Hoy la Iglesia celebra a un apóstol muy singular: San Matías. Poco o más bien nada sabemos de él. Hay que limitarse a lo poco que de él nos dicen los Hechos de los Apóstoles. Y lo poco que nos dicen es contarnos su elección (Hch 1,15-17.20-26). Ni siquiera lo vuelven a nombrar más. Lo que de él nos dicen escritos posteriores, aunque sean de autores calificados, no ofrece garantías de historicidad. Y las biografías apócrifas se han encargado de rellenar con aventuras de viajes y de milagros ese silencio de los Hechos de los Apóstoles. Pero una cosa si queda clara, para ser apóstol, dice san Pedro, hace falta haber acompañado a Jesús durante toda su vida pública, desde el bautismo hasta la ascensión. No basta haberlo seguido en una larga serie de jornadas evangélicas, ni haber vivido algún tiempo en intimidad con Él, ni haber sido enviado por Él a predicar, ni siquiera haberlo visto haciendo uno que otro milagro o resucitado. Un apóstol es un testigo de Jesús, y hace falta haberle acompañado, «permanecido» como dice el Evangelio de hoy (Jn 15,9-17) durante toda su predicación para poder atestiguar sobre toda su doctrina, como hace falta haberlo visto resucitado después de la crucifixión para poder ser testigo de la legación divina de Jesús.
La buena noticia para nosotros, que somos discípulos–misioneros de Cristo es que también, como Matías y los otro once, queremos «permanecer» con Jesús. Hemos sido llamados por nuestro bautismo a estar con él y seguimos siendo llamados, a pesar de nuestras imperfecciones. Jesús nos llama a madurar en nuestra relación con él. Para la mayoría de nosotros, la llamada de Jesús no es tan radical que podamos recordar el momento como una experiencia increíble que marcó toda una diferencia en nuestra relación con Dios, la mayoría hemos «permanecido» con él desde que tenemos conciencia, pues desde pequeños crecimos en ambientes llenos de fe. Lo que sigue siendo crucial para todo cristiano como para Matías, es el atractivo de Jesús cambia la vida. Si somos maduros en la fe, debemos estar ante aquél que nos llama, aquél cuya presencia marca toda una diferencia en nuestras vidas. Ahí es donde la llamada elección de Matías puede ser una ayuda especial para nosotros. La raíz de la palabra «permanecer», que hoy escuchamos en el Evangelio, es la misma que morar, o quedarse con él. Si hemos de ser discípulos–misioneros de Jesús, no es necesario que seamos perfectos al instante. Lo que es necesario es que permanezcamos con él.
«Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. Quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto. Porque sin mí, ustedes no pueden hacer nada» (Jn 15,5) decía el Evangelio de ayer y hoy, inmediatamente después de este ejemplo tan claro, se nos habla de «permanencia». Ahora, en medio de esta gran confusión que ha generado la pandemia que vivimos, el Señor nos invita a «permanecer» con él. Y es que si nos quedamos únicamente con lo que el mundo dice, despegándonos del Señor y atendiendo sólo a lo del mundo, la vida se nos llena de preguntas y confusiones que nos aplastan. Saltan con fuerza interrogantes hirvientes que nos quieren atrapar y robar la paz interior y la confianza en el Señor: ¿Quién es el responsable de tanto desastre? ¿Hasta dónde durará? ¿Es todo esto un castigo de Dios? ¿Es verdad que Dios nos está probando? Algunos hasta están convencidos de que con fines inconfesables, este virus ha sido creado en laboratorios especiales para ello. O es consecuencia de una imprudente manipulación de la Naturaleza, como, por ejemplo, de los murciélagos. La realidad es que la confusión por la pandemia nos puede arruinar a todos la mente y el corazón si nos despegamos de Jesús. No sabemos cómo combatirla, eso es cierto, pero vamos aprendiendo cómo vivirla permaneciendo en Jesús y bajo el amparo de su Madre Santísima. Hoy el Papa nos ha invitado a todos, sea la fe que sea de cada uno, a orar juntos para que esto ya termine. Pero, para entender el mensaje del Papa, hay que «permanecer» en Cristo, si no, nada se comprenderá. Pidamos sobre todo esta gracia por intercesión de san Matías y de María Santísima que también, siempre, permaneció con el Señor. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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