Quiero empezar mi reflexión con un cuento que ahora narro: «Un día, el sol desapareció por completo del cielo y empezó a llover con tanta fuerza, que el agua inundó y arrasó por completo la Tierra. Se escuchó un ruido atronador y los animales, las personas y todo tipo de enseres, aparecieron en unos minutos flotando por el agua, haciendo que en la tierra reinara un verdadero caos. Pero hubo algo que sobrevivió a tanta desgracia y calamidad: la esperanza. La esperanza fue la única que no se dejó vencer por la desolación, y empezó a buscar la manera de salir de allí con vida. Les dijo a las personas que se agarraran a tablones y ramas de los árboles y les gritó, animándolas, para que sacaran las fuerzas que ya no tenían. —¡Aquí, vengan aquí!— motivaba e indicaba llevándolas a los lugares más seguros. En medio de la tristeza y la desolación, la esperanza llamó a la solidaridad, que cuidó de los niños perdidos, ancianos y animales desvalidos. Más adelante, apareció la experiencia y, como no era la primera vez que vivía algo tan duro, supo indicar a todos lo que debían hacer, y dónde debían dirigirse para ponerse a salvo. Poco a poco, la solidaridad y la experiencia fueron venciendo al caos y la desolación, y aunque todos estaban muy tristes, lograron vislumbrar un rayo de sol gracias a la esperanza y poco a poco fue volviendo la alegría».
Hoy el Evangelio (Jn 16,20-23) subraya una frase que ayer ya mencionaba: «Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría». Jesús dijo esto la víspera de morir, cuando las cosas se ponían más y más difíciles. Podemos, en ese contexto, imaginamos muy bien la tristeza de los discípulos en la ausencia de Jesús, por su muerte que ya veían inminente. No solamente los Apóstoles, sino la comunidad de creyentes, ante esto, se encontraba en el mundo sin el apoyo externo de Jesús, expuesta a los ataques, la tristeza, las acusaciones y el desconcierto, es decir, faltaba la esperanza. Así, el evangelista contempla con una sola mirada, la situación de los discípulos en la muerte de Jesús y la situación de los cristianos de todos los tiempos. «Su tristeza se convertirá en alegría» les dice Jesús llenándoles de esperanza y, cuando Jesús ya este resucitado, el mismo evangelista nos dirá: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). Nada había cambiado en las circunstancias externas —el mal o la desgracia seguían y siguen existiendo, desgraciadamente, como ahora por la pandemia— y sin embargo la tristeza, no sólo para ellos, sino para todo discípulo–misionero, se ha cambiado en gozo. Una alegría que brota misteriosamente como una fuente en el desierto.
Celebramos a una santa que pasó de la tristeza a la alegría llena de esperanza. Fue una hija obediente, una esposa fiel y maltratada, fue madre, luego viuda y finalmente religiosa, estigmatizada y ahora una santa incorrupta. Santa Rita lo experimentó todo pero llegó a la santidad porque en su corazón reinaba Jesucristo. ¡Qué importante es nunca perder la esperanza! Santa Rita nació cerca del pueblito de Cascia, cerca de Asís, en la Umbría Italiana. Su vida comenzó en tiempo de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones. Los problemas del mundo parecían más grandes que lo que la política y los gobiernos pudieran resolver. Santa Rita es conocida como la santa de lo imposible, porque nunca perdió la esperanza, por sus impresionantes respuestas a las oraciones y por los notables sucesos de su propia vida. A pesar de que quería ser monja, cuando tenía 14 años la casaron con un hombre llamado Paolo Mancini. Con su esposo tuvo un mar de sufrimientos, pero se consolaba en la oración y le devolvió su crueldad con bondad, logrando su conversión a Cristo con el paso de los años y veló por sus hijos gemelos. Ya después al enviudar, pudo ser religiosa como ella quería. Santa Rita falleció un 22 de 1457 a los 76 años. La gente se agolpó al convento a despedirla. Innumerables milagros tuvieron lugar a través de su intercesión, y la devoción hacia ella se extendió a lo largo y a lo ancho. Que Santa Rita que tanto amó a María, a quien conocemos como Nuestra Señora de la Esperanza, nos ayude a mantener viva esta virtud. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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