Jesús le dice a aquella gente que no se les dará más señal que la de Jonás, haciendo referencia a que al igual que Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive así va a serlo el Hijo del hombre para la gente de esa generación. Y es que la señal de Jonás es muy simple, se trata de un hombre que recorre las calles de Nínive gritando que hay que convertirse. Este fue el único y pobre signo que tuvieron los habitantes de Nínive y no ninguna otra cosa llamativa. La señal de Dios es la llamada a la conversión que percibimos a veces: esa vocecita que nos habla en el fondo de nuestras conciencias y que nos repite: «cambia de vida», «arrepiéntete y cree en el Evangelio». Para completar esto añade el ejemplo de la reina de Sabá, quejándose de la poca fe de sus contemporáneos.
¿Qué nos dice todo esto a nosotros? ¿Qué le pedimos nosotros a Jesús, algo sensacionalista, un signo claro y milagroso? ¿Por qué y para qué lo seguimos? ¿Qué queremos encontrar en él? ¿Cómo es nuestra fe en Cristo? ¿Estamos en un camino de conversión?... Escuchar y poner en práctica la sabiduría del mensaje de Jesucristo, superior a la de Jonás, es la invitación que nos dirige él, el Hombre por antonomasia, a todo hombre de buena voluntad. Esa es la señal que nos lleva a la conversión, y la conversión no es otra cosa que reconocer las señales de vida ofrecidas por Dios, asumir su visión y la defensa que Dios hace de Ella. Aceptar la presencia de Dios en Jesús y en los hermanos y confiar en la capacidad de transformación que Dios ha ligado a su Palabra. Este es el único camino válido para el Encuentro auténtico con Dios. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de seguir la auténtica señal y avanzar en nuestro camino de conversión. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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