Esta mujer es todo un símbolo del antiguo pueblo de Dios. Es un símbolo de todas las mujeres, excesivamente vejadas, en la historia. Es un símbolo de todos los que en este mundo soportan pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Pienso en tantos tipos de hombres y mujeres encorvados por el peso del hambre y de la pobreza, por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares, por el peso de los trabajos y los desvelos. Hombres y mujeres encorvados por el esfuerzo y la lucha de la vida, por la incomprensión y la soledad, por el vicio y los apegos. Hombres y mujeres curvados por los recuerdos y los remordimientos, por los fracasos y las tristezas, por la falta de salud y por los años...
Y al ver la curación que hace Jesús pienso en cómo Dios no nos quiere encorvados y afligidos; cómo él no nos quiere oprimidos y esclavizados, ni caídos ni acobardados, ni deprimidos ni postrados. Dios nos quiere libres, nos quiere enderezados, nos quiere en pie, es decir, Dios nos quiere vivos en un ambiente de libertad, de confianza, de transcendencia. Dios no ha creado al hombre para que esté encorvado, sino para que viva con dignidad, para que sea libre y creador. Por eso, uno de los imperativos que más se repiten en la historia de la salvación es el «levántate». Dios es «el que endereza a los que ya se doblan», «el que levanta de la miseria al pobre», «el que levanta del polvo al desvalido» (cf. 1Sam 2,8; Sal 107,41; Sal 113,7). Hoy quiere el Señor levantarnos también a nosotros. No quiere que vayamos por la vida agobiados y encorvados. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda permanecer siempre en pie. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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