Sabemos que Jesús llama a quien quiere para confiarle una misión concreta. «El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10,1). A San Lucas le dio esta misión especial de escribir y, como tal, podemos decir que es un apóstol, pues por haber sido llamado por el Señor a esa misión especial, depende totalmente de Él. «No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saluden a nadie en el camino» (Lc 10,4). Esta prohibición de Jesús a sus discípulos indica, sobre todo, que ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no esten inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe su Padre que tienen la necesidad de eso» (Lc 12,29-30). Que mundo maravilloso se le debe haber abierto a san Lucas al recibir la inspiración para escribir el Evangelio y continuar con ese libro fascinante de los Hechos de los Apóstoles.
El mejor testimonio que nos puede ofrecer la fiesta de un Evangelista, de uno que ha narrado el anuncio de la Buena Nueva, es el de hacernos más conscientes de la dimensión apostólico-evangelizadora de nuestra vida como discípulos¬–misioneros de Cristo, pues que nosotros también, al evangelizar, vamos escribiendo la vida y la obra de Cristo en el corazón de los demás, recordando que especialmente a partir del Concilio Vaticano II, la misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañar el caminar. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: «¡Ay de mi si no evangelizo!» (1 Cor 9,16). El Papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle. Tal como Jesús envió a los setenta y dos y san Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy el Santo Padre nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, para que todos puedan experimentar el amor de Dios. Que María, de la que san Lucas más nos habló, nos enseñe a salir de nosotros mismos y a compartir la fe. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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