martes, 12 de octubre de 2021

«Dar algo de lo nuestro»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los fariseos, estos personajes del tiempo de Cristo, ponían todo su su empeño, toda su su religiosidad, en el cumplimiento de ritos, de normas exteriores, que ellos consideraban que los purificaba de todo mal. De ello nos habla el Evangelio en diversas partes como hoy (Lc 11,37-41), en esta escena en la que aprovechando la invitación que un fariseo le hace a Jesús para cenar en su casa, el Señor aprovecha para dejar una gran enseñanza. Entre las cosas que hacían los fariseos como ritual, estaba el lavarse las manos hasta el codo, como un signo de que con eso quedaban purificados para comer los sagrados alimentos. Ante esa cuestión, Jesús opone la actitud del discípulo-misionero, que se esfuerza por buscar la pureza interior, que pone lo esencial en el corazón y no en lo externo. Aunque en nuestros días escuchemos mensajes y mensajes y llamadas de atención sobre el lavado de manos y la sanitización, esto es a causa del coronavirus, es decir, hay una razón de orden de salud, no solamente de un carácter ritual como sucedía con ellos.

Jesús nos enseña que el corazón, lo profundo del hombre, su interior, es lo que importa mantener limpio. Porque aquello que brota del corazón −la injusticia, la rapacidad, la avaricia− es lo que mancha al hombre (cf. Mt 15,19-20). La actitud farisea, en realidad, no profundiza en Dios aun cuando le tenga constantemente en los labios (Is 29,13). Jesús en su enseñanza nos hace ver que las situaciones externas proporcionan oportunidades para vivir nuestra fe más plenamente. Todos los creyentes somos llamados a un cambio de corazón, a una conversión interna, a una limpieza del corazón. Jesús pide mucho más que la observancia de ritos externos y recurre al término «limosna» no solo en el sentido monetario que le podamos dar a la palabra, sino en un sentido mucho más amplio. La palabra «limosna» se deriva de la palabra griega que significa «compasión» o «misericordia». Así, el Señor nos invita en concreto a hacer mucho más que depositar monedas en las manos de una persona necesitada. Nuestras limosnas deben ser actos de amor que, en palabras de San Pedro, «cubren una multitud de pecados» (1 Pe 4,8).

La «limosna», en este sentido evangélico, si de verdad es auténtica y se hace, pues, de todo corazón, se convierte en la forma más excelsa de compartir nuestra vida con nuestros semejantes y con Dios y por consiguiente como la forma de realizar la limpieza de nuestro interior, porque lo que verdaderamente mancha, es la maldad interior, que convierte al hombre y a la mujer en injustos respecto de los otros, porque los cierra a la gratuidad y a la misericordia como don del Dios del Reino, quien ofrece su amor gratuitamente. Dios no puede ser considerado sólo como dueño de exterioridades, sino dueño de todo nuestro ser; por eso hemos de vivir conservando el corazón puro, renovado por Él en nosotros. Esto no sólo nos llevará a darle culto, sino a amarlo sirviendo a nuestro prójimo, socorriéndolo en sus necesidades, entonces realmente quedaremos limpios, pues viviremos con el corazón sólo centrado en Dios y libre de las esclavitudes a lo pasajero. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de mantener limpio el corazón. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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