La semilla de la mostaza, aunque aquí no lo recuerde san Lucas, es en verdad pequeñísima. Una semilla de estas mide típicamente de 1 a 2 mm de diámetro. Y, sin embargo, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. Por otra parte, un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar. A la luz de estos dos ejemplos hemos de captar que Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos muy notables. La Iglesia empezó en Israel, pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes.
Estas dos parábolas nos invitan a pensar en las notas mediante las cuales la iglesia debe hacerse notar entre los hombres. No es el campanario más alto ni el conjunto arquitectónico más maravilloso, no es la capacidad de convocatoria ni la presencia masiva en los medios de comunicación; no son las notas externas que causan admiración: es la presencia diaria que da sentido a la vida, la capacidad de transformación, la penetración capilar en las estructuras humanas, la fuerza del Espíritu capaz de hacer fermentar toda la comunidad, como la levadura, para que ésta alcance los niveles de servicio y de compromiso. Que María Santísima nos ayude a ser sencillos, humildes y muy entregados para que el Reino se siga estableciendo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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