Empiezo esta reflexión con un texto del Evangelio de San Juan (Jn 10,11-18): «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»
En la Iglesia, el servidor cristiano, el que está al frente de algún grupo o ministerio, no puede ser alguien que se pueda conformar con servir a su manera o con dar el tiempo que le sobra. El servidor da su vida, como vemos en cualquiera de las vidas de los santos, sea cual sea su condición y su vocación específica.
El «servidor» es un discípulo–misionero de Cristo, obediente en todo a su Padre y dejando actuar al Espíritu Santo con sencillez. Su vida debe ser todo servicio, porque lo único que busca es entregar su vida para el servicio de Dios y de los demás. El ejerce su compromiso bautismal reinando en el servicio.
Jesús es el maestro que nos enseña a servir y que nos dice: «Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.» (Jn 5,30b) y «de igual modo ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.» (Lc 17,10).
El servicio no es esclavitud, porque quien ama y quiere dar la vida es feliz de poder servir. El que ejerce algún ministerio en la Iglesia sirve con alegría. Sirviendo ejercemos nuestra identidad más profunda. Somos hijos de Dios, imagen de su amor. Al servir ejercemos creativamente todos los dones y habilidades que Dios nos dio. Construimos el reino de amor.
Jesús vivió 30 años de vida anónima en Nazaret como carpintero. Así nos enseñó que los trabajos de la vida diaria, aun los mas pequeños, hechos con amor esmerado, tienen un valor inmenso en los ojos de Dios. Muchos de estos trabajos son los que el servidor tiene que realizar.
Me viene a la mente como algunas de las hermanas Misioneras Clarisas que convivieron con la beata María Inés Teresa en la Casa para Peregrinos —Garampi— en Roma, platican de la sencillez con la que la beata, siendo la fundadora y la superiora general de la congregación, servía las mesas en el comedor como una hermana más. Y es que Jesús nos enseña que él no vino para ser servido, sino para servir, Él lavó los pies a sus discípulos, lo cual era un servicio reservado para los esclavos mas humildes o los hijos más pequeños. Si somos sus discípulos debemos imitarle.
Aprendemos a servir contemplando la vida de Jesús y escuchándolo en la oración. No se trata solo de rezar a nuestra manera sino de escuchar a Dios y hablarle de los que servimos. Pienso ahora en el texto evangélico de Juan que dice: «A los que escogiste del mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los diste, y han hecho caso de tu palabra. Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti; pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado. Se han dado cuenta de que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos». (Jn 17,6-10).
Hay un fenómeno que se repite constantemente en algunos servidores. Cuando oran, suelen hablar demasiado y escuchar poco, porque están centrados e inmersos en su propia agenda y quieren que Dios la realice. Entonces el trabajo se convierte en un activismo sin frutos duraderos, porque no está guiado por Dios, sino por el propio interés. El servicio en la Iglesia no es lucimiento. No, el servicio más bien luce, porque se pone en manos de Dios y Él lo guía.
San Agustín escribió en sus Confesiones: «Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de tí escuchare.» (Libro 10).
Marta la de Betania, la hermana de Lázaro y María, quería servir al Señor pero no entendía que primero debía escucharle sentada a sus pies. Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» (Lc 10,41-42).
El mas grande es el que mas sirve —y el que mas escucha—. Jesús sabía que Él era Dios: «sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía» (Jn 13,3). Sin embargo sirve haciendo el trabajo mas humilde: «se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó....» (Jn 13,4).
El servidor no trata de impresionar a nadie sino de servir amando. No se trata de activismo sino de ser dócil a la voluntad de Dios.
Los Apóstoles camino a Jerusalén todavía no sabían escuchar. Así es el corazón del hombre sin la gracia. Busca puestos importantes. No entiende que todo puesto es solo en función de servicio según la voluntad de Dios.
Veamos lo que el Evangelio dice en Marcos 10,32–45: «Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: "Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará." Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: "Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos." Él les dijo: "¿Qué queréis que os conceda?" Ellos le respondieron: "Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" Ellos le dijeron: "Sí, podemos." Jesús les dijo: "La copa que yo voy a beber, sí la beberán y también serán bautizados con el bautismo conque yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado." Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: "Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".»
Servir es una forma de ser, antes de convertirse en actividad. El servidor primero aprende a amar. Si ama a su Señor amará también servirle. El servicio desinteresado fluye del corazón que ama. Servimos porque somos servidores no porque hacemos lo que hace un servidor. Tenemos el corazón bien dispuesto por la escucha obediente al Señor. Esto pasa solamente cuando el corazón se asemeja al de Jesús en el amor. Esta es la obra del Espíritu Santo. Es por eso que María Santísima es el mejor ejemplo de servidora. Nadie ama a Jesús como ella. Ella es la mujer del Fiat: «Hágase Tu voluntad».
