jueves, 30 de abril de 2020

«Jesús, el Pan de Vida»... Un pequeño pensamiento para hoy

Todos sabemos que es necesaria una iluminación interna de Dios para comprender las cosas de Dios, para venir hacia Cristo, para tener la fe. Pero, a esta iluminación divina, que es dada a todos gratuitamente, el hombre puede siempre resistir: sólo aquellos que consienten en «escuchar» al Padre pueden dejarse «tocar» por Jesús. Es el gran misterio de la responsabilidad libre del hombre. Por Jesús, somos introducidos en el dominio de Dios, en el conocimiento de Dios... y ¡le veremos, y viviremos con Él! En el Evangelio de hoy (Jn 6,44-51) el Señor se presenta como el «Pan de Vida». Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora —en el presente, en el aquí y ahora— de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto. Pero vuelvo a recordar: La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal. Si quiero, hago crecer esa fe y me alimento del Pan de Vida, pero si alguien no quiere, Jesús, a la fuerza no hará nada, no dará de comer a la fuerza.

Todos los bautizados, discípulos–misioneros de Cristo, tenemos motivos de sobra para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz. en estos días de esta pandemia que parecían en un principio no afectar tanto como lo están haciendo a la inmensa mayoría de la población mundial, la Eucaristía se sigue celebrando y se celebra, seguramente, a todas horas del día, pues los usos horarios van cambiando de nación en nación y, aunque muchos son los que no pueden comulgar sacramentalmente, la presencia de Cristo en la Eucaristía nos acompaña en tantos Sagrarios alrededor del mundo. Creemos en Jesús y le recibimos sacramental y sobre todo en estos días «espiritualmente». San Juan María Vianney —el cura de Ars— entre otros santos decía que «una comunión espiritual actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse» y recomendaba: «cada vez que sientas que tu amor se está enfriando, rápidamente haz una comunión espiritual» porque eso nos ayudará a vivir con Cristo, como él y en unión con él.

San José Benito Cottolengo, uno de los santos que la Iglesia homenajea el día de hoy, vivió la epidemia del cólera en 1831. En aquellos días, como en los de ahora, era imposible celebrar la Eucaristía con toda la gente y tener de forma masiva los diversos actos de devoción y demás acciones litúrgicas de nuestra fe. San José Benito Cottolengo no dejaba de recomendar la comunión espiritual para mantenerse en la viva presencia del Señor, el «Pan de Vida» y para mantener viva la caridad. Él animaba a todos a confiar en la Divina Providencia ejerciendo en todo momento la caridad. Les decía a las religiosas: «Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra». Hizo mucho bien mientras pudo, pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo de cada día en las situaciones más difíciles. «El asno no quiere caminar» comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras las pronunció en latín: «In domum Domini íbimus» —Vamos a la casa del Señor—. Era el 30 de abril de 1842. Que la Santísima Virgen y la caridad exquisita de san José Benito Cottolengo nos sostengan en nuestro amor al «Pan de Vida» ejerciendo la caridad tanto cuanto sea posible según la condición de cada quien. ¡Bendecido jueves!

Padre Alfredo.

miércoles, 29 de abril de 2020

«Santa Catalina de Siena, mediadora y conciliadora»... Un pequeño pensamiento para hoy


Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, es una de las santas más populares a nivel de la Iglesia Universal. Santa Catalina Santa Catalina nació en 1347 en Siena y fue favorecida por Dios con gracias extraordinarias desde muy pequeña, además de que desde esa corta edad, manifestaba un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de Dios. A los siete años, consagró su virginidad a Dios a través de un voto privado; a los doce años, su madre y su hermana intentaron persuadirla para llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a prestar más atención a su apariencia. Para complacerlas, ella se vestía de gala y se colgaba cuanta joya se estilaba en aquella época. Al poco tiempo, Catalina se arrepintió de esta vanidad, pues se dio cuenta de que no era lo que ella quería. Su familia consideró la soledad inapropiada para la vida matrimonial, y así comenzaron a frustrar sus devociones, privándola de su pequeña cámara o celda en la cual pasaba gran parte de su tiempo en soledad y oración. Ellos le dieron varios trabajos duros para distraerla. Santa Catalina sobrellevó todo con dulzura y paciencia y el Señor le enseñó a lograr otro tipo de soledad en su corazón, donde, entre todas sus ocupaciones, se consideraba siempre a solas con Dios, y donde no podía entrar ninguna tribulación.

La historia de su vida narra que más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad, asistía generosamente a los pobres, servía a los enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros prosiguiendo el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón. Uno de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su desplazamiento a Francia. Santa Catalina fue una gran mediadora y conciliadora en una época difícil de la Iglesia que es imposible explayar aquí. El Papa de aquel tiempo, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma. El Santo Padre hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, él mismo consultó a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió: «Cumpla con su promesa hecha a Dios». El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo. Se cuenta con varias cartas escritas por ella y dirigidas al Papa, a fin de adelantar su retorno a Roma, en donde finalmente falleció en 1376.

El Evangelio de hoy (Jn 6,35-40), en nuestro camino pascual, nos presenta a Cristo como «Pan de vida» y, ciertamente, fue el alimento de santa Catalina y de todos los santos y beatos para mantenerse en la línea conservando la fe. Santa Catalina fue perseverante en sus propósitos y sobre todo en la defensa de la fe, porque día a día se alimentaba con la Palabra de Dios como alimento. La santa que hoy celebramos, célebre por esos hechos valientes que he narrado a muy grandes rasgos, supo siempre descubrir la misión de los Apóstoles como misión propia: «hacer discípulos» (Mt 28, 19), y conservar la Iglesia para Cristo y para Dios (1 Tes 4, 9). En otros términos: a partir de Jesús, vivió una experiencia de contacto personal con él en la soledad y en la oración por la fuerza del Espíritu y la Palabra (Jn 8, 31; 20, 29). Santa Catalina nos enseña que la palabra asertiva sólo podrá germinar sembrada en la Palabra Divina. La vida no servirá de nada si no se alimenta con el Pan de Vida en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Que María Santísima y santa Catalina nos ayuden para que en este tiempo de cuarentena, en el que seguramente hay un poco más de tiempo, tengamos un contacto más profundo con la Palabra, Cristo, el Pan de Vida. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 28 de abril de 2020

FE Y CONVERSIÓN... Un tema para reflexionar


Los primeros evangelizadores, en la Iglesia primitiva, fueron siempre cuestionados sobre algo que es básico para alcanzar la salvación: «¿Qué debo hacer para ser alcanzar la salvación?» (Hch 16,30) «¿Qué debemos hacer?» (Hch 2,37).

La respuesta la dan san Pedro y san Pablo y la podemos dar también nosotros desde nuestra propia condición de bautizados:

San Pablo dice: «Cree y te salvarás tú y tu casa» (Hch 16,31). Y san Pedro: «Conviértanse y háganse bautizar» (Hch 2,38). Así, el proceso de salvación necesita dos cosas: La fe y la conversión. Por eso todo evangelizador busca siempre: Que los oyentes crean en Jesús (Hch 13,39) y que se conviertan a Jesús (Hch 20,21).

Es verdad que Cristo ya nos salvó, es decir, él ya puso la parte que le toca en este dinamismo para alcanzar el cielo, pero, a ti y a mí… ¿que nos toca para entrar en comunión con él para hacer nuestra la obra de la salvación? ¿Qué implicación tiene en esta obra quien busca anunciar la Buena Nueva?

En primer lugar necesitamos la fe, porque es la que nos conecta directamente con la fuente de la gracia y nos permite tener acceso a la presencia divina. Por la fe hacemos nuestros los frutos de la redención y por la fe sabemos que llevamos al mismo Cristo en su Palabra para darlo en alimento a nuestros hermanos.

La fe es nuestra respuesta a Dios, es el modo en que nos relacionamos con el invisible, el insondable, es decir aquel a quien no vemos, pero sabemos que camina a nuestro lado y que debemos buscar actuar siempre en su nombre. La beata María Inés se preguntaba seguido: «¿Qué harías tú Jesús amado mío si estuvieras en mi lugar?»

