nazaret, la mujer pobre que se sabe sierva de Yahweh (Lc 1,48.54), que es para nosotros paradigma y ejemplo histórico de lo que significa agradar al Padre como Jesús nos ayuden a agradar a nuestro Padre Dios. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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