Cierto es que a lo largo de tantos años de mi vida, he conocido a muchas Misioneras Clarisas pero obviamente no a todas, y ese es el caso de la hermana María Magdalena Tsuchiya, de quien solamente escuché hablar, pero como ta vida misionera, su paso por este mundo es una invitación a seguir las huellas de Cristo y por eso quiero compartir algunos datos sobresalientes de esta misionera japonesa.
Magdalena nació en Shizuoka, Japón, el 21 de febrero de 1934. Durante su juventud fue una de las internas en la casa de Tokyo que nuestras hermanas Misioneras Clarisas tienen para estudiantes. Allí conoció el cristianismo y se preparó para recibir el sacramento del bautismo el 12 de diciembre de 1959.
En 1962 ingresó al instituto de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y desde el inicio de su formación se distinguió por su sencillez, por su sonrisa y por su gran celo misionero, que seguro le venía de haber conocido a Cristo en su juventud, cuando llena de ímpetus descubrió la grandeza de nuestra fe.
Siempre fue muy cordial y atenta con todos en los diversos campos de su apostolado, siendo un gran ejemplo y apoyo espiritual para las hermanas religiosas con las que convivía. Era una persona muy acogedora, que le gustaba el contacto directo con la gente y por eso en todo momento era muy atenta, delicada y con gran porte religioso como toda una japonesa que sin olvidar su cultura supo dejarse tocar por Cristo hasta desposarse con Él. Algunos testimonios sobre su vida dicen que nunca se le vio enojada y que era muy fina en el trato con todos.
Su vida religiosa se empezó a consolidar cuando hizo sus primeros votos de pobreza, castidad y obediencia de manera temporal el 6 de enero de 1967 para luego confirmar para siempre su unión con Cristo en el desposorio de la vida consagrada el 2 de junio de 1974 haciendo sus votos de manera perpetua.
La hermana Magdalena formó parte de las diversas comunidades de Misioneras Clarisas en Japón dedicando su vida misionera principalmente a preparar catecúmenos para el bautismo basándose principalmente en la Sagrada Escritura como pan de vida para alimentar el corazón de los que llamados a la fe, como ella, se preparaban a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Ella aseguraba que ese era su texto base «porque en Jesús, en su palabra, está toda la fuerza».
Entre las diversas tareas que realizó está la de trabajar en la impresión de los libros de catequesis que durante muchos años se distribuyeron por todo Japón para la formación cristiana inicial de los niños.
Allá por el 2005, la hermana Magdalena sufrió una lesión en el fémur por lo que fue sometida a una intervención quirúrgica y por aquellos tiempos se le había diagnosticado la terrible enfermedad de demencia senil, lo que impidió que se pudiera rehabilitar como debería ser y por lo mismo quedó ya dependiente de una silla de ruedas.
Los últimos años de su vida estuvo interna en una residencia para personas de la tercera edad, de manera que pudiera tener toda la atención y cuidados necesarios, allí siguió misionando como pudo, distinguiéndose por su simpatía con las personas que la rodeaban, de manera que fue muy querida por las personas que la atendían. A las hermanas Misioneras Clarisas que la visitaban constantemente, les decía que no desaprovecharan toda oportunidad para evangelizar, que el sólo portar con dignidad su hábito religioso era ya ocasión para hacer una gran misión.
En los últimos meses de su vida, su salud se fue minando poco a poco a raíz de una pulmonía, por lo que fue hospitalizada en varias ocasiones, hasta que en la última crisis causada por esta enfermedad, su vida se fue apagando, hasta que entregó, en medio de una profunda paz, su alma al Creador.
Descanse en paz la hermana María Magdalena Tsuchiya Fumiko.
Padre Alfredo.
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