La fe, como es bien sabido, se complementa y se expresa con las obras. San Pablo dice: «El hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo» (Gal 2,16). El evangelio de san Marcos, por su parte afirma: «El que crea y sea bautizado se salvará. El que no crea se condenará» (Mc 16,16).

Para vivir de fe necesitamos creer, sí, creer en Dios y creerle a Dios; necesitamos confiar, es decir, experimentar un abandono incondicional; y necesitamos depender, es decir obedecer a Dios y aceptarle.

Por otra parte, si somos anunciadores de la Buena Nueva, tenemos que estar bien convencidos de lo que anunciamos, tenemos que estar «convertidos». Y conversión implica lo que en el lenguaje de Iglesia se llama «metanoia», que viene del griego y significa un cambio radical.

La fe sin conversión sería como luz que no ilumina, como fuego que no arde, como agua que no moja. San Pablo apunta: «Transfórmense, mediante la renovación de la mente» (Rom 12,2). Porque no se trata solamente de estar cerca de Jesús. Cerca de él estuvo Poncio Pilatos, Herodes, el ladrón malo en la cruz, Judas y hasta el mismo Satanás en el desierto.

La conversión es cambiar mi vida por la de Cristo. La beata María Inés decía que todos debemos esforzarnos para ser una copia fiel de Jesús. Como bautizados y discípulos–misioneros de Cristo, somos los primeros que tenemos que vivir como Hijos de Dios. Buscar una conversión personal, familiar, comunitaria y social, pensando que si yo cambio, mi entorno cambia. El mismo san Pablo, a quien hemos citado ya varias veces, afirma: «El justo vivirá por la fe» (Rm 1,17).

Entonces, queda claro que la fe y la conversión van unidas. Así nos lo enseñan varios pasajes del Evangelio: La hemorroísa (Mc 5,25-34), Zaqueo (Lc 19,8), Pedro (Mt 16,16), Tomás (Jn 20,28), los ciegos de Jericó (Mt 20,31), la pecadora que lava los pies (Lc 7,37-38) y otros más.

Debemos proclamar a Jesús como Señor de todas las áreas de la propia vida, así que la fe y la conversión se manifiestan claramente. Nuestro ser y quehacer de mensajeros de la Buena Nueva, como bautizados y como discípulos–misioneros, no es solamente cosa de un horario, es una manifestación exterior en nuestra forma de ser y en nuestro quehacer. Todo esto unidos a María, porque ella es la mujer de fe cuyo corazón está totalmente convertido a Dios: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).

Padre Alfredo.

«Amor a la Palabra de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy

Durante este tiempo de silencio y aislamiento tan especial, aunque sea ya Pascua y no Cuaresma, nosotros seguimos como Jesús en el desierto y ya son más de 40 días para muchos. No cabe duda de que ha sido la oportunidad de oro para emprender un camino de conversión. Durante estos días que parece que se alargan y se alargan, muchos que viven solos experimentan la necesidad de sentirse acompañados, la angustia de no tener trabajo ni dinero para comprar comida afecta a otros, el miedo a enfermarse y a no ser atendidas debidamente paraliza a otros tantos, hay a quienes les sofoca la ansiedad del aislamiento, la posibilidad de no poder ver a un familiar morir ni enterrarlo por haber contraído el virus ha sido historia de unos más... Nos damos cuenta de que solo de la mano de Dios y bajo la mirada consoladora de María podemos generar esperanza, porque ciertamente estamos en una situación del todo irregular que no lograremos entender si no es gracias a la fe.

La palabra de Dios siempre nos conforta, y hoy tenemos el Evangelio que nos consuela (Jn 6,30-35) para que no olvidemos que tenemos el pan de la palabra, el pan de la Escritura Sagrada, el pan del Evangelio que nos alimenta y nos conforta. Como dice un artículo que leía en estos días: «Es hora de recuperar la Palabra y el silencio. Los medios virtuales pueden ser usados para ofrecer actividades que ayuden a acompañar y a discernir lo que se está viviendo desde la Palabra de Dios que se encarna en nuestras casas hoy. Si no recuperamos la centralidad de la Palabra, estaremos devaluando el sentido mismo de la Eucaristía, que consta de dos partes por igual: la celebración de la Palabra y la celebración del Pan, sabiendo que la celebración del Pan nace de la Palabra, y no al revés. Si no es posible encontrarnos todos y santos como Pueblo de Dios en torno al Pan, sí es posible que nos encontremos alrededor de la Palabra» (Es la hora de ayunar del Pan y aprender a comulgar con la Palabra, de Rafael Luciani en revista Phase Ed. 356 extra).

Hoy celebramos a San Luis María Grignon de Montfort, el gran amante de la Santísima Virgen. En 1693, a los 20 años, siente el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no era favorable, pero cuando su papá vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis sale de su casa hacia París movido por la palabra de Dios, caminando 300 kilómetros hacia el seminario en París y hace un voto de vivir de limosnas. En el seminario fue bibliotecario, allí San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para el, la fundación de toda su espiritualidad Mariana. A los 27 años, fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: «ser esclavo de María». Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida, pero no se detenía a pensar en sí, sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Dios a lugares muy distantes. El Papa Clemente XI le dio el título de Misionero Apostólico. Ha dejado en herencia varios libros siendo el más conocido el «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen». A ella precisamente le pedimos que nosotros también tengamos mucho amor a la Palabra de Dios y queramos ser misioneros de todo tiempo y lugar, sobre todo con la oración y el sacrificio. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 27 de abril de 2020

«Santa María Guadalupe García Zavala»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este lunes me centro en la figura de la santa mexicana María Guadalupe García Zavala «Madre Lupita», Fundadora de la congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, que en México se celebra el día de hoy. Lupita nació en Zapopan, Jalisco, el 27 de abril de 1878. Desde muy pequeña, esta santa mujer visitaba la iglesia con mucha frecuencia y mostró grande amor a los pobres y a las obras de caridad. De joven tenía fama de ser muy bonita y simpática, sin dejar de ser sencilla y transparente, amable y servicial con todos. Tuvo un noviazgo con el Señor Gustavo Arreola, y ya prometida en matrimonio a la edad de 23 años, sintió la llamada del Señor Jesús para consagrarse a la vida religiosa sobre todo en la atención a los enfermos y a los pobres. Le contó esta inquietud a su director espiritual, el Padre Cipriano Iñiguez, quien le dijo que, a su vez, él había tenido la inspiración de fundar una congregación religiosa para atender a los enfermos del Hospital y la invitó a comenzar esta labor, y fue así que entre los dos fundaron las «Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres». La Madre Lupita ejerció el oficio de enfermera atendiendo a los primeros enfermos en el Hospital, que al inicio carecía de muchas cosas, sin embargo, siempre reinó la ternura y compasión, procurando sobre todo para los enfermos un buen cuidado en la vida espiritual.

La Madre Lupita fue proclamada superiora general, cargo que desempeñó durante toda su vida, y aunque provenía de una familia de un buen nivel económico, ella se adaptó con alegría a una vida extremadamente sobria y enseñó a sus religiosas a amar la pobreza para poder donarse más a los enfermos. El cuadro político-religioso en México fue grave desde 1911, con la caída del presidente Porfirio Díaz, hasta prácticamente 1936 porque la Iglesia fue perseguida por los revolucionarios Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Pancho Villa y sobre todo Plutarco Elías Calles en el período más sangriento de 1926 a 1929. En este tiempo de persecución, la Madre Lupita arriesgando su vida y la de sus religiosas escondió en el hospital a algunos sacerdotes y también al mismo arzobispo de Guadalajara. Por otra parte, a los mismos soldados persecutores les daban alimento y los curaban de sus heridas; éste fue un motivo para que los soldados que estaban encuartelados cerca del hospital no sólo no molestaban a las hermanas sino que hasta las defendieron, lo mismo que a los enfermos. El 13 de octubre de 1961 la entera Congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres festejaron el jubileo de diamante de la Madre Lupita, es decir, los 60 años de vida religiosa de la amada fundadora, sin embargo ella que tenía 83 años de edad padecía de una penosa enfermedad que después de dos años la llevó a la muerte. Se durmió en el Señor el 24 de junio de 1963 en Guadalajara, Jalisco, México a la edad de 85 años, gozando desde entonces de una sólida fama de santidad.

