La ascensión del Señor resucitado a la gloria de Dios sólo se describe en el Nuevo Testamento como un suceso visible al final del evangelio de san Lucas y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles. Pero san Lucas ha condensado en una imagen de gran plasticidad lo que proclaman todos los escritores del Nuevo Testamento: que el Señor resucitado fue asumido en la forma existencial de Dios y desde ella está al lado de su Iglesia. Su narración es artísticamente destacada y teológicamente cierta hablando de algo que trasciende la historia, porque el Señor está vivo y resucitado a la derecha del Padre. La muerte de Jesús sí que es un hecho pasado que encaja en la historia, porque Jesús ya no vuelve a morir. Pero su resurrección es de una actualidad inmarcesible. Jesús sigue vivo y con nosotros según su promesa. La resurrección de Jesús no ha pasado, no pertenece al pasado, sino que es perennemente presente y actual. Jesús vive, está vivo, está presente, está con nosotros. El momento subraya la glorificación de Cristo Resucitado. La liturgia de este día, para la Misa, nos pone en el Evangelio las palabras finales del escrito inspirado de san Mateo (Mt 28,16-20). La Ascensión del Señor no significa su partida para no volverá estar con nosotros. Cristo permanece con nosotros «siempre hasta la consumación del mundo». Decía la beata María Inés Teresa que «hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad». Hemos de vivir la certeza de que Él «está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo».
La Ascensión el Señor nos recuerda que Él está, pero de otro modo diverso a cuando estuvo en la tierra. El hecho aparece no como una ausencia de Jesús que haría legítima su tristeza, sino como una modificación de su presencia. Jesús se hace inmediatamente presente a los que ama, y se une a ellos allí donde ellos son justamente ellos mismos, se hace interior a ellos. Y, por otra parte, se hace simultáneamente presente a todos, sin limitaciones espacio-temporales. Así, el misterio de Jesús aboliendo ciertas formas de presencia corporal para tener junto a nosotros una presencia más interior y más universal, es a la vez el sentido de una experiencia humana vivida y la promesa de que esta experiencia será salvada y colmada para los que la vivan en la fe. La Ascensión de Cristo es también nuestra elevación. En la Pascua celebrábamos la resurrección de Cristo y la nuestra; hoy, su exaltación y la nuestra: él es totalmente para nosotros, sus discípulos–misioneros. Los cristianos fuimos incorporados a él por el bautismo. La segunda lectura de hoy (Ef 1,17-23) lo afirma claramente: «la extraordinaria grandeza de su poder (del Padre) para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha». Con su ascensión, Cristo nos deja una gran tarea, la de ir al mundo y hacer discípulos. Ese es el encargo que recoge san Mateo y del cual nos quiere contagiar. Y es también el que transmite san Lucas, que empieza los Hechos describiendo la ascensión, para centrarse enteramente en la predicación de Pedro y Pablo y los apóstoles. El mundo es nuestra responsabilidad y los hombres son nuestros interlocutores. La Iglesia no es un círculo de creyentes, sino un movimiento de acercamiento a todos para que puedan creer. Lo importante de la Iglesia no es ella mismo, sino Jesús, y la misión confiada por Jesús. Y esa misión es evangelizadora, animadora, motivadora.
Estamos atravesando una situación de vida nunca antes vista por nuestras generaciones, nos encontramos sumergidos en medio de una pandemia. Como ha dicho el Papa Francisco en uno de sus mensajes para esta solemnidad de la Ascensión del Señor: «Con esta situación inimaginable siento esta fiesta de la Ascensión más rica de sugerencias para el camino y la misión de cada uno de nosotros y de toda la Iglesia». Tenemos nuevas formas de evangelizar, de vivir la fe, de transmitirla con el testimonio de vida en nuestras redes sociales. ¿Qué mensajes enviamos?... ¿Qué fotografías publicamos?... ¿Qué lenguaje utilizamos? ¿Qué hacemos en y con la Iglesia desde las redes sociales? ¿Participamos en la misión de la Iglesia? ¿En qué colaboramos con nuestra parroquia desde casa? ¿Estamos activos en nuestra vida de fe? ¿Cómo profesamos nuestra fe? «Cuando Cristo dejó a los Apóstoles —subraya el Papa— en vez de quedarse tristes, volvieron a Jerusalén “con gran alegría”». Este tiempo de confinamiento, de ver la vida y vivirla de manera diversa, es escuela para volver a la nueva normalidad con esa alegría de los hijos de Dios que nos alegramos de que Cristo ascienda a los cielos llevando nuestras súplicas, planes y proyectos al Padre y al mismo tiempo se haya quedado con nosotros. María Santísima se sentiría inundada de alegría con el hecho de la Ascensión de su Hijo, que Ella nos ayude a que no nos quedemos parados mirando al cielo, sino que actuemos haciendo vida nuestra fe en el Resucitado que hoy asciende al Cielo. ¡Bendecido domingo de la Ascensión del Señor!
Padre Alfredo.
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