La hermana María Guadalupe nació el día 14 de abril de 1938, en La Piedad, Michoacán, México. Allí pasó su niñez, adolescencia y parte de su juventud, pues a los 24 años de edad decidió ingresar a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en la Casa Madre de la congregación en Cuernavaca, Morelos, México. Era el 12 de marzo de 1962 cuando comenzó su formación en el postulantado para luego iniciar el 3 de diciembre del mismo año su noviciado.
El 12 de mayo de 1965, emitió la profesión temporal de sus votos de pobreza, castidad y obediencia ante la fundadora de la congregación, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento.
Después de su profesión religiosa pasó a formar parte de la comunidad de Ciudad de México hasta el año de 1971 en la casa de Talara, que ya no existe y en 1971, allí mismo, recibió su cambio a la Delegación Apostólica, que en aquel entonces era atendida por las Misioneras Clarisas. Hizo su profesión perpetua para desposarse con Cristo para siempre, ante la beata María Inés Teresa el 15 de agosto de 1972 y permaneció en la Delegación Apostólica hasta 1973 en que fue destinada a la comunidad de Acapulco en donde estuvo un año.
En 1974 partió de la Casa Madre a España en donde desempeñó distintos cargos en las casas de Pamplona y Madrid durante los años de 1982 a 1991: fungiendo como Superiora Local en la casa de Madrid desde 1982 a 1984 y el año de 1990-91. En Pamplona colaboró como consejera y ecónoma regional además de tener a su cargo la atención de las jóvenes residentes en el Colegio Mayor Santa Clara. Allí celebró sus bodas de plata el 12 de mayo de 1990.
Luego de aquella experiencia como misionera en España, regresó a México y fue destinada a la comunidad de Guadalajara, Jalisco y allí se dedicó a diversas tareas o trabajos de vida de Nazaret, hasta que su salud empezó a deteriorarse.
La Hna. Lupita, como era conocida, fue una hermana inteligente, muy educada y respetuosa, con mucho sentido de responsabilidad en sus encomiendas sin perder la humildad y el espíritu de servicio sin medida, sencilla y hasta silenciosa en su obrar, pobre en sus cosas, mortificada y muy sensible al sufrimiento ajeno. Se puede decir que, en su condición de misionera, hacía propio el dolor sufriendo verdaderamente con quien sufría. Fue una hermana incapaz de criticar o murmurar, alma de oración confiada y continua. Siempre obediente con fe a sus superioras, casi no llamaba la atención, pero se la veía constantemente dedicada a sus encomiendas.
Dos años antes de morir le detectaron cáncer, enfermedad que se le fue agravando y la fue dejando incapacitada. Siempre estuvo consciente y ofreció con generosa serenidad todo el proceso de su enfermedad por la salvación de las almas, dispuesta a que el Señor viniera a recogerla. El domingo 12 de enero de 2014, tuvo la dicha de hablar -vía telefónica- con su superiora general para pedirle la bendición. Muy amante de María Santísima, ofrecía con ella y con la beata María Inés todo por la salvación de las almas con plena conciencia y aceptación de su gravedad.
Silenciosamente, como vivió toda su vida religiosa, y rodeada por sus hermanas de comunidad, que cuidaron de ella en sus últimos momentos, cerró sus ojos para pasar a la dichosa y feliz contemplación en el Cielo, a donde celebrará felizmente las nupcias ternas, ya que estaba por cumplir sus Bodas de Oro. Murió en un himno de gratitud diciendo que la dicha más grande de su vida era que Dios la había escogido como su Esposa.
Descanse en paz la hermana Lupita Rodríguez y que su testimonio de vida aliente a muchas almas a consagrar sus vidas a Dios.
Padre Alfredo.
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