El Evangelio de hoy (Jn 6,22-29), el Señor nos invita a trabajar «por el alimento que dura para la vida eterna» y eso hizo la Madre Lupita. Con sencillez y gran generosidad en diversas y muy variadas épocas de la historia de México, supo ir construyendo, en paralelo y de la mano la historia de salvación en la que Dios vela por cada alma. Meditar la Palabra de Jesús por la Fe y comulgar a su Cuerpo se convirtieron en el sostén de la vida de esta santa mexicana, incluso cuando en medio de la persecución religiosa la comunión habría de ser espiritual, de una intimidad impresionante en un alma pura... Y es que no se cree de verdad en Jesús, Hijo de Dios encarnado, si no se está dispuesto a comulgar con Él. El gran amor a la Escritura en la lectura espiritual la sostuvieron en momentos de grandes pruebas, pues hay que haberse alimentado con la Palabra de Dios, para poder alimentarse realmente de la Eucaristía sacramental y espiritualmente Que la Madre Lupita y la Virgen Santísima intercedan por nosotros porque obrar, afanarse, trabajar... esforzarse, para nuestra vida espiritual... es básico para perseverar en la tarea de salvación que Dios nos ha asignado. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 26 de abril de 2020

«Como los de Emaús»...

Estamos ante una realidad externa que nos ha afectado a todos y ha cambiado nuestra forma de celebrar la fe. Hace ya bastante que escribo mi «pequeño pensamiento» cada día y nunca me había enfrentado a esto de pensar que la inmensa mayoría de quienes me leen no estarán celebrando la Eucaristía ni la verán por alguno de los medios que la tecnología nos provee. Es, como estamos viendo, un momento de practicar de alguna manera muy especial, el sacerdocio bautismal y de valorar la comunión espiritual. Como bautizados y por eso miembros de una Iglesia, tenemos la oportunidad de «vivir la fe» y «celebrar la vida» de una manera muy particular. El Evangelio de este domingo es uno muy conocido, tal vez el más popular de los relatos del tiempo de Pascua, el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). El relato que nos enseña que, para el hombre y la mujer de fe, esperar es siempre «esperar contra toda esperanza», y que hay que seguir luchando por el amor y la alegría de saber que el Señor está vivo. Es ver que quizá por lo que alcanzamos a ver el mundo no tiene arreglo y, por eso, estamos llamados a dar la vida para arreglarlo.

Como en Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría santificadora de la resurrección en medio de esta situación tan confusa. San León Magno, uno de los grandes santos de la Iglesia, explica el profundo cambio que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones y lo dice así: «Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada» (Sermón 73). Nuestro reencuentro con Cristo resucitado en estos tiempos de pandemia, debe dar sentido evangélico a todo nuestro ser y quehacer de las cosas sencillas de cada día que para muchos ahora se limitan a un pequeño espacio físico, pero a un grande campo espiritual. 

En la medida en que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor, en medio de todo este acontecimiento extraordinario, estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de la humanidad, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida y más, en las cosas y detalles pequeños de cada día en lo ordinario de un confinamiento que no nos puede arrebatar la alegría de la Pascua. Que la Reina de los Ángeles, la inmaculada Virgen María, la Señora de la alegría pascual, nos alcance de su Hijo el consuelo de una fe renovada, la salud de los enfermos y la protección de nuestro pueblo ante este coronavirus Convid-19. Desde hace unos días, cada noche nos congregamos un buen grupo de amigos gracias a la virtualidad de Facebook a rezar el Rosario, sabemos que con María todo y sin ella nada y que, como Madre del Amor Hermoso, que es su Hijo Jesús, no nos dejará y nos ayudará a vivir una Pascua en un estilo que, si es nuevo y sumamente diverso a como hemos vivido, nos llenará de alegría el corazón. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 25 de abril de 2020

Carta del Papa Francisco con motivo del mes de mayo del año de la pandemia...


«Queridos hermanos y hermanas:

Se aproxima el mes de mayo, en el que el pueblo de Dios manifiesta con particular intensidad su amor y devoción a la Virgen María. En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han «obligado» a valorizar esta dimensión doméstica, también desde un punto de vista espiritual.

Por eso, he pensado proponerles a todos que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo. Ustedes pueden elegir, según la situación, rezarlo juntos o de manera personal, apreciando lo bueno de ambas posibilidades. Pero, en cualquier caso, hay un secreto para hacerlo: la sencillez; y es fácil encontrar, incluso en internet, buenos esquemas de oración para seguir.

Además, les ofrezco dos textos de oraciones a la Virgen que pueden recitar al final del Rosario, y que yo mismo diré durante el mes de mayo, unido espiritualmente a ustedes. Los adjunto a esta carta para que estén a disposición de todos.

Queridos hermanos y hermanas: Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba. Rezaré por ustedes, especialmente por los que más sufren, y ustedes, por favor, recen por mí. Les agradezco y los bendigo de corazón».

Oración 1:

Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo romano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos dirá, Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y se cargó de nuestros dolores para guiarnos a través de la cruz, a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,  no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,  antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Oración 2:

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios».

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.

Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

«San Marcos evangelista»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este sábado celebramos la fiesta de San Marcos, un hombre del que muy pocas cosas sabemos, pero del que conservamos un tesoro, su Evangelio. Marcos nos ha legado, en su bellísimo escrito, los recuerdos de un testigo ocular, la narración de san Pedro, como él la recogió de la boca del apóstol, en su espontaneidad y frescura original. Como a menudo sucede a los pescadores, acostumbrados a espiar las mínimas señales de la presencia del pez, y también a los cazadores ejercitados en el acecho, Pedro sabía ver. Conservaba de su profesión una actitud particular para observar los detalles plásticos de una escena. Y Marcos supo ver con detalle. Pero, ¿dónde y cómo compuso san Marcos su Evangelio? La historia y la tradición nos narran que lo compuso tomando apuntes, en Roma, como afirman explícitamente algunas fuentes fidedignas. Y lo compuso teniendo presente lo que más había llamado la atención y convencido a aquellos caballeros y libertos imperiales que pidieron a Marcos que pusiera por escrito lo que Pedro decía. Así Marcos hace hablar a las obras, de modo particular a las milagrosas; tanto es así, que la primera parte de su narración está entretejida de milagros. El Evangelio de este día, tomado obviamente de san Marcos (Mc 16,15-20), nos presenta la escena de cuando Jesús envió a sus Apóstoles a predicar: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura» y Marcos siguió el consejo que el Señor dio a los Apóstoles. 

La tradición dice que fundó la comunidad cristiana de Alejandría, en Egipto, y que su sepulcro está en la basílica de su nombre en Venecia: las dos poblaciones en que se le profesa más devoción. Diversas tradiciones aseguran que san Marcos murió mártir y fue enterrado en una aldea poco distante de Alejandría. Y como un vivo durmiente, según la maravillosa iconografía que la Edad Media daba a las reliquias —reproducida en los mosaicos de San Marcos, en Venecia—, él realizará en tiempos aún más gloriosos, a principios del siglo IX, su triunfal viaje hacia Venecia. Durmiendo a popa sobre un cabezal, como había narrado de su Señor, y despertándose a tiempo, como su Señor, para que la nave no naufragase. San Marcos nos deja un ejemplo singular. Con un estilo sencillo, concreto —con más hechos y milagros de Jesús que discursos— nos ha dejado escrita la Buena Noticia que la comunidad cristiana va leyendo desde hace dos mil años. 

