martes, 26 de mayo de 2020

«San Felipe Neri»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Felipe Neri, el santo que hoy celebramos y del que quiero escribir para esta reflexión, nació en Florencia, Italia, en el año de 1515. Desde pequeño era tan alegre y tan bueno, que la gente lo llamaba «Felipín el bueno». En su juventud también dejó fama de amabilidad y alegría. Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera conversión. Y consistió en que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quiso confiar solamente en Dios y no en riquezas o familiares pudientes. Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el cual le ofreció casa y una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. El propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban como ángeles. Por inspiración de Dios, habiendo estudiado filosofía y teología, se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes pobres. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a los niños, visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a algún sitio solitario a orar y a meditar. Le encantaba irse a rezar en las puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas subterráneas de Roma donde están encerrados los antiguos mártires.

Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios. Y la vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón, éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe entusiasmado y casi muerto de la emoción exclamaba: «¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría!» En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue ordenado en el año 1551. Y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de saber confesar muy bien. San Felipe quería irse de misionero pero su director espiritual le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada el «Oratorio», porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos Borromeo.

San Felipe tuvo siempre el don de la alegría. Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: «Padre, jamás lo había encontrado tan alegre», y él le respondió: «Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor». A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años. El Evangelio de hoy (Jn 17,1-11) nos presenta la «oración sacerdotal» de Jesús en la Ultima Cena que san Felipe Neri hizo vida. Jesús tiene conciencia de su absoluta fidelidad: ha revelado al mundo el misterio de Dios. Pero, como Él se va, ruega por sus colaboradores en la misión, es decir, por todos nosotros que, como san Felipe, hemos de seguir evangelizando. Que María Santísima, a quien san Felipe tanto amó, nos aliente para que nosotros también, con alegría y bondad, sigamos siendo portadores de la Buena Nueva. ¡Bendiciones!

Padre Alfredo.

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