Ante el cuestionamiento que nos presenta el párrafo evangélico, Jesús responde con ironía, preguntando si es que había guerra civil en los dominios de Satanás, y también, en nombre de quién echaban los demonios los que en Israel ejercían el ministerio de exorcistas, que también los había. Lo que pasaba es que los enemigos de Jesús no querían llegar a la conclusión que hubiera sido la más lógica: «el Reino de Dios ha llegado a ustedes». Pero a la vez nos avisa de que puede haber recaídas en el mal y en la posesión diabólica: «cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, vuelve con siete espíritus peores y el final resulta peor que el principio». El mal —el Malo— sigue existiendo y nos obliga a no permanecer neutrales, sino a posicionarnos en su contra, junto a Cristo. Al leer cómo Jesús libera a los posesos y cura a los enfermos, estamos convencidos de que «el Reino de Dios ya ha llegado a nosotros», que su fuerza salvadora ya está actuando.
Toda la vida de Jesús revela que Él actúa con el poder de Dios para hacer que el bien reine en la humanidad. Todo lo que hace es signo de que el Reino de Dios está presente en medio de los seres humanos. Por eso el reino de las tinieblas es vencido. Sin embargo, hay que seguir luchando contra el mal porque somos frágiles e inestables y podemos volver a caer. Los poderes del mal aspiran siempre a volver a ocupar su antiguo lugar, si el lugar que ocupaba el espíritu del mal no es incorporado al Reino de Dios. Tener una falsa seguridad en nuestra vida, con respecto a la Salvación, nos puede llevar a volver a caer en las garras de las fuerzas del mal. Por eso, hoy le pedimos al Señor, caminando de la mano de María en el establecimiento del Reino, que siempre estemos vigilantes como aquel que espera la llegada de su amo o al ladrón que quiere entrar a su casa. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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