Si es verdad que su Evangelio es el primero que se escribió, se podría decir que fue el «creador» de ese género literario del Evangelio, que no es una crónica histórica, sino una notificación de la Buena Nueva. Lo que san Marcos pretende, y lo dice desde el principio, es presentarnos «el evangelio —la buena noticia— de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios». Hacia el final del libro pondrá en labios del centurión romano las mismas palabras: «verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios». Cuánto bien nos ha hecho Marcos con su pequeño libro, llenándonos de alegría y animándonos al seguimiento de Cristo. Lo podemos leer en este tiempo de recogimiento que tenemos en nuestras casas por la pandemia que se extiende por el orbe entero, al fin no es largo y es muy ameno. Vale la pena leerlo para imitar a san Marcos, siendo testigos creíbles del Evangelio y anunciando la salvación de Dios: el amigo con los amigos, los padres con los hijos y los hijos con los padres, los educadores, los responsables de los medios de comunicación, los catequistas. De palabra o por escrito, y sobre todo con las obras, con un estilo contagioso de vida evangélica, deberíamos aprovechar estos días leyendo para salir luego diciendo a los demás quién es Jesús, el Enviado de Dios, el Salvador, la respuesta de Dios a todas nuestras preguntas. Que María Santísima nos ayude en la tarea. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de abril de 2020

Servir al estilo de Jesús... Un tema para reflexionar


Empiezo esta reflexión con un texto del Evangelio de San Juan (Jn 10,11-18): «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»

En la Iglesia, el servidor cristiano, el que está al frente de algún grupo o ministerio, no puede ser alguien que se pueda conformar con servir a su manera o con dar el tiempo que le sobra.  El servidor da su vida, como vemos en cualquiera de las vidas de los santos, sea cual sea su condición y su vocación específica.

El «servidor» es un discípulo–misionero de Cristo, obediente en todo a su Padre y dejando actuar al Espíritu Santo con sencillez. Su vida debe ser todo servicio, porque lo único que busca es entregar su vida para el servicio de Dios y de los demás. El ejerce su compromiso bautismal reinando en el servicio.

Jesús es el maestro que nos enseña a servir y que nos dice: «Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.» (Jn 5,30b) y «de igual modo ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.» (Lc 17,10).

El servicio no es esclavitud, porque quien ama y quiere dar la vida es feliz de poder servir. El que ejerce algún ministerio en la Iglesia sirve con alegría. Sirviendo ejercemos nuestra identidad más profunda. Somos hijos de Dios, imagen de su amor. Al servir ejercemos creativamente todos los dones y habilidades que Dios nos dio. Construimos el reino de amor.

Jesús vivió 30 años de vida anónima en Nazaret como carpintero. Así nos enseñó que los trabajos de la vida diaria, aun los mas pequeños, hechos con amor esmerado, tienen un valor inmenso en los ojos de Dios. Muchos de estos trabajos son los que el servidor tiene que realizar. 

Me viene a la mente como algunas de las hermanas Misioneras Clarisas que convivieron con la beata María Inés Teresa en la Casa para Peregrinos —Garampi— en Roma, platican de la sencillez con la que la beata, siendo la fundadora y la superiora general de la congregación, servía las mesas en el comedor como una hermana más. Y es que Jesús nos enseña que él no vino para ser servido, sino para servir, Él lavó los pies a sus discípulos, lo cual era un servicio reservado para los esclavos mas humildes o los hijos más pequeños. Si somos sus discípulos debemos imitarle.

Aprendemos a servir contemplando la vida de Jesús y escuchándolo en la oración. No se trata solo de rezar a nuestra manera sino de escuchar a Dios y hablarle de los que servimos. Pienso ahora en el texto evangélico de Juan que dice: «A los que escogiste del mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los diste, y han hecho caso de tu palabra. Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti; pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado. Se han dado cuenta de que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos». (Jn 17,6-10).

Hay un fenómeno que se repite constantemente en algunos servidores. Cuando oran, suelen hablar demasiado y escuchar poco, porque están centrados e inmersos en su propia agenda y quieren que Dios la realice. Entonces el trabajo se convierte en un activismo sin frutos duraderos, porque no está guiado por Dios, sino por el propio interés. El servicio en la Iglesia no es lucimiento. No, el servicio más bien luce, porque se pone en manos de Dios y Él lo guía. 

San Agustín escribió en sus Confesiones: «Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de tí escuchare.» (Libro 10).

Marta la de Betania, la hermana de Lázaro y María, quería servir al Señor pero no entendía que primero debía escucharle sentada a sus pies. Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» (Lc 10,41-42).

El mas grande es el que mas sirve —y el que mas escucha—. Jesús sabía que Él era Dios: «sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía» (Jn 13,3). Sin embargo sirve haciendo el trabajo mas humilde: «se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó....»  (Jn 13,4).

El servidor no trata de impresionar a nadie sino de servir amando. No se trata de activismo sino de ser dócil a la voluntad de Dios.

Los Apóstoles camino a Jerusalén todavía no sabían escuchar. Así es el corazón del hombre sin la gracia. Busca puestos importantes. No entiende que todo puesto es solo en función de servicio según la voluntad de Dios.

Veamos lo que el Evangelio dice en Marcos 10,32–45: «Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: "Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará." Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: "Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos." Él les dijo: "¿Qué queréis que os conceda?" Ellos le respondieron: "Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" Ellos le dijeron: "Sí, podemos." Jesús les dijo: "La copa que yo voy a beber, sí la beberán y también serán bautizados con el bautismo conque yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado." Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: "Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".»

Servir es una forma de ser, antes de convertirse en actividad. El servidor primero aprende a amar. Si ama a su Señor amará también servirle. El servicio desinteresado fluye del corazón que ama. Servimos porque somos servidores no porque hacemos lo que hace un servidor. Tenemos el corazón bien dispuesto por la escucha obediente al Señor. Esto pasa solamente cuando el corazón se asemeja al de Jesús en el amor. Esta es la obra del Espíritu Santo. Es por eso que María Santísima es el mejor ejemplo de servidora. Nadie ama a Jesús como ella. Ella es la mujer del Fiat: «Hágase Tu voluntad».

Ahora veamos lo que dice san Lucas 1,39-56: «A los pocos días María se encaminó presurosa a un pueblo en la región montañosa de Judea. Al llegar, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Tan pronto como Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: —¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz! Pero, ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme? Te digo que tan pronto como llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura que llevo en el vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!»

El amor y el servicio requieren esfuerzo y disciplina para ejercer dominio de sí y usar las energías en obediencia a Cristo. Es vivir como María, que no pensó en ella primero, sino en llevar a Cristo a los demás.

Solo así crecen las virtudes. Igual que un instrumento roto tiene poco uso, el hombre roto por el pecado sirve poco porque tiene poca virtud. La mala salud no es obstáculo para ser servidor. Jesús pide a cada uno un servicio perfectamente ajustado a su estado de vida y sus capacidades. Un paralítico sirve tremendamente a la Iglesia ofreciendo su vida en oración. Es el pecado el que nos rompe por dentro. La buena noticia es que Jesús vino a «repararnos», para que todos podamos amar y servir.

Diez consejos para los servidores:

1. Esfuérzate como discípulo–misionero, por tener a Dios siempre en el primer lugar. Aliméntate siempre de una oración sincera para poder tener un autentico interés en los demás. Nuestra tendencia natural es la de pensar en nosotros mismos y lo que queremos. Si ponemos a Dios en primer lugar, Él nos guía. Recuerda siempre lo que dice la Escritura: «Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14).

2. Hazte amigo de la Palabra. El amor es incondicional. Si no es incondicional no es amor, si no una manipulación egoísta. Lamentablemente la manipulación entre los llamados lideres es más común que el verdadero amor. El servidor es un líder, pero un líder enamorado de la Palabra de Dios, recordando siempre que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14) y esa Palabra se llama Jesús.

3. Confía en el Señor mucho más que en ti mismo. Siempre nos llevará tiempo, a veces bastante tiempo, comprendernos a nosotros mismos y comprendernos unos a otros. Los servidores son generalmente personas muy ocupadas y por eso deben confiar en el Señor y hacer mucha oración, no hay nada que sustituya esos momentos de intimidad con el Señor en donde se crece en la confianza. «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).

4. Comprométete a seguir aprendiendo siempre. El que está al servicio en un ministerio es alguien que siempre debe estar aprendiendo. Debe escuchar a Dios para poder acompañar, tratando de comprender lo que los demás están pidiendo. A veces Dios habla por medio de los más pequeños. Recuerdo otro hecho el la vida de la beata María Inés Teresa, cuentan las hermanas que la conocieron que siempre solía escuchar a las más pequeñas, no solamente a quienes tenían autoridad por sus años. Así hacía participar a toda la comunidad, tomando el parecer de todos. La persona que ama a Dios es humilde y sabe que tiene mucho que aprender y que no enseña lo suyo, ni habla de lo suyo, sino de lo de Jesús, como hizo Juan el bautista. (cf. Jn 1,29ss).

