María ha creído (Lc 1,38) y por eso recibe la auténtica alabanza. Es bienaventurada por su fe (1,39-45) y su vida se convierte en fundamento de júbilo y bendición para todos aquéllos que han creído como ella. Jesús la desconcierta (Lc 2,33-35). Pero el evangelista sabe que María se ha mantenido en la fidelidad hasta el final: en lo más hondo de su vida ha confiado en la palabra de Jesús y ha venido a ser principio y fundamento de la iglesia. En todos estos rasgos, la madre de Jesús es modelo de mujer abierta ante el misterio de la vida y modelo de creyente que responde de manera confiada y generosa a la palabra que Dios le ha dirigido. Por eso, más que por cuestión biológica, es dichosa. De esta manera, Jesús no rechaza el grito de la mujer, sino que lo eleva. No es la carne ni la sangre lo que marca la proximidad a su persona. La comunión con la persona de Jesús viene del «sí» dado a la Palabra de Dios. Los que escuchan y practican la Palabra de Dios participan de la bienaventuranza de María que supo responder a la invitación divina: «He aquí la esclava del Señor».
Podemos, desde esta perspectiva mariana, ver cómo Dios aporta la dicha. Dios desea la felicidad. ¡No una cualquiera! Dichosos los pobres, los mansos, los afligidos, los puros, los que construyen la paz, los perseguidos por la justicia... Dichoso, ese servidor que su amo, a su regreso, encontrará vigilante... Dichosos los que escuchan la palabra de Dios... Dichosa la que ha creído −María− el cumplimiento de las palabras que le fueron dichas... Dichoso aquel para el cual Jesús no es ocasión de escándalo. Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven... Dichoso tú, si aquel a quien has prestado dinero no puede devolvértelo... Dichoso aquel que cenará en el Reino de Dios... Dichosos ustedes cuyos nombres están inscritos en el cielo... Dichosos son ustedes si saben ser servidores los unos de los otros, hasta lavarles los pies... Dichosos los que creerán sin haber visto... Dichosos nosotros que nos hemos dejado alcanzar por Cristo y vivimos en él como María su Madre. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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