El tono de la lectura del Evangelio de este día (Jn 16,16-20) está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena y que hemos estado escuchando en estos días de esta sexta semana de Pascua. Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me verán», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volverán a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor. Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «ustedes llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con líneas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos. Pero con todo esto, uno se pone a pensar que las aparentes ausencias de Jesús en nuestros tiempos, nos afectan también muchas veces a nosotros que lo sabemos vivo y resucitado. Y provocan que algunos se sientan como en la oscuridad de la noche y en el eclipse de sol. Así está pasando en estos días de la pandemia. Sumergidos en medio de la tecnología, es difícil pensar que un episodio dramático como este coronavirus que nos ha golpeado, pueda determinar y cambiar nuestras vidas.
La cultura digital nos lleva a ir más allá del espacio y el tiempo y nos permite sentir al Señor cerca aunque de momento parece que no se vea. La pandemia nos ha hecho comprender la necesidad de vivir de una manera diversa la experiencia de la fe. Me impresionó mucho que alguien me dice que en el Rosario que rezamos en Facebook todas las noches a las 9:00 están conectadas a mi muro más de 400 personas. Jesús visible no está, pero nos congrega en un encuentro virtual a muchos para proclamar nuestra fe y compartir el testimonio vivo de la caridad bajo la mirada de María. El virus ha demostrado lo fundamental que es para nosotros estar juntos y redescubrir lo que muchos habían perdido. Todo lo que pertenece a la vida humana también pertenece a la dimensión de la fe y la evangelización y por eso esta pandemia que nos atañe a todos nos hace aumentar nuestra fe. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real. También a nosotros, como a los apóstoles, nos resulta cuesta arriba entender por qué en el camino de una persona —sea Cristo mismo, o nosotros— tiene que entrar la muerte o la renuncia o el dolor como nos muestra esta pandemia. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo, con su doble movimiento unitario: muerte y resurrección. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver». Como el mismo Cristo, que también tuvo momentos en que no veía la presencia del Padre en su vida: «¿por qué me has abandonado?».
Hoy celebramos la memoria de varios mártires mexicanos. Ellos son Cristobal Magallanes y compañeros mártires. Veinticinco hombres que, en medio de la era de la persecución cristera, entregaron sus vidas a Cristo antes que renunciar a la fe. Los mártires mexicanos han sido modelo para tantos otros cientos de miles, millones de cristianos aplastados en nuestro siglo por la persecución en cualquiera de sus formas. La respuesta de aquellos católicos admirables, que con su sangre siguieron escribiendo los Hechos de los apóstoles en América es un legado que nos ha de animar a seguir adelante dando la vida a Cristo aún en los momentos en que todo parece estar oscuro, invadido de nublazón como el tiempo que ahora vivimos en que no comprendemos del todo lo que está sucediendo. San Juan Pablo II, en la Misa de canonización de estos santos, dijo en la homilía que los verdaderos seguidores y discípulos de Jesús son aquellos que cumplen la voluntad de Dios y que están unidos a Él mediante la fe y la gracia. Así queremos estarlo nosotros en medio de esta adversidad de un virus microscópico que amenaza nuestras vidas. Estamos firmes en la fe y buscamos la manera de seguir creciendo en gracia. Nuestras vidas están en las manos de Dios. Que San Cristobal Magallanes, sus compañeros mártires y María Santísima a quien invocamos día a día en el rezo del Santo Rosario nos ayuden. ¡Viva Cristo Rey! ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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