Ahora veamos lo que dice san Lucas 1,39-56: «A los pocos días María se encaminó presurosa a un pueblo en la región montañosa de Judea. Al llegar, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Tan pronto como Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: —¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz! Pero, ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme? Te digo que tan pronto como llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura que llevo en el vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!»
El amor y el servicio requieren esfuerzo y disciplina para ejercer dominio de sí y usar las energías en obediencia a Cristo. Es vivir como María, que no pensó en ella primero, sino en llevar a Cristo a los demás.
Solo así crecen las virtudes. Igual que un instrumento roto tiene poco uso, el hombre roto por el pecado sirve poco porque tiene poca virtud. La mala salud no es obstáculo para ser servidor. Jesús pide a cada uno un servicio perfectamente ajustado a su estado de vida y sus capacidades. Un paralítico sirve tremendamente a la Iglesia ofreciendo su vida en oración. Es el pecado el que nos rompe por dentro. La buena noticia es que Jesús vino a «repararnos», para que todos podamos amar y servir.
Diez consejos para los servidores:
1. Esfuérzate como discípulo–misionero, por tener a Dios siempre en el primer lugar. Aliméntate siempre de una oración sincera para poder tener un autentico interés en los demás. Nuestra tendencia natural es la de pensar en nosotros mismos y lo que queremos. Si ponemos a Dios en primer lugar, Él nos guía. Recuerda siempre lo que dice la Escritura: «Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14).
2. Hazte amigo de la Palabra. El amor es incondicional. Si no es incondicional no es amor, si no una manipulación egoísta. Lamentablemente la manipulación entre los llamados lideres es más común que el verdadero amor. El servidor es un líder, pero un líder enamorado de la Palabra de Dios, recordando siempre que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14) y esa Palabra se llama Jesús.
3. Confía en el Señor mucho más que en ti mismo. Siempre nos llevará tiempo, a veces bastante tiempo, comprendernos a nosotros mismos y comprendernos unos a otros. Los servidores son generalmente personas muy ocupadas y por eso deben confiar en el Señor y hacer mucha oración, no hay nada que sustituya esos momentos de intimidad con el Señor en donde se crece en la confianza. «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).
4. Comprométete a seguir aprendiendo siempre. El que está al servicio en un ministerio es alguien que siempre debe estar aprendiendo. Debe escuchar a Dios para poder acompañar, tratando de comprender lo que los demás están pidiendo. A veces Dios habla por medio de los más pequeños. Recuerdo otro hecho el la vida de la beata María Inés Teresa, cuentan las hermanas que la conocieron que siempre solía escuchar a las más pequeñas, no solamente a quienes tenían autoridad por sus años. Así hacía participar a toda la comunidad, tomando el parecer de todos. La persona que ama a Dios es humilde y sabe que tiene mucho que aprender y que no enseña lo suyo, ni habla de lo suyo, sino de lo de Jesús, como hizo Juan el bautista. (cf. Jn 1,29ss).
5. Sé el primero en llegar a servir amando. Amar a nuestro prójimo involucra llenar de manera visible, la promesa de Cristo: «No los dejare huérfanos: vendré a ustedes» (Jn. 14,18). El servidor debe estar siempre disponible. «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28).
6. Trata siempre a los miembros de tu comunidad como a iguales. El que Dios te haya puesto en un lugar de liderazgo no significa que tú seas «mejor» que otros. Precisamente el servidor que es líder es el que mas necesidad tiene de tener en cuenta las palabras de san Pablo: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Rm 12,3).
7. Sé generoso en el elogio y en el estimulo legítimos a los demás. Las palabras de aliento y de ánimo edifican la estima propias de otros, levantan su autoestima. Sin embargo, las palabras de crítica y de desaliento matan el entusiasmo y el amor en los demás. Reconoce siempre las gracias, los dones, los carismas que Dios ha dado a cada uno. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Mt 12,46-50).
8. Haz que los miembros de tu comunidad sean el «numero uno», prefiriéndolos a ellos por encima de ti. Este es otro punto en el cual vemos una clara diferencia entre el servidor como líder que ama y el que quiere ser un poderoso, que manipula a otros. El líder debe ser humilde y pensar en dar el primer lugar a los demás antes que a sí mismo. Pero el que quiere ser poderoso busca ser el «numero uno» él mismo, «ejerciendo su propia influencia» y «ganando por intimidación». María, en las bodas de Caná, es ejemplo de este valioso liderazgo, ella actúa calladamente. «Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo: —Ya no tienen vino. (Jn 2,3).
9.- Trabaja siempre unido a tu párroco y a los demás servidores, haciendo Iglesia y compartiendo el amor a la Iglesia. Un servidor es un «miembro de la Iglesia» que no realiza su misión en paralelo sino en unidad. «Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado». (Jn 17,11ss). «Perseveraban unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvados» (Hch 2,47).
10. Se un enamorado de María, la Sierva del Señor. El amor a María enseña al servidor a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con toda su fuerza y a su prójimo como a sí mismo. (Lc 10,27). María es la «Sierva del Señor» (Lc 1,38).