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Estamos atravesando, definitivamente y no hay duda alguna, por momentos de cruz. La incertidumbre nos envuelve y las confusiones en los datos que escuchamos de esta pandemia están a la orden del día. Jesús nos quiere dar ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que tengan paz en mí», dice en el Evangelio. Jesús, ante la soledad en que lo dejarán sus discípulos, recurrirá a la compañía del Padre. No debemos quedar aplastados por el aparente yermo en el que esta situación nos mantiene. Ante la amenaza de este coronavirus, Cristo nos invita a activar en nuestro interior la presencia del Padre, que no lo dejó a él solo ni nos dejará a nosotros tampoco. La situación incierta que vivimos trae consigo la carga negativa del abandono, de la amenaza, del límite, de la resistencia. Para Jesús, ante las adversidades, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre.
Santa María Magdalena de Pazzi, la santa virgen de la Orden del Carmelo, que hoy celebramos en la Iglesia; en Florencia, Italia, llevó una vida de oración escondida en Cristo, orando con empeño por la reforma de la Iglesia ante muchas adversidades que atravesaba el mundo en aquellos años, y habiendo sido distinguida por Dios con muchos dones, dirigió de un modo excelente a sus hermanas religiosas. Vivió en medio de muchas adversidades, empezando por una misteriosa enfermedad que los médicos declararon incurable. Luego le fueron impresos para siempre en el alma los estigmas invisibles y recibió del mismísimo Jesús un anillo que sellaba su místico desposorio con él. Fue llamada a la ardua empresa de la renovación de la Iglesia, cosa que le repugnaba, pero fue preciso obedecer. Escribió algunas cartas, mientras estaba arrobada su mente, al sumo Pontífice y a otros prelados, hablándoles de renovación. Tuvo muchos éxtasis de amor a Dios, pero también un largo período de padecimientos que se prolongó hasta su muerte. La vida es así, entre luces y sombras vamos descubriendo que el Padre nos ama, como lo asegura Jesús. El camino del crucificado nos muestra cuán débiles son nuestras opciones y cuán grande la infinita misericordia de nuestro Padre Dios. Que María Santísima nos ayude, como ayudó a Santa María Magdalena de Pazzi a asumir la divina voluntad y a vencer las adversidades para alcanzar el cielo. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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