Yo creo que para nadie resulta fácil vivir una situación como la de esta pandemia para la que no estábamos preparados. Unos en casa por prescripción, otros saliendo al trabajo por obligación y necesidad; unos que siguen todo al pie de la letra, otros que no creen que sea cierto lo que se dice; unos con una gran capacidad de adaptación, otros sufriendo angustia, ansiedad y hasta hambre ... Estamos en manos de Dios, no podemos olvidar que los bautizados en el mundo formamos la «nación santa, el pueblo adquirido por Dios, el sacerdocio real» (1 Pe 2) para dar gracias a Dios y confiar en su Divina Providencia. ¡No se mueve ni la más mínima hoja de un árbol sin su voluntad! Estamos aprendiendo a ofrecernos como víctima a Dios junto con Cristo cada uno, cada una, según te toca en esta contingencia. Muchos de los que están saliendo para trabajar quisieran estar en casa y algunos de los que están en casa están ya ansiosos por salir... Es esta nuestra condición humana, somos frágiles y estamos viviendo una situación para la que no estudiamos, ni las autoridades civiles y religiosas, ni todo el común de los mortales. ¡Esto no es lo de siempre!
Hoy en el evangelio (Jn 10,1-10) el Buen Pastor nos consuela. Él nos previene acerca del ladrón que solo viene a causarnos daño y ese ladrón en la situación en que nos encontramos por la contingencia de esta cuarentena extendida por el Covid-19, es, ciertamente, entre otras cosas, la desesperación. La desesperación, lo sabemos, es algo común a todos los seres humanos, al menos hasta cierto grado. Sin embargo, para algunos el abatimiento puede ser tan grave que interfiera con todo su ser. La Sagrada Escritura muestra que incluso la gente buen no está exenta de las complicaciones y las presiones que conducen a la desesperación. Tomemos por ejemplo a Elías y Job, quienes gozaron de una buena relación con Dios. Tras huir de la malvada reina Jezabel por temor a perder la vida, Elías «se puso a pedir al Señor que muriera su alma» (1 Re 19,1-4). Job, otro varón justo de la Biblia, sufrió una serie de tragedias, entre ellas una repugnante enfermedad y el fallecimiento de sus diez hijos (Job 1,13-19; 2,7-8). A causa de la desesperación dijo: «Preferiría la muerte a estos tormentos» (Job 7,15). Es obvio que estos fieles hombres de Dios estaban muy angustiados como puede ahora estar mucha gente.
Cristo nos alerta y nos hace ver con claridad que Él es el Buen Pastor que acompaña a sus ovejas, que las conoce a cada una por su nombre, que camina delante de ellas y ellas le siguen porque conocen su voz y eso se logra con la oración, con el encuentro de corazón a corazón con el Buen Pastor. La Biblia explica que, a través de la oración, «la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará nuestros corazones y nuestras facultades mentales mediante Cristo Jesús» (Flp 4,6-7). La angustia, la ansiedad, la desesperación, quizás nos impidan ver la salida. Pero si «perseveramos en la oración», Cristo, el Buen Pastor, puede guardarnos el corazón y la mente e infundirnos la fortaleza que requerimos para aguantar (Rm 12,12; Is 40,28-31; 2 Cor 1,3-4; Flp 4,13). No olvidemos que Satanás usa la desesperación con el único fin de llevarnos a tomar decisiones equivocadas. Cuando estamos desesperados estamos vulnerables y abiertos a escuchar la voz de Satanás y no, no podemos sucumbir, hay que escuchar al Buen Pastor. Quien tiene que salir a trabajar, a ofrecer algún servicio, a atender alguna necesidad, que no se angustie, que se sienta acompañado por el Buen Pastor; quien deba permanecer en casa que no se sienta desesperado sino cuidado por el Buen Pastor. Que María Santísima nos ayude y que sigamos captando lo que Dios quiere invitarnos a vivir en estos días a los hombres y mujeres de fe. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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