5. Sé el primero en llegar a servir amando. Amar a nuestro prójimo involucra llenar de manera visible, la promesa de Cristo: «No los dejare huérfanos: vendré a ustedes» (Jn. 14,18). El servidor debe estar siempre disponible. «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28).

6. Trata siempre a los miembros de tu comunidad como a iguales. El que Dios te haya puesto en un lugar de liderazgo no significa que tú seas «mejor» que otros. Precisamente el servidor que es líder es el que mas necesidad tiene de tener en cuenta las palabras de san Pablo: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Rm 12,3).

7. Sé generoso en el elogio y en el estimulo legítimos a los demás. Las palabras de aliento y de ánimo edifican la estima propias de otros, levantan su autoestima. Sin embargo, las palabras de crítica y de desaliento matan el entusiasmo y el amor en los demás. Reconoce siempre las gracias, los dones, los carismas que Dios ha dado a cada uno. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Mt 12,46-50).

8. Haz que los miembros de tu comunidad sean el «numero uno», prefiriéndolos a ellos por encima de ti. Este es otro punto en el cual vemos una clara diferencia entre el servidor como líder que ama y el que quiere ser un poderoso, que manipula a otros. El líder debe ser humilde y pensar en dar el primer lugar a los demás antes que a sí mismo. Pero el que quiere ser poderoso busca ser el «numero uno» él mismo, «ejerciendo su propia influencia» y «ganando por intimidación». María, en las bodas de Caná, es ejemplo de este valioso liderazgo, ella actúa calladamente. «Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo: —Ya no tienen vino. (Jn 2,3).

9.- Trabaja siempre unido a tu párroco y a los demás servidores, haciendo Iglesia y compartiendo el amor a la Iglesia. Un servidor es un «miembro de la Iglesia» que no realiza su misión en paralelo sino en unidad. «Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado». (Jn 17,11ss). «Perseveraban unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvados» (Hch 2,47).

10. Se un enamorado de María, la Sierva del Señor. El amor a María enseña al servidor a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con toda su fuerza y a su prójimo como a sí mismo. (Lc 10,27). María es la «Sierva del Señor» (Lc 1,38).

Padre Alfredo.

Un hermoso canto de nuestras hermanas Misioneras Clarisas de Indonesia...


Traducción del canto:

Español:

El Amor de un amante
Me pongo de rodillas ante el altar, donde reinas
Como una amante mira a los ojos de su Amado,
Me conmovió preguntarte: "Jesús, ¿qué significa para ti, el amor?

"Me he hecho un hombre aunque soy de natura poderosa, acaricio las heridas del leproso.
Lloro con un amigo afligido. Renuncio a todo, sonrío perdonando mientras el corazón duele. "

Aturdido al escuchar la respuesta, el silencio llenó el alma.
Como un Amado mira a los ojos de su amante,
A mi corazón, él también preguntó: "¿Todavía darás el amor?"

El amor es un hecho real. El amor es ahora.

"Se ha hecho un hombre aunque es de natura poderosa, acaricia las heridas del leproso.
Llora con un amigo afligido. Renuncia a todo, sonríe perdonando mientras el corazón duele. "

Me doy cuenta de la superficialidad, me acerco a él.
Como un Amado, Jesús extiende sus brazos,
"Aprende de mí. Suaviza tu corazón. Nunca tengas miedo de dar el amor".


Italiano:

L’Amore di un’Amante

Mi inginocchio davanti all'altare dove regni
Come un amante guarda negli occhi del suo Amato,
Mi sono commosso per chiederti: "Gesù, cosa significa amore per te?

"Sono diventato un uomo anche se sono di natura potente, accarezzo le ferite del lebbroso.
Piango con un amico in lutto. Rinuncio a tutto, sorrido perdonando mentre mi fa male il cuore. "

Stupito nel sentire la risposta, il silenzio riempì l'anima.
Come un Amato guarda negli occhi il suo amante,
Al mio cuore, ha anche chiesto: "Darai ancora amore?"

L'amore è un fatto reale. L'amore è adesso.

"È diventato un uomo sebbene sia di natura potente, accarezza le ferite del lebbroso.
Piangi con un amico in lutto. Rinuncia a tutto, sorridi perdonando mentre il cuore fa male. "

Mi rendo conto della superficialità, mi avvicino a lui.
Come un Amato, Gesù allunga le braccia,
"Impara da me. Ammorbidisci il tuo cuore. Non aver mai paura di dare amore."


English:

The Love of a Lover

I kneel before the altar where you reign
As a lover looks into the eyes of her Beloved,
I was moved to ask you: "Jesus, what does love mean to you?

"I have become a man although I am powerful in nature, I caress the wounds of the leper.
I cry with a grieving friend. I renounce everything, I smile forgiving while my heart hurts. "

Stunned to hear the answer, silence filled the soul.
As a Beloved looks into the eyes of his lover,
To my heart, he also asked, "Will you still give love?"

Love is a real fact. Love is now.

"He has become a man although he is powerful in nature, he caresses the wounds of the leper.
Cry with a grieving friend. Give up everything, smile forgiving while the heart hurts. "

I realize the superficiality, I approach him.
Like a Beloved, Jesus stretches out his arms,
"Learn from me. Soften your heart. Never be afraid to give love."

«PAN PARTIDO Y REPARTIDO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos a una singular santa que pudiéramos decir, es de las más recientes en la Iglesia y que me hace detenerme en su historia y llenar casi todo mi espacio de reflexión pensando en su vida y los caminos tan especiales que Dios tiene para las almas. Fue canonizada por el Papa Francisco el 5 de junio de 2016. Se trata de María Isabel Hesselblad, una santa que nació en un pequeño pueblito de Fâglavik, en la provincia de Âlvsborg, en Suecia, el 4 de junio de 1870. Fue la quinta de trece hermanos. Recibió el bautismo en la Iglesia Luterana y transcurrió su infancia por diversos lugares, siguiendo a su familia que por motivos económicos buscaban lugares de trabajo. En el año de 1886, para ganarse el pan y contribuir al sostenimiento de su familia, se fue a trabajar en Kârlosborg y después a los Estados Unidos de América donde frecuentó la escuela de enfermería en el Hospital Roosvelt en Nueva York. Ahí se dedicó a asistir a los enfermos a domicilio, un trabajo muy duro para ella porque no era de buena salud, sin embargo el contacto con los enfermos católicos y la sed que tenía por buscar la verdad contribuyeron a tener viva en su alma la búsqueda del redil de Cristo.

La oración, el estudio y la devoción filial por la Madre del Redentor la condujeron decididamente hacia la Iglesia Católica y el 15 de agosto de 1902, en Washington, recibió el sacramento del bautismo «bajo condición». En Roma recibió el sacramento de la Confirmación y vio claramente que debía dedicarse a la unidad de los cristianos. Visitó también el templo y la casa de Santa Brígida de Suecia (+ 1373), recibiendo una grande y profunda impresión a tal grado que mientras se encontraba en oración en ese lugar, escuchó una voz que le decía: «Es aquí donde deseo que te pongas a mi servicio». El 25 de marzo de 1904 se estableció en Roma en la casa de Santa Brígida, donde fue recibida cariñosamente por las monjas que vivían ahí. En el silencio y en la oración conoció profundamente el amor de Cristo, cultivó y difundió la devoción de Santa Brígida y de Santa Catarina de Suecia, tuvo siempre una creciente preocupación espiritual por su país por la Iglesia. En 1906 San Pío X le concedió llevar el hábito de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida y de profesar sus votos religiosos como hija espiritual de la santa de Suecia y así, el 9 de septiembre de 1911 la santa comenzando con 3 jóvenes postulantes inglesas, refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida con la misión de orar y trabajar especialmente por la unión de los cristianos de Escandinavia con la Iglesia Católica. En 1931 tuvo la grande alegría de obtener perpetuamente por parte de la Santa Sede, la iglesia y la casa de Santa Brígida en Roma que llegaron a ser el centro de la Orden. Durante y después de la segunda Guerra Mundial la Santa realizó una intensa Obra de caridad a favor de los pobres y de los perseguidos por leyes de racismo e hizo muchas cosas más haciéndose pan partido y repartido como Cristo.

