Iniciamos un nuevo mes, el mes de mayo, el mes de María, el mes en que recordamos a las mamás y a los maestros, el mes que empezamos celebrando a San José Obrero y seguimos envueltos en esta pandemia del Covid-19, que sigue, a su vez, envuelta en un halo de misterio. Los inmunólogos afirman que nos encontramos ante un virus anómalo que se comporta de forma diferente a los de su familia de los corovavirus (Corriere della Sera, 25 de abril 2020). Los días pasan y vamos haciendo historia y como sacerdote tengo que decir que la historia de la Iglesia testimonia que, en situaciones extremas de guerra o de pandemia como la que estamos viviendo, los sacerdotes no siempre han podido acercarse a los fieles que necesitaban recibir los sacramentos indefectiblemente, pero cada vez que ha sido posible lo han hecho con las posibilidades y medios que tenían a su disposición. Así, que seguimos esperando indicaciones de las autoridades civiles y eclesiásticas con paciencia, con la paciencia de los santos como la de San José, a quien hoy celebramos en su condición de «tekton», como aparece en el griego del Evangelio u «obrero» como lo llamamos nosotros.
A mí la fiesta de san José Obrero me trae siempre bellísimos recuerdos de mi adolescencia y juventud. San José Obrero es la parroquia vecina a la que mi familia pertenece, que es el Espíritu Santo, de hecho, se desmembró de allí. Y me encanta recordar la fecha porque fue precisamente allí en donde mi vocación se fue consolidando con el padre Santiago Cavazos cuando yo estaba en el grupo de Van-Clar y cada año colaborábamos en la fiesta, además de tocar en el coro de los domingos a las 8 de la noche. Allí saludé a la beata María Inés Teresa en 1979 y tuve mis primero diálogos con ella. La fiesta de «San José Obrero», patrono de todos los trabajadores, fue instituida por el Papa Pío XII en el año de 1955, con el propósito de cristianizar el «Día Internacional del Trabajo» que se celebra ese mismo día en muchas partes del mundo. En los antiguos textos griegos del Evangelio según San Mateo, se refiere el oficio de San José como ya dije: «tekton», que traducido al español es «artesano» u «obrero». Desde antiguo, como lo denotan tan variadas traducciones de los Evangelios, se popularizó en la Iglesia universal atribuir a San José el oficio de carpintero, pero esto, en forma alguna contradice la idea inicial, ya que en tiempos de Jesús, los carpinteros no se dedicaban únicamente a la elaboración de muebles de madera y similares como muchos carpinteros y ebanistas especializados hoy en día, también eran verdaderos «albañiles», que se dedicaban a la construcción sobre todo de pequeñas viviendas, por tanto, verdaderos artesanos y obreros.
San José siempre me ha parecido un santo sencillo, discreto, humilde, callado, pero no mustio, con una presencia constante y una fidelidad total al Señor para cuidar de María y Jesús echando mano del trabajo ordinario de cada día. El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús fue reconocido como «el hijo del carpintero» (Mt 13,54-58). Quiero hoy terminar mi reflexión con unas palabras de san Juan Pablo II sobre este santo varón, patrono de la Iglesia Universal y patrono particular de la familia misionera a la que pertenezco como Misionero de Cristo: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas» (Redemptoris Custos N° 24). Que él, junto a María, su esposa muy amada, nos ayuden en este y en todo momento. ¡San José, justo, casto y fiel... intercede por nosotros. Amén! ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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