Pero hay una cosa que debemos meditar. No podremos caminar con Jesús mientras estemos cargados de egoísmos y de maldades, mientras pensemos agradar a Dios sólo por sentarnos a su Mesa Eucarística, pero sin la decisión firme de iniciar un nuevo camino guiados por el Espíritu de Dios. No basta con escuchar la Palabra de Dios; hay que hacerla nuestra viviéndola para que nos santifique. Muchos fueron llamados antes que nosotros y fueron, incluso, los depositarios de las promesas divinas; sin embargo, cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios envió a su propio Hijo como el Mesías anunciado y esperado, lo rechazaron. Nosotros, que íbamos por los cruces de los caminos, fuimos invitados a participar de la salvación que, en Cristo, Dios ofrece al mundo; y hemos depositado nuestra fe en Él para tener la puerta abierta que nos lleva a unirnos con Dios.
Y entonces, a la luz de todo esto debemos preguntarnos: ¿Vivo mi compromiso de seguimiento de Cristo con la sinceridad que un discípulo–misionero suyo debe tener? o ¿Sólo me conformo con rezar, con dar culto al Señor mientras continúo encadenado a la mundanidad y a la manifestación de signos de muerte en nuestra sociedad? El Señor quiere que no sólo le demos culto, que no sólo escuchemos su Palabra, sino que seamos obradores de bondad; que como Él pasemos haciendo el bien a todos. El Señor nos quiere apóstoles suyos, portadores no sólo de su Evangelio con nuestras palabras, sino portadores de su salvación desde una vida que se hace entrega en favor de los demás. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad nuestra fe, de tal forma que haciendo el bien a todos manifestemos que la salvación ya ha llegado a nosotros y nos encaminamos hacia su posesión definitiva en la eternidad. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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