Este año litúrgico me he propuesto hacer mi pequeño pensamiento de cada día, destacando algún aspecto de la vida de alguno de los santos que el calendario nos va presentando para cada día. Hoy no es la excepción y en medio de esta situación de confinamiento por cuarentena o aislamiento que estamos viviendo en esta pandemia, quiero hablar, para hacer mi reflexión, de san Benedicto II Papa. Benedicto II nació en Roma en el siglo VII, pero no se tiene la fecha exacta de su nacimiento. Se sabe que nació en el seno de una familia muy poderosa y pudiente, la familia Savelli. Se conoce con exactitud la fecha de su muerte que acaeció el 7 de mayo del año 685. Me parece interesante conocer distintos aspectos de la vida de estos personajes —los santos— fuera de serie como este santo Papa conocido como «el Papa de los pobres». De joven este santo varón se distinguió por sus conocimientos de Sagradas Escrituras y se destacó en el canto. Cantar continuamente las alabanzas de Dios en la tierra era para él una especie de noviciado para la bienaventuranza de los cielos, una ocupación gustosa para un alma que amaba a Dios.
Participó en el gobierno de la Iglesia bajo los papas san Agatón y san LeónIV. Como sacerdote fue muy conocido por su humildad, su amor por los pobres y su generosidad. Benedicto fue siempre humilde, manso, paciente, mortificado, amante de la pobreza y generoso con los pobres. Fue el papa 81 de la Iglesia católica, y su periodo fue muy corto, entre agosto de 684 y mayo de 685. Sus virtudes, su liberalidad y su inteligencia, le hacían especialmente apto para esa altísima dignidad. Benedicto II fue el último Papa que tuvo que esperar, para el inicio de su pontificado, del consentimiento del emperador, ya que Benedicto II, ya consagrado, logró convencer al emperador para que a partir de esa fecha los sufragios del clero y el pueblo fueran los únicos requisitos suficientes para poder elegir y consagrar al Papa sin que hubiera la necesidad de la consagración imperial. El santo Pontífice hizo cuanto pudo para que Macario, el patriarca de Antioquía, que había sido depuesto por herejía, volviese a la verdadera fe. Su pontificado duró solamente 11 meses, pero en este corto tiempo trabajó mucho en la conversión de los herejes y logró restaurar varias iglesias de Roma, restituyó al clero y es recordado por el cuidado de los pobres y los sacristanes laicos que fueron beneficiados con su generosidad.
En la Iglesia de Dios siempre hay mucho que hacer. En el Evangelio de este día (Jn 13,16-20) Jesús nos habla precisamente del servicio. Y el servicio ha de ser como el de él, que después de haber lavado los pies a sus Apóstoles lleva el servicio hasta la muerte, y no hasta la muerte física nada más, sino un servicio hasta la muerte de lo propio... mi tiempo, de mi dinero, mi comodidad, mi razón humana, mis sentimientos... Benedicto II se hizo servidor de todos y ya sabemos que uno de los títulos del Papa es «Siervo de los Siervos», pero, yo —revisándonos cada quien—¿de quien soy servidor hasta la muerte? El marido de la mujer, la mujer del marido, los padres de los hijos, los hijos de los padres, de tu vecino, de tu jefe, de tu empleado... Conviene hacer a menudo una revisión de vida sobre este asunto. ¿De qué modo mi vida es un servicio? ¿De qué manera soy servidor? ¿De quién soy servidor"? ¿Hasta adónde llega mi servicio? En la Iglesia utilizamos la palabra «ministro» que tiene raíces latinas y que se traduce por «servidor». Eso fue Jesús mientras estuvo en el mundo, eso fue el santo Papa Benedicto II, eso tenemos que ser cada uno de nosotros en todo tiempo y lugar. Pidamos al Señor, por intercesión de María Santísima, la «humilde sierva del Señor» que nos ayude a cumplir con esta tarea. ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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