La Escena del Evangelio de este domingo (Mc 10,46-52), que es la curación del ciego Bartimeo, que estaba sentado al borde del camino, y que llama a Jesús por su nombre mesiánico, se convierte en un paradigma sobre el que vale la pena reflexionar en este dinamismo misionero. Jesús y Bartimeo es Jesús y cualquiera de nosotros, cualquier creyente que se acerca a Él para ser sanado. Y es que cualquiera de nosotros tiene grandes dificultades para ver. Para ver que al ser curados por Jesús no hay otra opción más maravillosa que seguirle. El Evangelio nos dice de Bartimeo: «Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino». A la luz de esto y celebrando este DOMUND, pienso no solamente en aquellos que aún no conocen a Jesús y que son invitados, a través de los misioneros que laboran en territorios Ad gentes, a abrazar la fe. Sino que traigo a la mente y al corazón a todos aquellos que habían perdido la vista —la fe— y la han recobrado gracias al testimonio de quienes son conscientes de su compromiso misionero en medio del mundo y hacen a Cristo presente, como nuestros hermanos Vanclaristas, que son los misioneros laicos fundados por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento para «dar testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren». Pienso en ellos y en tantos otros bautizados que viven su compromiso misionero y no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído.
Gracias a esos bautizados, que saben vivir su compromiso misionero bautismal como discípulos–misioneros de Cristo, muchos Bartimeos recobran la vista y vuelven a la Iglesia. Y es que no hay que olvidar que vivimos en un mundo que poco a poco va sacando a Dios de la escena social y es deber nuestro ponerlo en el sitio que debe tener en el corazón de las personas y de nuestra sociedad en done el número de creyentes es alto, comparado con las tierras de misión. Tenemos que vivir nuestro compromiso misionero porque nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos. Por su propia dinámica, nuestro compromiso bautismal exige ser misionero con una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos. Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en todas partes (cf. Mt 5,13-14). ¡Bendecida fiesta del DOMUND!
Padre Alfredo.
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