jueves, 7 de octubre de 2021

La confianza en la Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento*...

En la Sagrada Escritura, la palabra «confianza», además de la definición que nos da el diccionario —seguridad o esperanza de que una persona o grupo de ellas actuarán de manera correcta en una determinada situación— alude a otras características. Significa tener la certeza de que la presencia del Señor, es efectiva en nuestros corazones ante cualquier circunstancia. Es poseer la convicción de que podremos descansar en Él todas nuestras cargas y salir victoriosos de esos obstáculos que se nos presentan. Y es la paz ganada, de creer que incluso en los momentos más apremiantes de la vida, contamos con el poder del Señor, que todo lo puede y todo lo alcanza. El capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, comienza diciendo en el versículo 1 algo que da la pauta para abrir esta reflexión sobre la confianza en la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Confiar en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. Es estar convencido de que algo existe, aun cuando no se pueda ver». 

La palabra «confianza» es una de las más frecuentes en los escritos de la beata María Inés Teresa y lo es obviamente, porque así fue su vida, una vida llena de confianza, con esa serenidad y entrega que marca esta virtud. «¡Confianza y más confianza!» solía decir Madre Inés. La confianza de la beata se dejó sentir a lo largo de toda su vida y se expresó en muchos momentos en una fe fortalecida, que le daba sobre todo una paz y una calma inigualables para afrontar cada uno de los retos que implicó el complejo trayecto de su vida y de su obra misionera.

Son muchas las frases de sus escritos que hacen alusión a la confianza puesta en Dios y nos dejan entrever con claridad cómo vivió heroicamente la beata esta virtud: «Pido con confianza de hija, con toda la audacia que se basa en las palabras mismas de Jesús: “Todo cuanto pidiereis al padre en mi nombre os lo concederá”, y reclamo para mí, como mi herencia, las naciones todas» (Estudios y meditaciones). «Qué vigorosas se tornan mis alas, las alas de mi confianza, cuando, penetrada de mi miseria, salen del caos de mi nada, para hacer remontar mi alma, en raudo vuelo, hasta los brazos de su Dios» (Ejercicios Espirituales). «Confíen, hijas, siempre confíen. Dios hace milagros estupendos en favor de las almas confiadas. Yo quisiera que todo mundo supiera confiar y esperarlo todo de su Dios; no habría problemas en el mundo, ni habría desuniones en los corazones, y en realidad, ni habría penas, puesto que la única y verdadera pena consiste en no recibir con alegría la voluntad de Dios» (Carta a un grupo de hermanas Misioneras Clarisas en 1957).

Madre Inés depositaba siempre su confianza en la infinita misericordia de Dios. La confianza, en ella, se tradujo siempre en una entrega sin reservas a la acción de la Providencia Divina, es un abandono de sí misma y de sus medios para esperar únicamente en la Bondad y Sabiduría del Sagrado Corazón de Jesús. En una de las cartas a sus hijas misioneras clarisas escribe: «No olviden hijas que, el Sagrado Corazón de Jesús ha sido para nuestra familia misionera ayuda, sostén, amor, fidelidad, amparo, etc. Sigamos confiando en él, sobre todas las cosas» (Carta a las hermanas de África, Roma, abril 30 de 1973). 

Consciente en todo momento de ser, como discípula–misionera, solamente un instrumento, acrecentó día a día esa confianza haciendo que se fundiera el abismo entre su miseria y la infinita misericordia del Señor. «Es cierto, yo nada puedo ¡soy tan débil! pero esta debilidad es precisamente la que me da fuerza» (Cinco Esquelitas). «Hay momentos que me siento pegada hasta el polvo, comprendiendo mi propia miseria y ruindad; no he sabido cumplir con mi deber; no soy lo que debo ser. Avergonzada de mi ruindad, pero amándola, me escondo de los brazos de mi dueño y Señor y… en él confío; todo lo espero de él» (Carta de noviembre 4 de 1950).

Sabía ella que la confianza en Dios no se apoya en las propias fuerzas, sino en la gracia de Dios, por eso constantemente también se le escuchaba decir: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío». Y así, llegaba, como ella misma lo dice «al hueco de la peña, al Corazón de Jesús, para penetrar, confiada y alegre, por la abertura de sus heridas» (Estudios). «Siento una grande confianza en el Corazón de Jesús que lo hará todo en mí» (Carta al director espiritual el 8 de febrero de 1950). Y así pasó por este mundo hasta sus últimos días, confiada en Dios como el salmista: «En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Señor me haces vivir confiado» (Salmo 4,8).

El modelo de Madre Inés, para vivir de confianza fue innegablemente la Santísima Virgen María, la humilde esclava del Señor que nos ha dado la más hermosa de las lecciones: hacer la voluntad del Altísimo de una manera sencilla y auténtica, como lo mejor con toda la confianza depositada en Él. Para Madre Inés, el secreto de la Virgen María fue siempre sencillo, ella descubrió, con sólo mirarla a la cara, que se fio de Dios en todo y para todo. En una de sus cartas apunta: «Sólo la confianza en nuestro Señor y en mi Madre santísima me alienta; y también la convicción de mi propia nulidad. Nulidad que a veces me atormenta por lo que pueda yo echar a perder de la obra, pero que a la vez me llena de alegría por la seguridad de que Dios nuestro Señor lo hará todo, valiéndose solamente de este miserable e inútil instrumento» (Carta personal el 2 de septiembre de 1946).

¿Qué podemos aprender todos nosotros de esto? ¿Cómo podremos confiar como lo hizo Madre Inés? Hay que ponernos en camino, como ella, para confiar; porque ella no tuvo tiempo de teorizar, confió y se lanzó en un «sí» sostenido como el de María abandonándose en las manos del Señor, para que Dios, también en ella, como en la humilde sierva del Señor, hiciera su voluntad. Termino con un pensamiento de la beata María Inés que encierra todo lo que he querido compartir en estas líneas: «Confiar, confiar siempre, confiar por encima de todo; la confianza humilde cautiva el corazón de Dios» (Ejercicios Espirituales).

* Esta reflexión fue escrita inicialmente en el blog Cilac el 6 de julio de 2019.

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