Quiero escribir unas cuantas lineas de la vida de una Misionera Clarisa que conocí desde que yo era adolescente y que seguí tratando casi hasta sus últimos días de vida. Se trata de la hermana María Sorroza, a quien recuerdo con profundo cariño y gratitud sobre todo por sus consejos y su testimonio de vida apostólica.
La hermana María Sorroza Quiroz nació en 23 de octubre de 1929 en Ejutla de Crespo, un pintoresco lugar ubicado en el centro-sur del estado de Oaxaca, que es cabecera del municipio del mismo nombre y del Distrito de Ejutla en la Región Valles Centrales de este bello estado mexicano. Allí mismo, el 28 de noviembre del mismo año, fue bautizada con el nombre de Elodia María, que luego, en la vida religiosa, a la usanza de aquellos años, fue cambiado por el de María de Bethania al ingresar al convento.
El 4 de octubre de 1953, llegó a la Casa Madre de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento para iniciar su formación en la vida consagrada. Fue recibida por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y allí mismo hizo las dos etapas iniciales de su formación, el postulantado y el noviciado, hasta que emitió sus votos temporales el 20 de mayo de 1956 ante la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y así fue en todas sus ceremonias, siempre presididas por la beata Madre fundadora.
Siempre alegre, simpática, laboriosa y muy comunicativa, la hermana María se daba a querer y como hormiguita siempre era constante en el trabajo ya sea apostólico o de las cosas de casa. Sabía combinar su carácter con la capacidad de liderazgo que siempre manifestó, siendo enérgica y exigente cuando era necesario.
Desde postulante destacó en las artes culinarias, elaborando muy sabrosas recetas, haciendo muy buen pan y preparando remedios caseros para un sin fin de enfermedades.
Su profesión perpetua fue el 8 de diciembre de 1961 al terminar el primer capítulo general de la congregación.
Su vida consagrada como misionera se desarrolló en diversas partes de México como Puebla, Monterrey, Guadalajara, Arandas, Ciudad de México y en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos. Siempre muy responsable en sus encomiendas, fue dejando huella en cada comunidad, y esa huella, fue la huella de Cristo desarrollando las virtudes que Dios le había dado, entre ellas la virtud de la piedad.
Yo la conocí en Monterrey, era yo Vanclarista y hacía algunas veces, bueno, muchas veces, pequeños mandados para las hermanas, así que con frecuencia llegaba al convento y la hermana María era la portera. A veces eran tantas las veces que daba vueltas por diversos motivos en un solo día que simpáticamente me decía que ya me iba a dar llave del convento para que no estuviera toque y toque el timbre. En el año de 1986, celebró sus Bodas de Plata.
Era muy buena para las misiones populares de Semana Santa o de verano, destacándose siempre en la alegría que brindaba a las familias que visitaba con las que rezaba y compartía la Palabra de Dios con su sencillez característica y en una caridad misionera muy valiosa.
Su última misión, que continuó hasta los últimos días de su vida, la inició en el año de 1987 en la colonia «Los Patios de la Estación» en un barrio muy pobre y con muchas carencias en Cuernavaca, Morelos, muy cerca de la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana. Allí trabajó infatigablemente siendo testimonio para toda la sociedad morelense de justicia y de paz en un ambiente de muy difícil convivencia social, por los múltiples problemas de orden moral y económico del entorno. En esa misión se explayó ayudando incondicionalmente a muchos niños, ancianos y enfermos, pues a nadie negaba atención, cariño, perdón y respeto con un sin fin de consejos para la vida diaria. Allí todo mundo la respetaba y la cuidaba «de los malitos», como ella decía. En el año de 2006, celebró, con gran gozo y gratitud, sus Bodas de Oro, 50 años de una vida consagrada al servicio de Dios y de la humanidad.
Fiel en proveer el servicio y supervisión de la Capilla de Santiago Apóstol en esa comunidad, ella misma continuó la construcción de la misma que estaba inacabada cuando llegó y se convirtió en administradora de la misma, cuidando el mantenimiento y provisión de los servicios litúrgicos, como la Misa dominical y la animación de las diversas pastorales. A mí me tocó varias veces celebrar y confesar allí, así como impartir algún tema de reflexión.
Ya entrada en años y enferma, solía disimular muy bien sus dolencias, pues la favorecía su fuerte constitución física, la fuerza de voluntad y su gran amor a la misión. Sin embargo al paso de los años, sus fuerzas se fueron minando y sobre todo, la dificultad para caminar. Todos los taxistas la conocían y la llevaban y traían sin cobrarle ni un solo centavo, sabiendo todos lo que hacía por la gente, su gente de Cuernavaca. Gracias a su trabajo, en uno de esos años fue nombrada en Cuernavaca «Mujer del Año», premio que ella recibió con su sencillez característica y el aprecio de toda la sociedad.
En el año 2010 empezó a tener más y más molestias para moverse y a partir del domingo 29 de mayo tuvo que dejar de asistir a su querida misión y desde casa hacía lo que podía sin quejarse de que sus fuerzas fueran disminuyendo.
El 3 de junio de 2011fue llevada a urgencias y cinco días después fue intervenida de la vesícula presentando una infección bastante avanzada, situación que le causó hemorragias y septicemia que alteró el corazón y su respiración. Recibió en aquellos momentos todos los auxilios espirituales y estuvo en todo momento acompañada de sus hermanas Misioneras Clarisas, sus familaires y gente de la misión. Así llegó al último momento de su vida en el hospital. Descanse en paz esta infatigable misionera. Falleció el 12 de junio de ese 2011.
Padre Alfredo.
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