El 21 de julio de 1912, en San Pedro Contla, Huaquechula, Puebla, en México, nació una niña a quien bautizaron con el nombre de Socorro Agripina Paulina Vargas Acosta, quien ya siendo jovencita, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 6 de junio de 1951, días antes de que esta benemérita institución misionera recibiera la aprobación pontificia.
La hermana Socorro, motivada e inspirada por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento inició su noviciado el 8 de enero de 1952 presidiendo la celebración la misma beata. Hizo sus primeros votos como religiosa el 12 de enero de 1954 y esta ceremonia también la presidió la beata María Inés.
En su larga vida, plasmó siempre en cada acto y encomienda, el lema de las Misioneras Clarisas: «Urge que Cristo reine» (1 Cor 15,25) pues desde sus primeros días en el convento fue muy amante de los actos de comunidad y comenzó, desde muy jovencita, su labor de catequista a todos los niveles y las visitas domiciliarias para animar a las familias a vivir la fe, participando activamente en misiones populares en diversas partes de México.
Siempre fue una hermana muy ordenada, muy limpia y muy dedicada a las tareas que le encomendaban. Era muy atenta y la gente la recuerda, hasta la fecha, como una mujer muy educada y fina para con todos, era muy respetuosa para con los sacerdotes. El 12 de enero de 1959 hizo su profesión perpetua dedicándose de por vida a su consagración como religiosa con las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.
Desarrolló su labor misionera en diversas partes de México y Estados Unidos. Un tiempo estuvo en la Universidad Femenina de Puebla, luego unos años en la Delegación Apostólica en Ciudad de México, en Gardena, California Estados Unidos y en la Casa de la Villa a unos pasos de la Basílica de Guadalupe.
En el año de 1968, fue enviada a la comunidad de Monterrey, donde yo la conocí desde que era un adolescente. En Monterrey estuvo nada más y nada menos que cuarenta y un años de su vida consagrada.
A ejemplo de su fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la hermana Socorrito fue un alma enamorada de Jesús Eucaristía y de María Santísima en su advocación de Guadalupe. Por ello, su sencilla y alegre entrega apostólica y su compromiso social y comunitario fue tal, que si las calles de la colonia Cuauhtémoc en San Nicolás de los Garza —donde está enclavada la comunidad de Monterrey de las Misioneras Clarisas— pudieran hablar, nos narrarían las intensas correrías misioneras de esta infatigable hermana que no escatimó tiempo, salud y recursos, con tal de mantener viva la fe en las familias del lugar y alcanzar la conversión de aquellos que tenían débil la flama de la esperanza y de la caridad.
Cuando la fuerza de los años, la fue doblando en cuanto a la tarea apostólica, no dudó en invertir su tiempo en pasar largar horas delante de Jesús Eucaristía orando por todas aquellas personas y por los sacerdotes. Recuerdo con gozo que yo celebré su Misa de 90 años de vida, que con mucho cariño, gratitud y como sorpresa le prepararon las señoras de sus grupos de evangelización en la colonia, pues la hermana Socorrito —como le decía todo mundo— les había regalado los años fuertes de su vida en una tarea que solamente una misionera llena de la fuerza de Dios podía desempeñar.
El Señor la visitó durante largo tiempo con la enfermedad, agravándose esta en sus últimos años de vida. En enero del año 2008 fue presa de un infarto cerebral y aunque se le atendió de inmediato, desde aquel día perdió el habla y el movimiento del lado derecho de su cuerpo. En su pierna derecha y en el pie del mismo lado le fue avanzando una gangrena sin que se le pudiera hacer nada para aliviarla, ya que los médicos decían que no podía resistir otra operación quirúrgica. Todo este tiempo fue alimentada con sonda gástrica y cada día fue perdiendo peso hasta quedar sumamente delgada.
La hermana Socorrito ofreció todo su sufrimiento con gran paciencia y amor, siempre agradecida por la exquisita atención de la que fue objeto por parte de sus enfermeras y de las demás hermanas de esa numerosa comunidad religiosa de las Misioneras Clarisas en la comunidad de Monterrey.
La vida de esta hermana misionera, sencilla y entregada, fue una ofrenda de amor al Señor y al prójimo, primero como infatigable misionera activa y luego como misionera contemplativa delante del sagrario y en el lecho de dolor, dando al Dueño y Señor de la vida lo que en cada etapa de la vida le fue pidiendo. Como una vela, que se ha gastado con el tiempo y que ha dado mucha luz, la vida de Socorrito se fue extinguiendo hasta que, el diecisiete de junio de 2009, a las 4:45 de la mañana, en la clínica Cuauhtémoc y Famosa, entregó su alma al Señor.
Descanse en paz la hermana que en el convento recibió el nombre de María del Socorro de san Francisco, nuestra querida hermana Socorrito Vargas, de quien me hubiera gustado tener una fotografía para publicarla aquí.
Padre Alfredo.
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