domingo, 31 de octubre de 2021

«Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser»... Un pequeño pensamiento para hoy


El texto del Evangelio de este domingo (Mc 12,28-34) es una importante síntesis del mensaje de Jesús. Ante la cuestión —muy discutida en el ambiente de los doctores de la Ley— sobre qué mandamiento es el primero de todos, Jesús recoge la afirmación de fe que todo israelita conocía y consideraba básica: la Shemá —cf. Dt 6,2-6 que es la primera lectura de la Misa de hoy—. Pero a la vez añade otro precepto que se encuentra en Levítico 19,18, que une al amor a Dios, de manera inseparable, el amor a los demás. El texto del Levítico presupone que todo el mundo se ama a si mismo —y no lo critica—, y a partir de ahí pide que todo lo bueno que uno desea para sí mismo lo desee y promueva también para los demás; originariamente éste era un texto que se refería sólo al amor a los miembros del propio pueblo, pero con el tiempo se extendió al menos a los extranjeros que vivían en Israel.

Jesús responde, pues, dando dos mandamientos que en sí, forman uno solo. Hay, dentro de nuestra religión, quienes están empeñados en que lo verdaderamente importante en nuestro cristianismo es el prójimo: la justicia social, la asistencia, la promoción humana; mientras que la fe, el culto a Dios, la piedad, la esperanza en la vida eterna —no lo dicen con sus palabras, pero sí con sus actitudes— tienen una importancia secundaria. Por otra parte, hay quienes afirman con reciedumbre infranqueable que lo importante es la ortodoxia, la piedad, el culto a Dios. Tampoco lo dicen, pero todo eso de la justicia social, de la promoción de la libertad y dignidad de todos los hombres, lo ponen en segundo lugar. La respuesta que da Jesús a aquel hombre que pregunta va encaminada a que entendiera, él y nosotros, por supuesto, que hay que dar la máxima importancia a las dos cosas. Sin descuidar en lo más mínimo una en detrimento de la otra. Que es un error cristiano el pretender llegar a Dios sin pasar por el prójimo; y otro error cristiano el entregarse al prójimo sin seguir totalmente entregado a Dios.

El amor de Dios es un solo amor con doble dirección: hacia Dios y hacia los hermanos. Por eso dice Jesús, y en ello el escriba —el Antiguo Testamento y, tal vez, toda religión— está de acuerdo, que es un único mandamiento, porque se trata de un único amor. Por esto el amor a los hermanos no tiene sentido, para un cristiano, sin el amor a Dios. Ni tampoco, por otra parte, puede darse un amor a Dios que de alguna manera no se haga extensivo a los hermanos. El amor al hermano que tenemos ahí, es manifestativo del amor a Dios, a quien no se ve. No existe, en la práctica, amor a Dios sin amor a los hermanos. Nosotros amamos a Dios no porque esté mandado, sino porque sentimos, y estamos convencidos, de que eso es lo más grande y valioso que podemos hacer; si no fuera así, nuestro amor no sería amor. Nosotros amamos a los demás no como una obligación que se nos impone contra nuestra voluntad, sino porque descubrimos que ese amor es la mejor forma de vivir nuestra vida humana, y vivirla en plenitud; si no fuera así, este amor no sería tampoco amor. Mañana celebraremos la fiesta de Todos los Santos. Que su ejemplo y el de María Santísima nos estimule, y su intercesión nos acompañe siempre. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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