La situación en que nos encontramos en esta cuarentena y aislamiento del 2020 por el Covid-19 es ciertamente extraordinaria; fuera de lo común. Y según los informes de las autoridades no van a cambiar las cosas rápidamente. Si seguimos los medios de comunicación, la prensa, los comunicados de las autoridades, las exhortaciones de nuestros obispos, los decretos que se emiten, encontramos de todo. La pandemia del Covid-19 ha representado cambios drásticos en la vida del planeta. Se han suspendido actividades sociales y educativas. Se prohíben eventos que aglomeren multitudes en cines, teatros, museos, bares, restaurantes, estadios, escuelas e iglesias. Las grandes ciudades, sobre todo, son otras y saldremos, como humanidad, después de esto, seguramente a una nueva realidad. La expresión de la fe se impone en las redes. Algunas tenemos la oportunidad de unirnos para orar en internet y yo sigo escribiendo éste, mi pequeño pensamiento.
El Evangelio de hoy (Jn 15,1-8) nos ofrece una hermosa comparación con la que describe Jesús la unión de los discípulos con él. Él es la vid, la cepa. Los discípulos–misioneros somos los sarmientos. De la vid pasa la savia, o sea, la vida, a los sarmientos, si «permanecen» unidos a la vid. Si no, quedan secos, no dan fruto y se mueren. El verbo «permanecer», en griego «menein», aparece 68 veces en los escritos de san Juan: once de ellas en este capítulo 15. Dios Padre es el viñador, el que quiere que los sarmientos «permanezcan» y no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la mayor alegría del Padre: «que den fruto abundante». Incluso, para conseguirlo, a veces recurrirá a la «poda», «para que dé más fruto». Esta metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).
Hoy celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, ha suscitado en muchos fieles, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones. Las apariciones de la Santísima Virgen ocurrieron entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917. Por primera vez en más de cien años desde las apariciones, el Santuario de Fátima, los días 12 y 13 de Mayo no recibe peregrinos en sus espacios, siguiendo las decisiones sanitarias impuestas por las autoridades debido a esta pandemia causada por el Covid-19, pero eso no nos separa de María. La historia actual de Fátima está aconteciendo día a día: todos los que quieran pueden seguirla y vivirla junto con el Papa Francisco, quien ha elegido el 14 de mayo de este trágico 2020, en el que el mundo se haya sometido al poder destructor y aniquilador de la pademia del Covid-19, como día mundial de oración con ayuno y penitencia para suplicar la intercesión de Nuestra Señora. Por razones obvias el 13 de mayo de 2020 pasará a la historia del Santuario como el año en el que los de miles peregrinos que todos los años acudían llegados desde todas las partes del Mundo no han podido llegar a su encuentro con la Señora de Fátima. Ahora los peregrinos no van, ella viene con cada uno de nosotros y a ella le pedimos que no nos desampare en este valle de lágrimas, como dice la Salve. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
P.D. Me da mucho gusto que seamos muchos los que noche a noche a las 9:00 P.M. hora de Monterrey, N.L. México, nos reunamos en mi Facebook: ALFREDO DELGADO RANGEL para rezar juntos el Santo Rosario en este tiempo terrible de la pandemia del Covid-19. ¡En este Rosario, cabemos todos!
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