Al convertirse al catolicismo, santa María Isabel Hesselblad se enamoró plenamente de Jesús Eucaristía, y hoy, precisamente, en el Evangelio, encontramos la escena de la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15). Jesús ve las necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Su milagro de la multiplicación de los panes, como su sacramento de eucaristía... son gestos de amor que muchos santos han imitado haciéndose pan partido y repartido. Santa María Isabel pudo ver con claridad que Jesús no quiso nunca dejar creer que Él trabajaba para un reino terrestre. Su proyecto no fue político ni lo será nunca, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús mismo, a través de las acciones de hombres y mujeres de fe, no entra directamente en el proyecto de liberación cívica. Santa María Isabel supo que el proyecto de Jesús era otro. En este capítulo 6 de san Juan, su gran discurso sobre el «pan de la vida eterna» nos revelará ese «proyecto». Sigamos adelante viviendo de fe y anhelando ser también nosotros pan partido como el Señor. Que María Santísima nos ayude a lograrlo. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 23 de abril de 2020

«Vayamos estableciendo el bien por donde pasemos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El tiempo pasa, y la pandemia el coronavirus de extiende y parece no aplacarse por ahora. Hace un año ni quien se imaginara que llegaría, como de una película de ciencia ficción, un insignificante virus microscópico que ha cambiado tan rápidamente la vida de la humanidad extendiéndose hasta generar una pandemia mundial, obligando a un confinamiento de la gran mayoría de la población mundial en sus casas. Hoy por hoy vivimos muy diferente esta Pascua que la del año pasado, hoy por hoy hemos dejado un ritmo de vida ordinario y hemos adoptado otro, hoy por hoy vivimos a la expectativa de que el día de volver a las calles está cercano. Todo ha cambiado, incluso la vivencia de nuestra fe, en donde la gran mayoría de católicos ha ayunado del Pan Eucarístico y se ha sostenido alimentado con el Pan de la Palabra. «En esta barca, estamos todos» ha dicho el Papa Francisco el pasado 27 de marzo en una homilía frente a una plaza de san Pedro completamente vacía. Por la fe comprendemos que todos estamos en manos de Dios.

El Evangelio de hoy dice que «El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos» (Jn 3,31-36) y nos hace ver que la única certeza que tiene el hombre es que «El que el que cree en el Hijo tiene vida eterna. Pero el que es rebelde al Hijo no verá la vida». ¿Qué nos deja todo este relato evangélico en un tiempo tan adverso como el que vivimos? Es, ciertamente, para el hombre y la mujer de fe, un tiempo de gracia. Vuelvo a aquella esperanzadora homilía del Papa Francisco de ese día 27 de marzo y revivo sus palabras: «Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras». Sí, la oración y el servicio silencioso alimentándonos de la comunión espiritual con Cristo y con nuestros hermanos del mundo entero y el aliento que nos da cada día la Palabra de Dios.

Hoy es día de san Jorge, mártir, patrón de Reino Unido, de Cataluña, de Aragón y de muchos otros lugares. Se le recuerda y así se le representa, matando a un dragón. Según cuenta la tradición, este santo hombre era un caballero cristiano que hirió gravemente a un dragón de un pantano que aterrorizaba a los habitantes de una pequeña ciudad. El pueblo sobrecogido de temor se disponía a huir, cuando San Jorge dijo que bastaba con que creyesen en Jesucristo para que el dragón muriese. El rey y sus súbditos se convirtieron al punto y el monstruo murió. Por entonces estalló la cruel persecución de Diocleciano y Maximiano; san Jorge entonces comenzó a alentar a los que vacilaban en la fe, por lo que recibió crueles castigos y torturas, pero todo fue en vano. El emperador mandó a decapitar al santo, sentencia que se llevó a cabo sin dificultad, pero cuando Diocleciano volvía del sitio de la ejecución fue consumido por un fuego bajado del cielo. En la Edad Media fue inmensa su popularidad que fue causa de su veneración incluso entre los musulmanes. Ante todo, en esta historia que obviamente tiene parte de leyenda, lo que más hay que destacar es el triunfo del bien sobre el mal gracias a un hombre que siempre estuvo en comunión espiritual con el Señor. Pidamos al Señor por intercesión de sus santos y de María Santísima, que busquemos siempre mantener viva una profunda comunión con el Señor y que así vayamos estableciendo el bien en los pequeños o grandes espacios en donde nos movemos día con día. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo.

miércoles, 22 de abril de 2020

El ayuno eucarístico y la comunión espiritual en tiempos del Covid-19...


Estamos viviendo una situación inusitada, algo nunca antes visto por nuestras generaciones. Se ha dejado de celebrar la Eucaristía en los templos con toda la feligresía por disposiciones de muchas de las Conferencias Episcopales en sintonía con las autoridades sanitarias por motivos de la pandemia de Covid-19, como una medida preventiva para evitar aglomeraciones de personas y, por ende, focos de contagio de este coronavirus.

Todo católico ha de comprender que esto no significa privar, así porque sí, a los fieles del fruto de la Eucaristía sin más, sino por una grave necesidad como la que se ha vivido en tiempo de epidemias y pandemias de otros tiempos lejanos a los nuestros. Esta es una oportunidad de aprender a valorar otras formas verdaderas de encuentro con el Señor, como la llamada «Comunión Espiritual». 

En el rezo del Ángelus del pasado domingo 15 de marzo, el Papa Francisco dijo que «en esta situación de pandemia, en la que nos encontramos viviendo más o menos aislados, estamos invitados a redescubrir y profundizar el valor de la comunión que une a todos los miembros de la Iglesia. Unidos a Cristo nunca estamos solos, sino que formamos un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza. Es una unión que se alimenta de la oración, y también de la comunión espiritual en la Eucaristía, una práctica muy recomendada cuando no es posible recibir el Sacramento. Digo esto para todos, especialmente para la gente que vive sola».

Es importante advertir que el desarrollo de la enseñanza de la Iglesia sobre esta forma de comunión se produjo en la edad media, precisamente en tiempos de gravísimas epidemias, al hilo de las controversias eucarísticas provocadas por quienes negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Guillermo de Saint-Thierry (†1148), el gran monje benedictino que al final de su vida abrazó la reforma del Císter atraído por la santidad de san Bernardo, dirigiéndose a los monjes cartujos de la joven abadía de Monte Dei, consciente de que no siempre podían recibir la sagrada comunión, les recuerda que «la gracia del sacramento se puede recibir, aunque materialmente no se pueda comulgar». 

Este monje afirma: «El sacramento de esta santa y venerable conmemoración solo es dado celebrarlo a unos pocos hombres según el modo, lugar y tiempo especiales; mas la gracia del sacramento está siempre disponible y pueden actuarla, tocarla y recibirla para la propia salvación, con la reverencia que se merece, en la forma en que ha sido transmitida y en todo tiempo y lugar al que se extiende el señorío de Dios, aquellos de los que se ha dicho: "Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo elegido para anunciar las alabanzas de aquel que los sacó de las tinieblas a su luz admirable" (1P 2,9) [...]. Si la quieres y la deseas con toda sinceridad, tienes esta gracia disponible en tu celda a todas las horas, tanto de día como de noche. Cuantas veces te unes fiel y piadosamente a este acto en memoria del que padeció por ti, otras tantas comes su cuerpo y bebes su sangre; y siempre que permaneces unido a él por el amor, y él a ti en acción de santidad y de justicia, formas parte de su cuerpo y de sus miembros» (Epistola ad fratres de Monte Dei 117.119).

