A los 12 años conoció a san Juan Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el santo tenía para niños pobres. Don Bosco, para probar que tan buena memoria tenía el chico, le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después llegó Domingo y le recitó de memoria todo el capítulo y fue aceptado. Al recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: «Usted será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor». Esto se cumplió admirablemente. Uno de los recuerdos imborrables que dejó Domingo en el Oratorio en el poco tiempo que estuvo antes de morir, porque murió siendo un jovencito, fue el grupo que organizó en él. Se llamaba «La Compañía de María Inmaculada». Sin contar los ejercicios de piedad, el grupo ayudó a Don Bosco en trabajos tan necesarios como la limpieza de los pisos y el cuidado de los niños difíciles. En 1859, cuando Don Bosco decidió fundar la congregación de los Salesianos, organizó una reunión; entre los veintidós presentes se hallaban todos los iniciadores de la Compañía de la Inmaculada Concepción, excepto Domingo Savio, quien había volado al cielo dos años antes.
En el Evangelio de hoy (Jn 12,44-50) Jesús nos dice que él es la luz para que todo el que crea en él no viva en tinieblas. Así vivió Domingo Savio, siempre en la luz. La fuente más importante sobre la corta y luminosa vida de Santo Domingo Savio es el relato que escribió el mismo Don Bosco. Allí, el santo fundador comenta que en cierta ocasión, Domingo desapareció durante toda la mañana hasta después de la comida y Don Bosco le encontró en la iglesia, arrebatado en oración, en una postura muy poco confortable; aunque había pasado seis horas en aquel sitio, Domingo creía que aún no había terminado la primera misa de la mañana. El santo joven llamaba a esas horas de oración intensa «mis distracciones» y decía: «Siento como si el cielo se abriera sobre mi cabeza. Tengo que hacer o decir algo que haga reír a los otros». Para ser luz hay que ser así, sencillos como Domingo, sencillos como Jesús. Jesús es la luz, es la epifanía de Dios, de manera que quien ve a Jesús ve al Padre y puede llegar hasta esos éxtasis tan profundos como los que tenía Santo Domingo Savio. En la persona de Jesús es Dios quien sale al encuentro del hombre. Con esto queda dicho que a Dios sólo se le puede ver y encontrar en Jesucristo en la luz. Que la santísima Virgen y Santo Domingo intercedan por nosotros para que en medio de toda esta situación que vivimos, que a veces tiene mucho de oscuridad con falsas informaciones, encontremos la luz de Jesús que nos aliente a perseverar haciendo la voluntad de Dios. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario