El Evangelio de hoy (Jn 16,29-33) nos presenta un dato curioso, parece ser que los Apóstoles ya creen haber llegado a entender a Jesús: «Ahora sí nos estás hablando claro... creemos que has venido de Dios» le dicen. Pero Jesús parece ponerlo en duda: «¿de veras creen?». En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar, asustados ante la apostura que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí van a flaquearán. Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendrán tribulaciones, pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo». El Señor sabe que nunca es segura nuestra adhesión a él. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿Aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu, como hemos de madurar nosotros.
Estamos atravesando, definitivamente y no hay duda alguna, por momentos de cruz. La incertidumbre nos envuelve y las confusiones en los datos que escuchamos de esta pandemia están a la orden del día. Jesús nos quiere dar ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que tengan paz en mí», dice en el Evangelio. Jesús, ante la soledad en que lo dejarán sus discípulos, recurrirá a la compañía del Padre. No debemos quedar aplastados por el aparente yermo en el que esta situación nos mantiene. Ante la amenaza de este coronavirus, Cristo nos invita a activar en nuestro interior la presencia del Padre, que no lo dejó a él solo ni nos dejará a nosotros tampoco. La situación incierta que vivimos trae consigo la carga negativa del abandono, de la amenaza, del límite, de la resistencia. Para Jesús, ante las adversidades, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre.
Santa María Magdalena de Pazzi, la santa virgen de la Orden del Carmelo, que hoy celebramos en la Iglesia; en Florencia, Italia, llevó una vida de oración escondida en Cristo, orando con empeño por la reforma de la Iglesia ante muchas adversidades que atravesaba el mundo en aquellos años, y habiendo sido distinguida por Dios con muchos dones, dirigió de un modo excelente a sus hermanas religiosas. Vivió en medio de muchas adversidades, empezando por una misteriosa enfermedad que los médicos declararon incurable. Luego le fueron impresos para siempre en el alma los estigmas invisibles y recibió del mismísimo Jesús un anillo que sellaba su místico desposorio con él. Fue llamada a la ardua empresa de la renovación de la Iglesia, cosa que le repugnaba, pero fue preciso obedecer. Escribió algunas cartas, mientras estaba arrobada su mente, al sumo Pontífice y a otros prelados, hablándoles de renovación. Tuvo muchos éxtasis de amor a Dios, pero también un largo período de padecimientos que se prolongó hasta su muerte. La vida es así, entre luces y sombras vamos descubriendo que el Padre nos ama, como lo asegura Jesús. El camino del crucificado nos muestra cuán débiles son nuestras opciones y cuán grande la infinita misericordia de nuestro Padre Dios. Que María Santísima nos ayude, como ayudó a Santa María Magdalena de Pazzi a asumir la divina voluntad y a vencer las adversidades para alcanzar el cielo. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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