La gracia del sacramento es la unión a Cristo por el amor, que lleva a ser parte viva de su cuerpo que es la Iglesia. Esta gracia se regala a quien la quiere y desea con sinceridad, aunque no se pueda par- ticipar en el sacramento, si con dignidad y reverencia se descansa en el recuerdo de quien padeció por ti. No extraña que un siglo después, santo Tomás de Aquino, el eximio doctor de la Eucaristía, llegue a afirmar de la comunión espiritual lo siguiente: «Es tal la eficacia de su poder que con solo su deseo recibimos la gracia, con la que nos vivificamos espiritualmente» (STh III, q.79 a.1 ad 1).

«De dos maneras —advierte Santo Tomás— se puede recibir espiritualmente a Cristo. Una en su estado natural, y de esta manera la reciben espiritualmente los ángeles, en cuanto unidos a Él por la fruición de la caridad perfecta y de la clara visión, y no con la fe, como nosotros estamos unidos aquí (en la Tierra) a Él. Este pan lo esperamos recibir, también en la gloria. Otra manera de recibirlo espiritualmente es en cuanto contenido bajo las especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirlo sacramentalmente. Y esto no solamente es comer espiritualmente a Cristo, sino también recibir espiritualmente el sacramento» (STh III, q.80 a. 2).

Con su habitual y genial ingenuidad enseñaba el Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, que la comunión espiritual es semejante al soplo del fuelle sobre el rescoldo de unas cenizas que empiezan a apagarse: «Cuando sintamos que el amor de Dios se enfría-decía-, ¡pronto: una comunión espiritual!». Se cuenta también de él que, hallándose una vez muy afligido porque sólo le era dado comulgar una vez al día, cayó en la cuenta de su error al reflexionar que podía hacerlo con el deseo un número ilimitado de veces.

Para despertar el deseo y unirnos con la memoria del corazón a Quien por amor a nosotros se queda en el sacramento del altar, podemos emplear alguna de las oraciones que la tradición cristiana nos ha transmitido, porque no se prescribe ninguna fórmula determinada, ni es necesario recitar ninguna oración vocal. Basta un acto interior por el cual se desee recibir la Eucaristía. Es conveniente, sin embargo, que abarque tres actos distintos, aunque sea brevísimamente: a) Un acto de Fe, por el cual renovamos nuestra firme convicción de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Es excelente preparación para comulgar espiritual o sacramentalmente; b) Un acto de deseo de recibir sacramentalmente a Cristo y de unirse íntimamente con Él. En este deseo consiste formalmente la comunión espiritual; c) Una petición fervorosa, pidiendo al Señor que nos conceda espiritualmente los mismos frutos y gracias que nos otorgaría e l a Eucaristía realmente recibida.

La fórmula más común entre nosotros es esta: «Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma, más ya que no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón... Y como si ya te hubiese recibido te abrazo y me uno a ti, no permitas que nada ni nadie me separe de ti.»

La comunión espiritual fue recomendada vivamente por el Concilio de Trento (D 881), y ha sido practicada por todos los santos, con gran provecho espiritual. Sin duda, constituye una fuente ubérrima de gracias para quien la practique fervorosa y frecuentemente. Más aún: puede ocurrir que con una comunión espiritual muy fervorosa se reciban mayor cantidad de gracias que con una comunión sacramental recibida con poca devoción. Con la ventaja de que la comunión sacramental no puede recibirse más que una sola vez por día, y la espiritual puede repetirse muchas veces.

Algunas advertencias finales:

1) La Comunión Espiritual, como ya dijimos, puede repetirse muchas veces al día. Puede hacerse en la iglesia o fuera de ella, a cualquier hora del día o de la noche, antes o después de las comidas.

2) Todos los que no comulgan sacramentalmente deberían hacerlo al menos espiritualmente, al participar en la Santa Misa. El momento más oportuno es, naturalmente, aquel en que comulga el sacerdote.

3) Los que están en pecado mortal deben hacer un acto previo de contrición, si quieren recibir el fruto de la comunión espiritual. De lo contrario, para nada les aprovecharía, y sería hasta una irreverencia, aunque no un sacrilegio.

4) Respecto a la comunión sacramental, no hay que olvidar esta indicación que es muy importante: El Código de Derecho Canónico establece: «Quien ya ha recibido la santísima Eucaristía, puede recibirla otra vez el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe, quedando a salvo lo que prescribe el c. 921 § 2» (CIC 917). 

Padre Alfredo.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO A LA SANTÍSIMA VIRGEN PIDIENDO CLEMENCIA POR EL TIEMPO DE LA PANDEMIA:

Oh María, tu resplandeces siempre en nuestro camino 
como signo de salvación y de esperanza. 
Confiamos en ti, salud de los enfermos, 
que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, 
manteniendo firme tu fe.

Tú, salvación del pueblo romano 
sabes lo que necesitamos 
y estamos seguros de que proveerás 
para que, como en Caná de Galilea 
pueda volver la alegría y la fiesta 
después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, 
a conformarnos a la voluntad del Padre 
y hacer lo que nos diga Jesús 
que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos 
y se ha cargado con nuestros dolores 
para llevarnos, a través de la cruz 
a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, 
santa Madre de Dios; 
no deseches las oraciones 
que te dirigimos en nuestras necesidades, 
antes bien líbranos de todo peligro, 
¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.

«El cielo, la salvación, comienza aquí»... Un pequeño pensamiento para hoy


Pocas cosas se conocen con certeza sobre la lejanísima vida de uno de los santos que celebramos en la Iglesia el día de hoy. Hablo de san Sotero Papa, el vicario de Cristo que, en la historia ocupa el número 12 en la sucesión apostólica. Sabemos que ejerció su pontificado entre los años 166 y 175, entre los papas Aniceto y Eleuterio, y siendo emperador romano en aquel entonces, Marco Aurelio. Se sabe, por la historia, que aquella fue una época de relativa paz y tranquilidad, aunque no faltaron chispazos de persecución como los que quitaron la vida al apologeta san Justino, a los mártires de Lyon, a los de Vienne, al obispo san Potino, a los diáconos Santo y Atalo, a la esclava Blandina, al niño Póntico y a otros más, y muy probablemente al mismo papa Sotero. También conocemos que era originario de Fondi, en la Campania. En aquel entonces había aparecido en Frigia, ahora parte de Turquía, un sujeto llamado Montano. Él afirmaba haber tenido una visión y se aplicó a proclamarla haciéndole de profeta. Predecía el fin del mundo inminente, urgía utópicamente la necesidad de una vida perfecta, prohibía el matrimonio y mandaba adoptar la más rigurosa y estricta penitencia. Se afanó en predicar el rigorismo más extremo a la búsqueda de una vida pura y sin pecados. Advertía que los culpables de pecados graves no podrían obtener el perdón por no disponer la Iglesia de ese poder. Fue capaz de trasmitir esta doctrina equivocada gracias al apoyo que le prestó gente de esa que se deja llevar por el sensacionalismo. El Papa tuvo que actuar con rigor y parar todo aquello.

La Iglesia siempre ha creído en la misericordia infinita de Dios y el Papa atacó aquello llamado montanismo. Al Papa Sotero le tocó ser el primero en afrontar esta herejía desde todos los ángulos, defendiendo las verdades evangélicas. Sabemos también que Sotero ordenó a un buen número de diáconos, presbíteros y once obispos para la atención pastoral de diversos territorios. Otra nota característica suya fue la práctica exquisita de la caridad. Su desvelo por los pobres y los necesitados, fácilmente presumible en cualquier Papa, debió ser excepcionalmente notorio. Se conserva un fragmento de la carta que escribe Dionisio, el obispo de Corinto, a la iglesia de Roma, alabando el hábito que se da entre esos fieles con respecto a la comunicación de bienes y en ella se afirma que «su obispo Sotero no sólo conservó esta costumbre, sino que aún la mejoró, suministrando abundantes limosnas, así como consolando a los infelices hermanos con santas palabras y tratándolos como un padre trata a sus hijos». Se desconocen detalles de su martirio, pero los martirologios más antiguos incluyen su nombre entre los mártires y en el día veintidós de abril. Pocos son los datos que tenemos de san Sotero Papa; pero parecen suficientes a la hora de tener devoción a un sucesor de Pedro que supo cumplir su encargo manteniendo el rumbo de la Barca hacia el Puerto como nuestro Sumo Pontífice actual el Papa Francisco, que, en medio de esta crisis mundial, que no sólo es de salud, sino que afecta muchos ámbitos, ha sabido mantener la barca a flote y nos alienta con su propio testimonio de vida. ¡Cuánto tenemos que orar por el Papa Francisco!

