En el marco de nuestra formación permanente como bautizados y discípulos–misioneros de Cristo, la Santísima Virgen María ocupa un lugar preponderante y la recordamos mucho en el tiempo de Nazareth, en esos 30 años en que la vida de Cristo parecía no tener nada de extraordinario sino las pequeñas cosas de cada día. La Virgen sigue hablando motivándonos al corazón para seguir a su Hijo en nuestra consagración bautismal viviendo en «nuestro Nazareth» de estos días tan especiales por la pandemia del coronavirus Covid-19 que estamos viviendo. De una manera especial tenemos que decir que María, nos alienta cada día. Como la beata María Inés Teresa Arias, no podemos separar de nuestra vida de cada día a María Santísima. A Ella le decimos: «¡Vamos María!», como decía la beata, para caminar ahora, en concreto, en la etapa de la vida que estamos viviendo.
En el documento con el que el santo Papa Juan Pablo II nos introducía a este tercer milenio que estamos viviendo, Tertio Millennio Adveniente, el Santo Padre la menciona más de 30 veces. Ella está presente en todos los capítulos de ese valioso documento como la Mujer de la fidelidad, «la mujer dócil a la voz del Espíritu, mujer del silencio y de la escucha, mujer de esperanza que supo acoger como Abrahan la voluntad de Dios». Ella, decía san Juan Pablo II, «resplandece como moedo para quienes se fian con todo el corazón de las promesas de Dios».
Estos meses que estamos viviendo inmersos en esta pandemia que nos tiene confinados en casa, son para nosotros bautizados, un tiempo privilegiado, un tiempo para vivir «en Nazareth con María» y seguir creciendo en la fe. Lo que estamos viviendo no es cualquier cosa, y es para nosotros la oportunidad de revivir con toda el alma y con todo el corazón el acontecimiento de la vida de Cristo con José y María en la quietud de la vida de Nazareth.
El pueblo de Nazareth sería realmente un lugar pequeño, sin muchos espacios de distracción y la vida de casa sería algo esencial como en muchas de las comunidades rurales de hoy. Pro parece ser que tenía el pueblo una entretención muy especial con los de fuera que pasaban por allí. Nazareth está ubicado en un valle entre colinas altas. El valle seguía la dirección actual principal del poblado, desde el noreste hacia el suroeste. Siguiendo esta dirección, pero en la margen oriental, discurría el camino de Cafarnaúm – Caná – Séforis – Nazaret – Meggidó. Este camino, el «Camino del mar» o «Via Maris», era una ruta muy frecuente de las caravanas que atravesaba Galilea en dirección sur y norte. En este camino, a la altura de Nazaret, existía una parada de caravanas importante, que convertía a Nazaret en un lugar privilegiado de paso de gentes y mercancías extranjeras.
Parece ser que esa era la única atracción de Nazareth, que no era un poblado famoso. Nazareth no aparece mencionada ni en el Antiguo Testamento, ni en los escritos rabínicos, ni en los libros del judío Flavio Josefo. Éste último, que actuó como caudillo militar en Galilea durante la sublevación judía de 66-67, nombra 45 poblaciones de Galilea en sus escritos, pero nunca a Nazareth. Así que la vida en Nazareth debe haber sido tan tranquila como lo es para muchos en este tiempo de contingencia.
La tradición cristiana señala en Nazaret, además del lugar de la Anunciación, la iglesia de San José, denominada también de la Nutrición porque allí Jesús pasó los años de su vida oculta aprendiendo el oficio de su padre.
Sabemos por parte del un peregrino llamado Arculfo (670) que en Nazaret «se encontraban dos iglesias, una en medio de la ciudad, colocada sobre dos arcos donde estaba la casa en la que Jesús vivió su vida oculta. Y, la otra, en el lugar donde se encontraba la casa en la que entró el ángel Gabriel y habló a María». En el siglo XVI , Quaresmio habla de un lugar denominado por los nazaretanos «Casa y taller de San José», donde hace tiempo existía una iglesia dedicada al Santo.
La apócrifa Historia de José, el carpintero, narra la muerte y sepultura del padre nutricio de Jesús, en Nazaret, describiendo cómo el mismo Jesús lo asistió y confortó en el momento del paso de esta vida a la eternidad.
Somos peregrinos hacia la casa del Padre para festejar a su Hijo el Salvador del Mundo. Este es un caminar que nos invita a desarrollar las virtudes, creciendo en el amor, creciendo en la fidelidad a la vocación específica que el Señor nos ha dado y que en estos días vivimos en una vida donde parece que todos los días son, para muchos, encerrados en casa, exactamente iguales uno al otro.
Y aquí, en le hogar, en «nuestro Nazareth», hemos de seguir creciendo en la fidelidad a los principios de nuestra fe. El camino de los más de dos mil años de cristianismo ha sido un ir creciendo en la fidelidad, de la misma manera que ha tenido que ser y sigue siendo nuestro camino de bautizados. Dios ha sido fiel a sus promesas y no quiere que olvidemos que nosotros también hemos de vivir en fidelidad sobre todo en las cosas pequeñas de nuestra vida de fe de cada día.
¡Qué oportunidad tan grande para muchas familias en estos días de contingencia de dar gracias a Dios por el nuevo día juntos, bendecir los alimentos, compartir la Palabra, rezar en familia el Rosario, agradecer el día... todo en fidelidad al Señor.
La fidelidad, es «el atributo mayor de Dios». Dios es fiel eternamente, su fidelidad dura por siempre. San Juan Pablo II, en esta carta a la que me he venido refiriendo, en el capítulo 2, de los números 11 al 14, para hablarnos de los jubileos, nos hace un recorrido breve por la historia de salvación y nos presenta cómo a lo largo de esta historia la fidelidad divina se revela inmutable aún frente a la constante infidelidad del pueblo. Si Israel es infiel, el Señor es siempre fiel, y esa fidelidad de Dios pasa del Antiguo al Nuevo Testamento. Cristo, que es el testigo fiel de la Verdad (Jn 18, 37; Ap 3,14), comunica a los hombres la gracia de que está lleno (Jn 1, 14-16) y los hace capaces de merecer la corona de la vida, imitando su fidelidad hasta la muerte. «Si hemos muerto con Él, también viviremos con Él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel» (2 Tim 2,11-13).
La pandemia del Covid-19 tiene que ser para el creyente una oportunidad para seguir creciendo en nuestra fe e imitar la fidelidad de Cristo en aquellos 30 años en Nazareth en donde parecía que no había nada extraordinario sino la rutina de cada día, manteniéndonos firmes hasta la muerte contando con su fidelidad para vivir y reinar nosotros también con Él (2 Tim 2,11s). Jesucristo hoy, como ayer y para siempre, no deja de ser lo que es (Heb 13,8), el Hijo de Dios misericordioso y fiel (Heb 2,17) que nos acompaña en todo momento, sobre todo en estos tiempos de adversidad que han venido a cambiar los planes de todos.
Él, a lo largo de todo nuestro caminar, nos invita a vivir su misma fidelidad, Él dice a cada uno: «Permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecen en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9s; cf. 14,15.21.23s).
Padre Alfredo.
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