viernes, 29 de mayo de 2020

«Cecilia Morita, una misionera coreana entre japoneses»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo LVIII

Cecilia Morita Takako nació en Corea el 10 de marzo de 1943. Años después ingresó en Japón a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 18 de abril de 1965 en donde fue aspirante hasta el 10 de enero de 1966 en que inició su postulantado, ese periodo en el cual la joven que quiere consagrarse como religiosa participa de las actividades de la comunidad. Allí Cecilia fue encontrando el  tiempo ideal para la oración personal y comunitaria y para la dirección de su vida. El 18 de septiembre de 1966 pasó a la siguiente etapa de la formación inicial que es el noviciado. Allí recibió formación religiosa con clases y conferencias que le ayudaron a discernir su vocación y a fortalecer su vida espiritual iniciándose en la vida de intimidad con Jesucristo, en el amor a María y en el gozo de consagrarse para la vida misionera.

Después de este tiempo de formación se llegó para la hermana Cecilia el día de su primera profesión religiosa el 16 de marzo de 1969, donde con los votos de castidad, pobreza y obediencia inició su caminar más comprometida en el desposorio con Cristo. Fiel y puntual en todo aquello que se le encomendaba, fue desarrollando un gran espíritu de responsabilidad y de piedad que se conjugaban muy bien en los diversos actos de comunidad.

El 22 de junio de 1976, en el XXV aniversario de la fundación de ls Misioneras Clarisas, la hermana hizo su compromiso de por vida con la Profesión Perpetua como esposa de Cristo.

La hermana Cecilia fue una mujer muy alegre, que dejaba ver esta virtud en su jocosidad y en su espíritu de servicio. Era considerada por las demás religiosas como «el ángel de los pequeños servicios» y fue admirada por su amor y dedicación a los enfermos, los ancianos y ls personas necesitadas. Para todo el mundo tenía siempre una palabra de aliento dejando un buen consejo, tenía, además, un cariño muy especial a los niños.

Precisamente, la mayor parte de su vida, ejerció su apostolado como maestra de kinder, ganándose el cariño no solo de los pequeñitos, sino de sus familias.

En 1985, cuando ya había sido designada a partir a su tierra natal para fundar allá la misión en Corea del Sur, el Señor la visitó inesperadamente con la enfermedad del Lupus que hizo que los planes cambiaran y se quedara en Japón en donde la enfermedad no le quitó su alegría y su buen ánimo de ofrecer todo al Señor por la apertura de la misión en su país de origen. Ya con esa enfermedad, tuvo más oportunidad de disponer tiempo para hacer un apostolado especial de visitar a las familias del barrio llevando consuelo a quien necesitara y siendo ella misma, un testimonio viviente de como se va por este mundo con la enfermedad encima.

La enfermedad la acompañó por años y pudo seguir adelante, pero el 28 de octubre de 1996 se empezó a sentir muy mal y tuvo que ser internada en el hospital. Su corazón se había dilatado mucho a causa de insuficiencia cardiaca y murió el 6 de noviembre dejando una huella, la huella de las pisadas de Cristo que, en la entrega y generosidad de su vida, quedó plasmada en el corazón de mucha gente.

Padre Alfredo.

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