El Evangelio de hoy nos recuerda cúanto nos ha amado Dios al habernos dado a su Hijo Jesucristo (Jn 3,16-21). Todo el que crea en El no perecerá, sino que tendrá la «vida eterna». Dios es el «viviente» por excelencia: la «vida» en el mayor bien que el hombre pueda poseer y el Papa Francisco nos va poniendo el ejemplo de cómo hay que cuidarla, la propia y la de los demás. Dios ha comunicado su vida. Las imágenes en la Escritura son abundantes: el árbol de vida, el camino de la vida, la fuente de la vida, el libro de vida, el pan de vida... Vincularse a Dios, conformarse a su voluntad, es «vivir»... Hacer a un lado la voluntad divina es «perecer»... ¡El que cree, no perecerá! nos recuerda el Evangelista. A cada uno de los Papas les ha tocado una época de la historia, al Papa Sotero le tocó lo suyo, a Francisco esto que estamos viviendo, pero todos nos van llevando a tener la vida de Cristo, la vida de gracia, la vida de fe, de esperanza y de caridad, mientras llega el momento en que Dios decida que se clausuren los siglos y comience la eternidad. El papa Francisco, ayer, en un Twitter nos da palabras de aliento: «En la prueba que estamos atravesando, hemos comprobado que somos frágiles. Necesitamos al Señor, que ve en nosotros, más allá de nuestras fragilidades, una belleza insuprimible. Con Él descubrimos que somos muy valiosos incluso en nuestra fragilidad». Cada uno según su modo de actuar en estos días difíciles, está haciendo su salvación o su condenación. El cielo, la salvación, comienza aquí. Pidamos a la María Santísima que, en su Inmaculado Corazón, nos haga un espacio para tener la vida de su Hijo Jesús. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 21 de abril de 2020

«Mirar a la Cruz»... Un pequeño pensamiento para hoy

Decía en mi reflexión de ayer, que Nicodemo, como todo hombre colocado de frente al misterio, no comprendí de entrada lo que le escuchaba decir a Jesús. Se le hablaba — y se nos habla ahora a nosotros también— de una nueva existencia. Una nueva vida regalada gratuitamente por Dios. Cuando vamos conociendo al Señor Jesús y su doctrina fundada en el amor a Dios y al prójimo, vamos captando que la maravilla de la realidad cristiana es incomprensible cuando se la juzga con categorías humanas que siempre son competitivas y clasificantes. Es lógico. Desde las categorías que Nicodemo —a quien hoy volvemos de nueva cuenta a ver en el Evangelio (Jn 3,7-15)— y todo hombre tiene, resulta imposible abordar las realidades divinas. Por eso, hay que acudir a Jesús, el Maestro–Revelador de Dios. Ningún hombre ha tenido jamás acceso al mundo de Dios. Es absurda, por tanto, la pretensión de tantos maestros, salvadores y milagreros de nuestro tiempo que intentan transmitir a los hombres la revelación del único camino para la felicidad o la realización personal, la curación de todos los males o la salvación. Todas las pretensiones de revelación en este sentido, están huecas.

Sólo el Hijo del Hombre, en razón de su origen divino, puede traer la revelación divina. Sólo Jesús es el «Revelador» y «Enviado de Dios». Es fundamental, por tanto, entender lo que el Evangelio de hoy nos quiere dejar en claro: el nacer de nuevo implica una vinculación exclusiva y radical a la persona y la obra de Jesús. La plática entre Nicodemo y Jesús va tomando altura progresivamente. Contempla la obra de Cristo y, con absoluta naturalidad, proyecta la cruz «en filigrana». La posibilidad de regeneración, del nacer de nuevo, está condicionada por un proceso en dos tiempos. Era menester que Dios se encarnara. Y, en segundo lugar, tenía que ser «elevado» como la serpiente de Moisés, de la que el libro de los Números (Núm 21, 9) dice que sanaba a quien la mirara, con lo cual daba a entender que quien se volviera hacia Dios quedaba salvado. Del mismo modo, quien pone su fe en Cristo posee la vida eterna. Así lo han entendido siempre los santos, que han puesto su existencia en manos de Cristo confiando en su cruz redentora que se levanta en lo alto para levantar al hombre de su miseria al servicio de la infinita misericordia de nuestro Dios.

San Anselmo de Canterbury, obispo y doctor de la Iglesia, que, nacido en Aosta, fue monje y abad del monasterio de Bec, en Normandía, enseñando a los hermanos a caminar por la vía de la perfección y a buscar a Dios por la comprensión de la fe comprendió muy bien que tenía que renacer y mirar la Cruz levantada en lo alto. Desde pequeño sintió inclinación a la vida de Dios, pero el ambiente totalmente mundano en el que se movía su familia, fue llenando de diversos intereses lo que parecía una vida realizada, sin embargo, en lo íntimo del corazón de Anselmo permanecía el anhelo de mirar a la Cruz y en ella a su Señor crucificado que le invitaba a dejarlo todo para seguirle. Pronto dejó a los suyos y se fue a un monasterio para estudiar y convertirse desde joven en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo llegó a ser un gran teólogo. Promovido a la insigne sede de Canterbury, en Inglaterra, trabajó denodadamente por la libertad de la Iglesia, sufriendo por ello dificultades y destierros que no lo apartaron de su ideal. Murió en Canterbury el 21 de abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia. Con nosotros Cristo Jesús también quiere tener una conversación tan profunda como la que tuvo con Nicodemo o san Anselmo, hemos de dejarle hablar y darnos sus explicaciones que nos llevarán siempre a mirar la Cruz para tener una nueva vida. pidámosle a María Santísima que nos ayude a abrir los oídos y el corazón para atender a su Hijo Jesús que a veces habla quedito o de noche. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 20 de abril de 2020

La fe no se puede apagar... Una breve reflexión


La misión de la Iglesia nace de la fe en Cristo. La urgencia de la misión brota de esta novedad de vida radical traída por Cristo y vivida por los Apóstoles. La fe nos mueve a descubrir en Cristo una nueva realidad de vida que no podemos dejar de anunciar y se llama «Evangelio». Evangelio, Buena Nueva que es fuerza de Dios; Evangelio, Buena Nueva que es abrir cadenas, quitar yugos, mostrar camino; Evangelio, Buena Nueva que es sembrar libertad y hablar de alegría y esperanza; Evangelio, Buena Nueva que es decir hermano, decir amigo; Evangelio, Buena Nueva que es dar mi tiempo, donar mi ser; Evangelio, Buena Nueva que es ser portador de paz y luchar hasta caer rendido; Evangelio, Buena Nueva que es compartir penas, amar, mirar y reír. Evangelio, Buena Nueva que es vivir como un pobre que todo lo espera y mira al Cielo con ojos de niño; Evangelio, Buena Nueva que es amar sin egoísmos perdonando al enemigo; Evangelio, Buena Nueva que es dar gracias al Padre, como el Hijo, inundado por el amor del Espíritu Santo; Evangelio, Buena Nueva que es mirar al Hijo en brazos de su Madre al nacer y al morir; Evangelio, Buena Nueva que es continuar la misión de Cristo y ser testigos por excelencia.

Los primeros cristianos se dejaron poseer por Dios y se llenaron del Espíritu del Evangelio, de manera que eso era parte de su vida y les hacía exclamar: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Vivir el Evangelio para aquellos hombres y mujeres era un verdadero y auténtico gozo que brotaba del encuentro con la Palabra, con el Evangelio e la alegría. San Pablo dice: »No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1,16). Entonces, hemos de comprender que predicar el Evangelio no es un pasatiempo, es un deber.

La fe no se puede apagar: «Nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos» (Mt 5,15).

«Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos... por nosotros y por todos los hombres bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre...» La fe, hermanos míos, es la que fundamenta todo y nos mueve a «dirigir la mirada, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo» (cf, RH 275).

Padre Alfredo.