miércoles, 25 de marzo de 2020

«La anunciación en los tiempos de coronavirus»... Un pequeño pensamiento para hoy

Y en medio de la pandemia del coronavirus covid-19... ¡llega la fiesta! Sí, la fiesta que viene a alegrar el corazón de los creyentes al celebrar la «Anunciación del Señor» y el Papa Francisco, siempre con un corazón y una mirada llenos de esperanza, nos convoca a todos los cristianos de las distintas confesiones religiosas a rezar hoy un Padre Nuestro —a las 8 de la noche, hora de Roma— con motivo de esta pandemia mundial del coronavirus. El pasaje evangélico de la Anunciación (Lc 1,26-38) representa uno de los pasajes más impactantes de la Sagrada Escritura. El concilio Vaticano II, comentando este episodio, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María, con su «sí», a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen gentium, 56). Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, la Virgen María se presenta como plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta. 

Dios puso el destino de todos en las manos de una joven. El «sí» de María es la premisa para que se realizara el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo. El libre albedrío que desde el inicio de los tiempos Dios concedió a la humanidad, es un gran regalo mediante el cual se explica la libertad del ser, entendida como la capacidad de decisión individual para elegir entre el bien y el mal y para el creyente elegir entre lo bueno y mejor, entre lo mejor y lo excelente. La Virgen María fue libre para decidir acerca de su maternidad, cuando el Arcángel Gabriel se le apareció para anunciarle que ella había hallado gracia delante de Dios y que daría a luz un Hijo, a quien pondría por nombre Jesús. María respondió con humildad: «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho», y con este «sí», el Espíritu Santo descendió, y ella quedó encinta, sin conocer varón alguno, pues vivía en castidad con san José, con quien ya estaba desposada. La Anunciación del Señor inaugura el evento en el que el Hijo de Dios hecho carne para consumir su sacrificio redentor en obediencia al Padre y ser el primero de la resucitada. La Iglesia, como María, con su «sí», está asociada a la obediencia a Cristo, viviendo sacramentalmente en la fe el significado de la anunciación pascual. María es la hija de Sión, que corona la larga espera, da la bienvenida con su «Fiat» y concibe por obra del Espíritu al Santo Salvador. En ella, la promesa dada a ella misma como Madre y al pueblo, se transforma en el nuevo Israel, la Iglesia de Cristo. Los nueve meses entre la concepción y el nacimiento del Salvador explican la fecha de hoy de la solemnidad del 25 de diciembre. 

En medio de lo que esta inusitada pandemia nos está haciendo vivir, es un buen momento para que, desde la fiesta de nuestro corazón de hombres y mujeres de fe, renovemos nuestra fidelidad al Señor para quien todo tiene siempre un sentido de salvación. La fidelidad de Dios, en el momento de la anunciación del Señor, viene a transformar o reconstruir a la sociedad y lo seguirá realizando cuantas veces sea necesario mediante su amor infinito como el que ahora nos está manifestando al hacer que, de esta manera, recobremos valores que se habían extraviado entre pintas y marchas sin sentido: hoy se nos invita a estar en casa, a vivir solidariamente y con respeto en familia, a defender la vida con las precauciones que debemos seguir, a abrazar no a nadie, sino al silencio, el silencio de Dios como el silencio que prevalecía mientras la creación esperaba el «sí» de María. Este es un día de fiesta porque recordamos el inicio de la divinización del hombre y la humanización de Dios; pero también es un día de fiesta porque es un momento privilegiado en el que la Iglesia nos invita a adentramos en el misterio de Dios que quiere expresarse en nuestro lenguaje haciéndose uno de tantos compartiendo con nosotros esta dolorosa marcha hacia la eternidad en este que, como dice la oración de la Salve, es un valle de lágrimas donde gimiendo y llorando, atravesamos los senderos por Él trazados con la misma confianza de María. ¡Gracias, María, por tu «sí»!... ¡gracias, Señor, por este tiempo especial de gracia y conversión para decir nosotros también nuestro «sí»!... ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario