domingo, 10 de octubre de 2021

«Que no nos aferremos a las riquezas materiales»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos en pleno mes misionero. Todo octubre la Iglesia nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el aspecto misionero de nuestro ser y pertenencia a la misma. Desde nuestro bautismo todos somos misioneros y hemos de vivir esta dimensión unida a la de discípulos de Cristo, por eso todo bautizado es un discípulo-misionero de Cristo. El Evangelio de hoy (Mc 10,17-30) nos ofrece un amplio material sobre nuestra condición de misioneros. El relato es el paralelo del joven rico (Mt 19,16-26). Con grandes muestras de respeto, alguien, de quien el evangelista no específica nada, pregunta a Jesús por el camino de la salvación. «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El interlocutor hace un planteamiento de salvación. Aquel hombre −como muchos otros− había aprendido, desde pequeño, a observar todos los mandamientos y pensaba −como los fariseos− que las riquezas eran un don de Dios; estaba convencido de que, con sus riquezas, podría dar limosna a los más pobres y así se ganaría el cielo; vivía de una cierta moral burguesa, que permite a algunos ricos el ser buenos, sin tener que desprenderse de casi nada, es decir, sin que les cueste dinero, tiempo o esfuerzo, para señalar que ayudan en alguna fundación o de alguna otra manera a los pobres. Por eso la respuesta de Jesús y su enseñanza a los discípulos.

Más allá de un planteamiento de salvación, Jesús formula después su propia propuesta al interlocutor: «Ven y sígueme». Esta es la propuesta que aquel hombre no acepta. San Marcos añade la razón: «era muy rico», introduciendo así el tema sobre el que va a versar la enseñanza de Jesús a sus discípulos que será una enseñanza breve y que fundamentalmente se reduce a una negación rotunda: los ricos egoístas no pueden entrar en el Reino de Dios. Con esto Jesús hace una llamada de atención sobre la amenaza que las riquezas materiales encierran para el talante del seguidor de Jesús. Se trata de una llamada de atención que es gráfica y llamativa: «¡Qué difícil es que los ricos puedan entrar en el Reino de Dios! ¡Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!» A la luz de este relato hay mucho que meditar. Alguien se preguntará: ¿Qué tenemos que hacer?: ¿suprimir esta página del Evangelio? o bien, ¿dejarnos convertir por esta Palabra de Jesús? Yo creo que se trata de peensar en serio: ¿qué espera Jesús de mi vida?, ¿qué me pide a mí, personalmente, como discípulo-misionero?

Bien sabemos que los bienes materiales, de por sí, no son buenos ni malos. Pero se hacen malos cuando los transformamos en el objetivo de la vida, en lo único bueno. Toda la historia humana muestra hasta la saciedad cómo las riquezas endurecen el corazón del hombre y lo hacen insensible ante el dolor del prójimo, incluso de los propios padres, familiares y amigos. El mismo Evangelio nos trae el caso de Judas, quien, por amor al dinero, entregó a su amigo y maestro. ¿Y quién no conoce algún ejemplo de este endurecimiento del corazón por amor a las riquezas materiales? Por dinero se venden armas y se hacen la mayoría de las guerras, a pesar de su costo de millones de víctimas inocentes; por amor al dinero, pueblos enteros son sumidos en la más espantosa miseria, mientras otros son esclavizados; por amor al dinero surge a menudo la infidelidad matrimonial, el abandono de los hijos, y se rompen viejas amistades… Que Dios nos libre de quedar atrapados en la trampa de las riquezas, en la seducción del dinero como fin principal de la existencia. Pidamos, con María santísima, al Señor, que tengamos un corazón grande y que nuestra única riqueza, como discípulos-misioneros, sea Cristo, para poder darlo a los demás. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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