«Que todos sean uno». Es lo que pide Jesús en el Evangelio de hoy (Jn 17,20-26) a su Padre para los que le siguen y los que le seguirán en el futuro. El modelo es siempre el mismo, el que nos queda claro: «como tú, Padre, en mi y yo en ti». Este es el prototipo más profundo y misterioso de la unidad. Que los creyentes estén íntimamente unidos a Cristo —«que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy»—, y de ese modo estén también en unión con el Padre —«para que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos»—. Esa unidad con Cristo y con el Padre es la que hace posible la unidad entre todos los discípulos misioneros. Y a la vez es la condición para que la comunidad cristiana pueda realizar su trabajo misionero con un mínimo de credibilidad: «para que el mundo crea que tú me has enviado».
Por eso, la condición mundial por la pandemia que estamos viviendo, no puede ser ajena a ninguno de los discípulos–misioneros aunque esté en el lugar más recóndito y seguro para no infectarse. El tiempo de Pascua, centrado durante siete semanas en la nueva vida de Cristo y en el don de su Espíritu, produce, de por sí en nosotros, el fruto de la unidad y una situación extraordinaria, como esta pandemia de la Covid-19 nos hace ser uno con todos los que sufren la enfermedad o la pérdida de un ser querido. Así, la petición y el testamento de Cristo en su Última Cena, nos viene muy bien para meditar en la unidad: en nuestro confinamiento, en nuestra relación con familiares y amigos a quienes estamos unidos sobre todo en la oración. Necesitamos seguir centrándonos en Cristo y su Espíritu, sin que las diversas opiniones sobre la pandemia nos pongan a unos contra otros.
San Pablo Hanh, fue un hombre que fue bautizado en la fe católica en un lugar llamado Cho Quan, en la Conchinchina —en Vietnam del Sur—, pero que en cierta etapa de su vida se alejó de las costumbres cristianas y hasta dirigió una banda de ladrones. Apresado en tiempo del emperador Tu Duc, no pudo olvidar que la fe lo mantenía unido a una Iglesia a la que tenía que serle fiel y confesó allí mismo que era cristiano, y no siendo apartado de su fe por halagos, azotes, ni por laceraciones con tenazas, culminó su glorioso martirio con la decapitación entregando su vida como un miembro unido a toda la grey católica. «Que todos sean uno» había dicho Cristo y esto caló en el corazón de este santo hombre reconvertido a la fe. La unidad que Jesús busca es la «unidad del espíritu», es decir, que sea un mismo Espíritu —el que él ha revelado— el que anime a todos en todas sus iglesias. La unión se da al vivir todos con el mismo Espíritu, al abrazar todos la Causa que Jesús abrazó sabiendo que somos uno con él en el Padre. La Virgen María quiere siempre esa unidad, que ella interceda para que nos sintamos uno, como el Padre y Jesús son Uno en el Espíritu. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
ESTAS CAPSULAS SON MUY PRACTICAS, GRACIAS PADRE ALFREDO.
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