sábado, 23 de octubre de 2021

«En manos de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


En tiempos de Jesús, como narra el Evangelio de este día (Lc 13,1-9) se creía que las víctimas de una desgracia recibían un castigo por sus pecados. Ciertamente, viendo esto a profundidad, eso es una manera fácil de justificarse y acallar la conciencia. Hoy también, por desgracia, mucha gente así juzga y achacan las enfermedades o las desgracias a pecados que la verdad no saben si las gentes los cometieron o no. Jesús da otra interpretación: las catástrofes, las desgracias no son un castigo divino. Jesús lo afirma sin equívoco alguno, sino que son, para todos, una invitación a la conversión. Todos nuestros males o los de nuestros vecinos son signos de la fragilidad humana; no hay que abandonarse a una seguridad engañosa... vamos hacia nuestro «fin»... es urgente tomar posición. La revisión que hacemos sobre los acontecimientos no tiene que llevarnos a juzgar a los demás —eso es demasiado fácil— sino a una conversión personal.

A todos, en diversas épocas de nuestra existencia, nos pueden pasar acontecimientos dolorosos; sean problemas morales, enfermedades o catástrofes naturales que nos afectan. En esos momentos hay que descubrir la presencia de Dios porque indudablemente Él no nos abandona en esas situaciones, sino que se hace cercano y nos invita a la conversión aprovechando la difícil situación para cambiar nuestro corazón y acercarnos más a Él. Jesús nos enseña a sacar de cada hecho de estos una lección de conversión, de llamada a la vigilancia —en términos de futbol, recordando a mis Tigres, podríamos hablar de una «tarjeta amarilla» que nos enseña el árbitro, por esta vez en la persona de otros—. Somos frágiles, nuestra vida pende de un hilo, por eso hay que tener siempre las cosas en regla, bien orientada nuestra vida, para que no nos sorprenda la muerte, que vendrá como un ladrón, como nos lo ha recordado el Evangelio en estos días.

De este tema, el Evangelio pasa, en el párrafo final de hoy, a la conocida parábola de la higuera estéril, figura del pueblo de Israel. Es necesario que nos la apliquemos nosotros, individualmente, como discípulos–misioneros y, sobre todo, como comunidad cristiana o iglesia. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. Hay que leer bien la parábola y ver que todo tiene un límite: «hace tres años... déjala aún este año» (Lc 13,7-8), un período completo. Jesús suplica por su pueblo y por cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: «entre tanto yo voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono» (Lc 13,8). Siempre espera, contra toda esperanza: «para ver si da fruto...» (Lc 13 ,9a). Cada día nuevo que se nos concede, cada mes y cada año son oportunidades para poder dar el fruto, no producido hasta el momento presente. Hay que saber adoptar una actitud de espera activa y positiva, aunque las cosas y circunstancias no hayan sido favorables. Que la Virgen Santísima nos ayude a saber descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas y a ser pacientes. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario